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lunes, 29 de septiembre de 2014

Desayuno con diamantes, 3



TODOS LOS CUENTOS 
Antonio Pereira (Villafranca del Bierzo, León, 1923- León, 2009)


La crítica o el estudioso del cuento ha mostrado con cierta frecuencia un evidente desconcierto a la hora se situar generacionalmente a Antonio Pereira y su obra breve, aunque por edad debería ser incluido en la denominada “generación del medio siglo” aunque sus primeros cuentos son bastante más tardíos que los de sus compañeros de generación, quienes a mitad de los cincuenta empezaban su obra cuentística. La narrativa de Antonio Pereira ha ido creciendo —en palabras de Santos Alonso— en cantidad, calidad y densidad con el paso de los años. Su nombre que, paradójicamente, no ha figurado en ninguna de las antologías del cuento contemporáneo de las últimas décadas, con algunas excepciones, no obscurecen su innegable talante de escritor de raza, y tampoco se ha dejado de constatar el valor de su literatura en estos últimos años, caracterizada por el ingenio, la sugerencia, la libertad de formas, el sentido irónico, el justo erotismo o el carácter de misterio o fantasía de que están hechos sus relatos. Cuando se le adjudicaba el premio Castilla y León de las Letras en 1999 por su «amplia trayectoria acreditada en los distintos géneros sobre los que ha escrito y de manera particularmente magistral en el cuento», el jurado, además, destacaba su «viva actualidad, el hábil y artístico manejo de la palabra, su fina y elegante ironía, su capacidad de creación de ambientes y personajes singulares y la sabiduría cordial que rezuma su obra».

                La literatura de Pereira surge del cotidiano vivir de unos personajes que cuentan unas experiencias concretas y se convierten en una estampa costumbrista muy al uso de la narrativa española de los últimos cincuenta años. Es una técnica que, con cierto denuedo, sigue teniendo la misma actualidad y la misma fuerza de siempre. Los cuentos de Pereira se pueblan de miradas alrededor que transmiten las situaciones y las descripciones de más hondura de la narrativa breve castellana, porque el humor y la ironía que contienen muchos de estos relatos, deja paso a planteamientos mayores y en ningún momento el lector deberá averiguar el por qué o la razón de la existencia de estos personajes que se ven seducidos por los imperativos de la vida, porque las suyas son las aspiraciones y las sorpresas de gentes sencillas, cuyas experiencias y obsesiones desembocan en tenues insinuaciones. La prosa precisa, de Antonio Pereira, se transmuta, como otra de sus características a señalar, en una propuesta de sencillez sublime, en tanto que, se consigue percibir la realidad de unas vidas a través de una tendencia realista como la que practicaron los principales autores de la postguerra española, aunque lejos de esas actitudes patéticas de un humorismo convencional,  porque en el caso del leonés hay que hablar más de un cariñoso trato de vecindad con sus personajes para tratar algunos otros temas predilectos del escritor, el mundo del comercio, casos de algunos de los cuentos que conforman el total de este volumen, «La tienda de Paco Santín», o «Tío Candela». 



