F
Fortuna
“Al que fortuna le viste,
fortuna le desnuda”.
Proverbio árabe
... me gusta
Todos se van
“No me imagino viviendo en otro lugar, aunque sea
más cómodo. Siempre quiero volver”, manifestaba Wendy Guerra (La Habana, Cuba, 1970) en 2006,
cuando ganaba el I Premio Bruguera por su novela, Todos se van, y que ahora, reedita Anagrama, 2014, que unos meses
antes había publicado, Negra (2013).
No
hay una excusa ni un pretexto para escribir sobre La Habana, sino contextos y
texturas. La Habana
es un hermoso y rico telón de fondo bordado de lágrimas, deseo y risas que se
cuelan por las ventanas de la protagonista Nieve. Unos textos que caen sobre la
losa fría de las casonas de La Habana. Un
diario sobre las vivencias de la niña Nieve, aunque la propia Wendy Guerra
asegura que ella no escogió este género narrativo, sino su madre lo hizo por
ella cuando aprendió a escribir, entonces ya no pudo parar y se convirtió
en una obsesión estructurada en su mente. Todos
se van no puede verse como una crítica implícita al régimen cubano, porque
“Todo tiene un por qué en la vida de una niña. Esa niña es muy chica para
responderse esas preguntas que se le asoman a la mente. Criticar, juzgar le es
imposible. Una adolescente se hace más rebelde, es una Nieve que se deshiela en
El Caribe y establece el dolor como reflejo de lo que le golpea. Así lo
escribí”, asegura la narradora cubana cuando se le pregunta acerca de su
actitud frente al régimen y, sus vivencias en la Cuba actual.
Todos se van es la columna vertebral, la médula espinal, la
misma palabra Guerra que permanece en la memoria de Wendy, cosas que Nieve, el trópico y ella misma
tienen en común para hilar un libro en forma de diario, una auténtica
autobiografía sobre la infancia y adolescencia de esta joven, a la deriva desde
su mismo nacimiento, aunque el Estado Cubano, como puede leerse, será quien
decida su destino.
Todos se
van
La novela es, en realidad, el diario personal de
Nieve Guerra desde sus ocho a los veinte años, un texto que Wendy Guerra,
divide en dos períodos (1978-80), que corresponde, el primero, a su “Diario de infancia”,
y el resto, su “Diario de adolescencia” (1986-89), aunque en realidad llega
hasta mediada la década de los 90. La acción se desarrolla inicialmente en
Cienfuegos, ciudad calificada como la
Perla del Sur. Sus padres, separados, lucharán por la
custodia de la pequeña. Su madre, que formó parte de la generación hippy, vive
con Fausto, un rubio ingeniero nuclear sueco, un nudista que escandaliza a la
comunidad, y aunque siempre tierno y amable con la niña, convivencia por la que
la madre perderá su custodia. El extranjero acabará expulsado de la Isla. Pero Nieve
(curioso nombre en un país como Cuba) es consciente desde las páginas iniciales
de que ella vive “refugiada” en su Diario: “Allí siempre fui un adulto; fingía
ser una niña, pero no es cierto: demasiado adulta para el Diario, demasiado
niña para la vida real”.
Las páginas más duras de este testimonio son las
dedicadas a narrar la convivencia con su padre biológico, una vez que este por
unas extrañas artimañas obtiene su custodia, algo que no agradará a Nieve.
La vida con su madre, según testimonio, puede
parecer extraña por las libertades que experimentan su novio y ella, pero su
padre, dedicado, junto a un pintoresco grupo al teatro que hace guiñol
infantil, es un hombre extremadamente cruel y un alcohólico que se olvida de
dar de comer a la niña, nunca la lleva al colegio y la golpea con brutalidad
hasta, en una ocasión, hacerle perder la audición. Las palizas deciden a Nieve
a dejar de comer, pero nada logra con ello y, finalmente, simula una paliza y
le denuncia, tras el testimonio de la comunidad que en numerosas ocasiones verá
cómo la niña es maltratada. Nieve cree que el Centro de Reeducación de Menores será
el paso intermedio para regresar con su madre. Su padre se asila en la embajada
peruana y escapa a Miami. Tras las experiencias del Centro, donde pasará del yo
al nosotros, regresará de nuevo con su madre, cuyo análisis resulta implacable:
“ella también dice mentiras, pero no es por engañarme, es porque quiere que
seamos felices”. Apasionada por la pintura, tendrá ocasión de conocer a
Wilfredo Lam, en su silla de ruedas. Su madre había estudiado en la misma
escuela y allí conoció al mítico Che Guevara.
A
partir de aquí empiezan las páginas dedicadas a la adolescencia y desfilarán
por ellas la nieta de López Durán, cuyos libros son perseguidos, y Osvaldo, su
primer amor, pintor de prestigio, pese a su juventud, que le ofrecerá su
mansión e intentará, sin éxito, llevarla a París, donde el joven acabará
refugiándose. Nieve se da cuenta que toda la intelectualidad de la isla abandona
Cuba. Su autoafirmación es convincente: “soy fuerte porque estoy sola”. Un
escándalo provocará que la policía le retire el pasaporte a Nieve y no pueda
reencontrarse con su amor en París.
La novela-diario, Todos se van, tiene notables aciertos y una valiente actitud de la narradora cubana, la denuncia del maltrato infantil, la descripción agobiante del hambre, la existencia de dos Cubas paralelas: la miserable y la otra que, pese a las circunstancias, vive con cierta ostentación. Y aunque apenas se incide en los aspectos ideológicos, cualquier lector podrá sacar sus propias conclusiones. La narración, reiterativa en ocasiones, se adivina bastante lo autobiográfico, debe valorarse como un inicio de crítica constructiva, pese a la fascinación que una ciudad como La Habana ejerce sobre la narradora, y un país como Cuba ofrece a la escritora, silenciada por las autoridades, pero expectante a cuanto el devenir del futuro pueda depararle.
Wendy Guerra, Todos se van; Barcelona, Anagrama, 2014;
265 págs.
Uno de los libros que tengo en mi montón de "pendientes". Tras leer esta amplia e interesante reseña, lo cogeré sin dilación.
ResponderEliminarTemática más que apetecible; al igual que Cristina, lo añado a mi lista de espera.
ResponderEliminarAntonio Viúdez Berbel.
Me sumo. Antonio me alegro que estés detrás de este blog. Ya iremos charlando.
ResponderEliminarMª Ángeles.
Muy buena recomendación para leer.
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