TODOS
LOS CUENTOS
Antonio
Pereira (Villafranca del Bierzo, León, 1923- León, 2009)
La
crítica o el estudioso del cuento ha mostrado con cierta frecuencia un evidente
desconcierto a la hora se situar generacionalmente a Antonio Pereira y su obra
breve, aunque por edad debería ser incluido en la denominada “generación del
medio siglo” aunque sus primeros cuentos son bastante más tardíos que los de
sus compañeros de generación, quienes a mitad de los cincuenta empezaban su
obra cuentística. La narrativa de Antonio Pereira ha ido creciendo —en palabras
de Santos Alonso— en cantidad, calidad y densidad con el paso de los años. Su
nombre que, paradójicamente, no ha figurado en ninguna de las antologías del
cuento contemporáneo de las últimas décadas, con algunas excepciones, no
obscurecen su innegable talante de escritor de raza, y tampoco se ha dejado de
constatar el valor de su literatura en estos últimos años, caracterizada por el
ingenio, la sugerencia, la libertad de formas, el sentido irónico, el justo
erotismo o el carácter de misterio o fantasía de que están hechos sus relatos.
Cuando se le adjudicaba el premio Castilla y León de las Letras en 1999 por su
«amplia trayectoria acreditada en los distintos géneros sobre los que ha escrito
y de manera particularmente magistral en el cuento», el jurado, además,
destacaba su «viva actualidad, el hábil y artístico manejo de la
palabra, su fina y elegante ironía, su capacidad de creación de ambientes y
personajes singulares y la sabiduría cordial que rezuma su obra».
La literatura de Pereira surge
del cotidiano vivir de unos personajes que cuentan unas experiencias concretas
y se convierten en una estampa costumbrista muy al uso de la narrativa española
de los últimos cincuenta años. Es una técnica que, con cierto denuedo, sigue
teniendo la misma actualidad y la misma fuerza de siempre. Los cuentos de
Pereira se pueblan de miradas alrededor que transmiten las situaciones y las
descripciones de más hondura de la narrativa breve castellana, porque el humor
y la ironía que contienen muchos de estos relatos, deja paso a planteamientos
mayores y en ningún momento el lector deberá averiguar el por qué o la razón de
la existencia de estos personajes que se ven seducidos por los imperativos de la
vida, porque las suyas son las aspiraciones y las sorpresas de gentes
sencillas, cuyas experiencias y obsesiones desembocan en tenues insinuaciones.
La prosa precisa, de Antonio Pereira, se transmuta, como otra de sus
características a señalar, en una propuesta de sencillez sublime, en tanto que,
se consigue percibir la realidad de unas vidas a través de una tendencia
realista como la que practicaron los principales autores de la postguerra
española, aunque lejos de esas actitudes patéticas de un humorismo convencional, porque en el caso del leonés hay que hablar
más de un cariñoso trato de vecindad con sus personajes para tratar algunos
otros temas predilectos del escritor, el mundo del comercio, casos de algunos
de los cuentos que conforman el total de este volumen, «La tienda de Paco
Santín», o «Tío Candela».
Antonio
Pereira, recogía en Me gusta contar. Selección personal de relatos (1999), sesenta y siete cuentos de
sus siete libros publicados hasta el momento, además de añadir algunos
aparecidos en periódicos y revistas. El resultado, se convierte en la mejor
muestra de esa extraordinaria variedad de técnicas y temas que hemos venido
anotando, el arte de la sugerencia, tan efectista como socorrida, los
personajes y las historias entrevistas o el mundo eludido, en definitiva, para
contar en no más de cuatro o cinco páginas y, a veces, en unas líneas, que se
traducen en instantáneas sin apenas viso, y que nos recuerdan al maestro de la
narración breve por excelencia, Augusto Monterroso. Pereira insiste en que Me
gusta contar es una selección propia que ha recogido en diversos epígrafes,
más o menos conceptuales, pero que no respetan una cronología, sino la
intuición de un autor que agrupa sus textos: cuatro epígrafes más o menos
extensos, de los que 47 relatos se
recogen en los dos primeros, y 20 más en los dos últimos. A partir de aquí es
el propio autor quien habla, porque otro de sus rasgos más destacables es su
lenguaje, de una viveza y riqueza sólo comparables con el arte de la narración
oral. Una oralidad que se manifiesta, en igual proporción, en la construcción
narrativa.