Antonio Pereira, recogía en Me gusta contar. Selección personal de relatos (1999), sesenta y siete cuentos de sus siete libros publicados hasta el momento, además de añadir algunos aparecidos en periódicos y revistas. El resultado, se convierte en la mejor muestra de esa extraordinaria variedad de técnicas y temas que hemos venido anotando, el arte de la sugerencia, tan efectista como socorrida, los personajes y las historias entrevistas o el mundo eludido, en definitiva, para contar en no más de cuatro o cinco páginas y, a veces, en unas líneas, que se traducen en instantáneas sin apenas viso, y que nos recuerdan al maestro de la narración breve por excelencia, Augusto Monterroso. Pereira insiste en que Me gusta contar es una selección propia que ha recogido en diversos epígrafes, más o menos conceptuales, pero que no respetan una cronología, sino la intuición de un autor que agrupa sus textos: cuatro epígrafes más o menos extensos, de  los que 47 relatos se recogen en los dos primeros, y 20 más en los dos últimos. A partir de aquí es el propio autor quien habla, porque otro de sus rasgos más destacables es su lenguaje, de una viveza y riqueza sólo comparables con el arte de la narración oral. Una oralidad que se manifiesta, en igual proporción, en la construcción narrativa.
                La edición de Recuento de invenciones (2004) actualizaba y ponía de manifiesto que los cuentos seleccionados de un total de ocho colecciones de libros publicados, corresponde a uno de los autores más destacados del género en la actualidad. Desde la sorpresa misma que supuso la publicación de Una ventana a la carretera (1967) —señalaba González Boixo— con una visión diferente sobre el relato y nuevas técnicas narrativas o la superación del realismo en El ingeniero Balboa y otras historias civiles (1976); un cierto compromiso social y algo de modernidad contenían sus Historias veniales de amor (1978), hasta llegar a Los brazos de la i griega (1982), síntesis de las tendencias posteriores que caracterizarán a sus futuros cuentos y, entre otros aciertos, esa vuelta a la oralidad o la presencia del humor como una característica que ya no abandonará Pereira en su narrativa breve. El síndrome de Estocolmo (1988) aparte del reconocimiento oficial que le otorgó el premio Fastenrath de la Academia y su difusión, muestra una mayor implicación del autor en sus textos, hasta el punto de que el lector percibe que la voz del narrador, en primera persona, coincide con el propio escritor, ofreciendo así una complicidad fácilmente perceptible entre el emisor y receptor. Picassos en el desván (1991) es una colección de relatos mucho más amplia en número de cuentos y más ambiciosa, aunque también característica por la brevedad en la extensión de los mismos; sin llegar a ese concepto esgrimido hoy de microrrelato, algunos no superan apenas la página, ganan así en intensidad, como el propio autor ha afirmado, puesto que se llega a proponer una historia sin llegar a contarla. Y dos colecciones más se sumarán a la producción del leonés, Las ciudades de Poniente (1995), libro enmarcado en la misma línea narrativa que el anterior y Cuentos de la Cábila (2000), una especie de memoria personal con la que el escritor repasa buena parte de su niñez y juventud. El autor recrea ese tiempo lejano y recupera para el presente eso que podríamos calificar de una ficción real donde destacan algunas vivencias y anécdotas curiosas narradas. Recuento de invenciones, en la espléndida edición de José Carlos González Boixo, permitió recuperar y presentar a uno de los maestros de la narrativa breve española de los últimos años.
                La editorial madrileña Siruela propone, con un prólogo de Antonio Gamoneda, Todos los cuentos (2012), de Antonio Pereira. Una edición que recoge el conjunto de su narrativa breve que, tiene en cuenta, las versiones y variantes de sus relatos publicados en vida del escritor, que para esta ocasión han sido supervisadas y fijadas textualmente de una manera ya definitiva por su viuda y albacea literaria, Úrsula Rodríguez Hesles. Desde Una ventana a la carretera (1967) a La divisa de la torre (2007), e incorpora el último cuento fechado en 2008, titulado, “Bradomín”. Pereira, que conoce muy bien el mundo, sabe que lo imprevisible puede encontrarse en todo lo que nos rodea, en los grandes acontecimientos y en las pequeñas cosas cotidianas como así lo recogen algunos de sus cuentos más significativos, «Los brazos de la i griega» o «El ingeniero Démencour»; el primero dará título a la colección publicada en 1982. Otro de los temas que encontramos en su cuentística es el erotismo, pero un erotismo al que se llega a través del ingenio y del humor, además del tratamiento de una singular sutileza cuya máxima expresión se concreta en variados artificios que le son sugeridos al lector, como el tono de la voz, las emociones, el lenguaje del cuerpo o la imaginación hasta llegar a esa sublimación que se requiere para un tema tan explícito;  buenos ejemplos, «Palabras, palabras para una rusa», «El caso Tiroleone» o «Las peras de Dios», y de forma mucho más explícita, «Visita impía del Gulbenkian», donde se cuenta la contemplación de una estatua que en el narrador provoca unos golpes de imaginación que se entrecruzan con esa otra visión de una visitante y pone de manifiesto, el poder de la fantasía capaz de cualquier cosa. El síndrome de Estocolmo (1988), recoge una inquietud viajera del escritor o quizá esa firme voluntad de registrar las impresiones de muchos de los pueblos visitados.

                Nacido en Villafranca del Bierzo el 13 de junio de 1923, su padre poesía un pequeño comercio que el joven Pereira continuaría durante algún tiempo en la ciudad de León, para interesarse, como era de esperar en una tierra tan próspera de escritores por kilómetro cuadrado, muy pronto por la literatura. Inició sus colaboraciones en revistas tan emblemáticas como Espadaña y Alba. Sus primeros versos datan de los años 1948 y 1949, sin embargo, su primer libro de versos aparece en 1964 y se tituló El regreso, un poemario de corte social con la visión de las ciudades y los pueblos de su tierra como trasfondo, los amigos, la familia o la representación de objetos minúsculos, en definitiva. A este primer poemario seguirían, Del monte y los caminos (1966), Cancionero de Sagrés (1969) y Dibujo de figura (1972). Dos antologías recogen buena parte de su obra poética, Contar y seguir (1962-1972), de 1972 y Antología de la seda y el hierro (1986).
                Antonio Pereira, sin embargo, se orientó hacia la actividad narrativa y desde hace más de cuarenta años viene seleccionado los episodios y toda una galería de personajes que conforman su diario vivir, o, mejor dicho el vivir de muchos de los seres que han quedado grabados en su memoria. Es la suya una mirada alrededor, transmitida con esa hondura que es propia en la visión descriptiva de una serie de escritores de hecho, maestros en el arte del relato breve, y que, en los últimos cincuenta años, nos traen el recuerdo de los nombres de Fraile, Aldecoa o Fernández Santos, entre otros. Su propuesta narrativa desde Una ventana a la carretera (1967) parte de un realismo al uso donde la sencillez de la prosa sólo se ve confundida por esa tendencia del escritor leonés a los silencios y al arte de la sugerencia que pueden percibirse en muchos de sus relatos. Pero también la ironía y humor conforman el mundo de este narrador, cuyo segundo libro de relatos, El ingeniero Balboa y otras historias civiles (1976) supuso la constatación de un arte narrativo singular, porque en el conjunto de estas narraciones cortas, cuatro en total, ofrecía ahora una mayor tensión entre los aspectos formales de su narrativa anterior y donde el mundo mercantil y comercial, proponía mejores aspectos para ampliar, además, su mundo particular hacia geografías distintas. También, el dominio de la voz—según ha llegado a manifestar el autor—equilibraba mejor todo lo que se cuenta en estas historias. Aparece, por primera vez, en sus cuentos la conciencia de un narrador que ordena y desordena los recuerdos de un pasado para contrastar los saltos obvios que nos ofrece la memoria.  La divisa de la torre (2007) fue el último libro de cuentos publicado por el leonés, cincuenta y ocho relatos donde aparecen, a modo de memorias hilvanadas algunos personajes reales, Gamoneda, Cela, Pino, Mestre, su propia esposa, que ofrecen ese mundo metaliterario tan propio del autor.
                Falleció en su querida ciudad, León, el 25 de abril de 2009, tenía 86 años, y murió en silencio, como siempre había vivido buena parte de toda su existencia.










                                    Antonio Pereira
                                   Todos los cuentos
                     Madrid, Siruela, 2012; 896 págs.

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