La edición de Recuento de
invenciones (2004) actualizaba y ponía de manifiesto que los cuentos
seleccionados de un total de ocho colecciones de libros publicados, corresponde
a uno de los autores más destacados del género en la actualidad. Desde la
sorpresa misma que supuso la publicación de Una ventana a la carretera
(1967) —señalaba González Boixo— con una visión diferente sobre el relato y
nuevas técnicas narrativas o la superación del realismo en El ingeniero
Balboa y otras historias civiles (1976); un cierto compromiso social y algo
de modernidad contenían sus Historias veniales de amor (1978), hasta
llegar a Los brazos de la i griega (1982), síntesis de las tendencias
posteriores que caracterizarán a sus futuros cuentos y, entre otros aciertos,
esa vuelta a la oralidad o la presencia del humor como una característica que
ya no abandonará Pereira en su narrativa breve. El síndrome de Estocolmo (1988)
aparte del reconocimiento oficial que le otorgó el premio Fastenrath de la Academia y su difusión,
muestra una mayor implicación del autor en sus textos, hasta el punto de que el
lector percibe que la voz del narrador, en primera persona, coincide con el
propio escritor, ofreciendo así una complicidad fácilmente perceptible entre el
emisor y receptor. Picassos en el desván (1991) es una colección de
relatos mucho más amplia en número de cuentos y más ambiciosa, aunque también
característica por la brevedad en la extensión de los mismos; sin llegar a ese
concepto esgrimido hoy de microrrelato, algunos no superan apenas la página,
ganan así en intensidad, como el propio autor ha afirmado, puesto que se llega
a proponer una historia sin llegar a contarla. Y dos colecciones más se sumarán
a la producción del leonés, Las ciudades de Poniente (1995), libro
enmarcado en la misma línea narrativa que el anterior y Cuentos de la Cábila (2000), una
especie de memoria personal con la que el escritor repasa buena parte de su
niñez y juventud. El autor recrea ese tiempo lejano y recupera para el presente
eso que podríamos calificar de una ficción real donde destacan algunas
vivencias y anécdotas curiosas narradas. Recuento de invenciones, en la
espléndida edición de José Carlos González Boixo, permitió recuperar y
presentar a uno de los maestros de la narrativa breve española de los últimos
años.
La editorial madrileña Siruela
propone, con un prólogo de Antonio Gamoneda, Todos los cuentos (2012), de Antonio Pereira. Una edición que
recoge el conjunto de su narrativa breve que, tiene en cuenta, las versiones y
variantes de sus relatos publicados en vida del escritor, que para esta ocasión
han sido supervisadas y fijadas textualmente de una manera ya definitiva por su
viuda y albacea literaria, Úrsula Rodríguez Hesles. Desde Una ventana a la carretera (1967) a La divisa de la torre (2007), e incorpora el último cuento fechado
en 2008, titulado, “Bradomín”. Pereira, que conoce muy bien el mundo, sabe que
lo imprevisible puede encontrarse en todo lo que nos rodea, en los grandes
acontecimientos y en las pequeñas cosas cotidianas como así lo recogen algunos
de sus cuentos más significativos, «Los brazos de la i griega»
o «El ingeniero Démencour»; el primero dará título a la colección
publicada en 1982. Otro de los temas que encontramos en su cuentística es el
erotismo, pero un erotismo al que se llega a través del ingenio y del humor,
además del tratamiento de una singular sutileza cuya máxima expresión se
concreta en variados artificios que le son sugeridos al lector, como el tono de
la voz, las emociones, el lenguaje del cuerpo o la imaginación hasta llegar a
esa sublimación que se requiere para un tema tan explícito; buenos ejemplos, «Palabras, palabras para una
rusa», «El caso Tiroleone» o «Las peras de Dios», y de forma mucho más
explícita, «Visita impía del Gulbenkian», donde se cuenta la contemplación de
una estatua que en el narrador provoca unos golpes de imaginación que se
entrecruzan con esa otra visión de una visitante y pone de manifiesto, el poder
de la fantasía capaz de cualquier cosa. El síndrome de Estocolmo (1988),
recoge una inquietud viajera del escritor o quizá esa firme voluntad de
registrar las impresiones de muchos de los pueblos visitados.
Nacido en Villafranca del Bierzo
el 13 de junio de 1923, su padre poesía un pequeño comercio que el joven
Pereira continuaría durante algún tiempo en la ciudad de León, para
interesarse, como era de esperar en una tierra tan próspera de escritores por
kilómetro cuadrado, muy pronto por la literatura. Inició sus colaboraciones en
revistas tan emblemáticas como Espadaña y Alba. Sus primeros
versos datan de los años 1948 y 1949, sin embargo, su primer libro de versos
aparece en 1964 y se tituló El regreso, un poemario de corte social con
la visión de las ciudades y los pueblos de su tierra como trasfondo, los
amigos, la familia o la representación de objetos minúsculos, en definitiva. A
este primer poemario seguirían, Del monte y los caminos (1966), Cancionero
de Sagrés (1969) y Dibujo de figura (1972). Dos antologías recogen
buena parte de su obra poética, Contar y seguir (1962-1972), de
1972 y Antología de la seda y el hierro (1986).
Antonio Pereira, sin embargo, se
orientó hacia la actividad narrativa y desde hace más de cuarenta años viene
seleccionado los episodios y toda una galería de personajes que conforman su
diario vivir, o, mejor dicho el vivir de muchos de los seres que han quedado
grabados en su memoria. Es la suya una mirada alrededor, transmitida con esa
hondura que es propia en la visión descriptiva de una serie de escritores de
hecho, maestros en el arte del relato breve, y que, en los últimos cincuenta
años, nos traen el recuerdo de los nombres de Fraile, Aldecoa o Fernández
Santos, entre otros. Su propuesta narrativa desde Una ventana a la carretera
(1967) parte de un realismo al uso donde la sencillez de la prosa sólo se ve
confundida por esa tendencia del escritor leonés a los silencios y al arte de
la sugerencia que pueden percibirse en muchos de sus relatos. Pero también la
ironía y humor conforman el mundo de este narrador, cuyo segundo libro de
relatos, El ingeniero Balboa y otras historias civiles (1976) supuso la
constatación de un arte narrativo singular, porque en el conjunto de estas
narraciones cortas, cuatro en total, ofrecía ahora una mayor tensión entre los
aspectos formales de su narrativa anterior y donde el mundo mercantil y
comercial, proponía mejores aspectos para ampliar, además, su mundo particular
hacia geografías distintas. También, el dominio de la voz—según ha llegado a
manifestar el autor—equilibraba mejor todo lo que se cuenta en estas historias.
Aparece, por primera vez, en sus cuentos la conciencia de un narrador que
ordena y desordena los recuerdos de un pasado para contrastar los saltos obvios
que nos ofrece la memoria. La divisa de la torre (2007) fue el
último libro de cuentos publicado por el leonés, cincuenta y ocho relatos donde
aparecen, a modo de memorias hilvanadas algunos personajes reales, Gamoneda,
Cela, Pino, Mestre, su propia esposa, que ofrecen ese mundo metaliterario tan
propio del autor.
Falleció en su
querida ciudad, León, el 25 de abril de 2009, tenía 86 años, y murió en
silencio, como siempre había vivido buena parte de toda su existencia.
Antonio
Pereira
Todos
los cuentos
Madrid,
Siruela, 2012; 896 págs.
Un buen desayuno con un buen libro.
ResponderEliminarExcelente recorrido por la narrativa de uno de nuestros grandes escritores.
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