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lunes, 11 de septiembre de 2017

Desayuno con diamantes, 116



¿DÓNDE ESTÁS MARILYN?

       Textos inéditos de Marilyn Monroe, Fragmentos (Seix-Barral), escritos entre 1943 y 1962.

               
       Marilyn Monroe continua siendo un misterio, un conjunto de paradojas que rodearon a toda una vida, convirtiéndola en un icono sexual. Fue una rubia tonta a quienes millones en todo el mundo admiraron, la actriz que se casó en varias ocasiones: una de ellas con un escritor de izquierdas perseguido por el maccarthismo de los años cincuenta; en realidad,  un personaje público atormentado por una oscura existencia, con una extensa lista de amantes: políticos, actores y mafiosos. A casi cincuenta años de su desaparición, mucho se ha rumoreado y se ha escrito sobre su vida y el enigma sobre la muerte de una de las mujeres más hermosas de Hollywood, convertida en auténtico mito de varias generaciones de admiradores.
       Norma Jeane recibió su primer nombre por la admiración que Gladys, su madre, sentía por la actriz Norma Talmadge, joven hermosa de ojos de gacela, protagonista de más de sesenta películas, melodramas lacrimógenos, una estrella de belleza expresiva y luminosa. Para Gladys, una operaria de laboratorio que codiciaba la fascinación que ejercían las actrices, el nombre de Norma expresaba una especie de anhelo totémico, una bendición al futuro de su hija; de igual forma, la madre consideró que Jeane era un complemento adecuado. Dos semanas más tarde de su nacimiento, entregaría a Norma Jeane a una familia adoptiva que vivía a unos veinticinco kilómetros: las pautas morales y estéticas de los años veinte, su trabajo, su vida agitada y nómada, eran las premisas más inadecuadas para dedicarse a la maternidad. Las familias de la época completaban sus ingresos cuidando niños adoptivos, así el 13 de junio de 1926 (nació el 1 de junio), Norma Jeane Mortensen fue entregada a Albert e Ida Bolender: él era cartero y ella se dedicaba a sus tareas como madre de un hijo, ama de casa, madre adoptiva, y miembro activo de una parroquia protestante. Para añadir más dramatismo a la vida de la futura Marilyn, antes de cumplir los diez años había pasado por una docena de hogares adoptivos, aunque el dato forma parte de leyenda de Hollywood, y se sabe que vivió, al menos siete de sus primeros años, con la familia Bolender. Las fotografías de los primeros años muestran a una niña encantadora de pelo rubio ceniza, sonrisa atractiva y ojos claros de color azul verdoso. Pero afirmaba que «en casa de los Bolender nadie le dijo jamás que era bonita». Su familia adoptiva le permitió tener un perro callejero, si ella se ocupaba de atenderlo: lo llamó Tippy y siempre estuvo acompañada de su mascota. Al cumplir los siete años, la vida de la pequeña Norma Jeane cambió porque un vecino molesto con la ladridos del perro cogió un revólver y lo mató, la niña quedó en profundo estado de dolor; los Bolender llamaron a Gladys, esta ayudó a su hija a enterrar al perro, pagó la pensión del último mes y se la llevó a un pequeño apartamento que había alquilado para pasar el verano, en Hollywood, cerca de los estudios donde ella y su amiga Grace trabajaban como cortadoras independientes. En el otoño se mudaron a una modesta casita, la vida cambió para ellas, aunque realquilaron el inmueble y lo compartieron con otra pareja: unos actores con poca fortuna. Allí era fácil hablar de cine, las cenas en las largas noches de verano se pasaban fumando y bebiendo cerveza, mientras la pequeña Norma recogía las botellas vacías y las llenaba de flores del pequeño jardín trasero. Por entonces, Gladys conoció la muerte de su abuelo, se había suicidado en un pueblo de Missouri, su padre murió a causa de la locura y, su madre, también por una extraña psicosis maniacodepresiva. Fue cuando comprendió que en su familia existía una verdadera plaga de enfermedades mentales: asustada se negó a comer y a dormir, y cayó en una profunda depresión. A principios de 1934 ingresaría en una casa de reposo en Santa Mónica, y poco después en el Hospital General de Los Ángeles. Norma quedó al cuidado de Grace y de los jóvenes actores, la familia Atkinson. Grace adoraba a Norma Jeane, y de no ser por ella —recuerda Leila Fields— Marilyn Monroe no habría existido. Se deshacía en elogios sobre la niña como si fuera su propia hija, y aseguraba que Norma Jeane iba a ser una gran estrella de cine. Tenía esa impresión, era una convicción. «No te preocupes, Norma Jeane», le decía. «Cuando seas mayor vas a ser un chica hermosa, una mujer importante, una estrella de cine».



Nueva vida
       En 1941 conocería a un apuesto joven de ojos azules, pelo castaño, casi un metro ochenta de estatura, y bigote fino. Era James Dougherty, vivía con su familia muy cerca de Norma Jeane. Actuaba en las obras de teatro del Instituto, pertenecía al equipo de fútbol, incluso había sido elegido presidente de los estudiantes. Limpiabotas, empaquetador de bocadillos y empleado de una funeraria. A finales de 1941, Jim trabajaba en Lockheed Aircraft y para la joven Norma, era «un hombre de ensueño». La fiesta de Navidad de ese año fue un momento especial en la relación de ambos jóvenes, bailando, aseguraba Jim, «ella se apretó contra él muy fuerte, con los ojos cerrados». A partir de entonces iban al cine, paseaban y hablaban de la guerra, y Norma Jeane, de quince años, se sentía halagada por la atención que le prestaba un hombre tan apuesto. Un desagradable acontecimiento iba a llevar a la joven de vuelta al orfanato hasta que cumpliera los dieciocho, cuando pensó en casarse con Jim, hecho que conmocionaría a profesores y compañeros. Sería en junio de 1942 cuando cumpliera los dieciséis, la edad legal en California para contraer matrimonio. Dejó las clases y su formación académica a mitad del décimo grado, circunstancia que provocaría en ella un complejo de inferioridad que muchos supieron más tarde explotar. La ceremonia se celebró el 19 de junio, y en un modesto restaurante, se celebró un pequeña recepción.
       Jim fue destinado a ultramar y cuando volvió dieciocho meses más tarde, Norma Jeane se había convertido en una cotizada modelo, e iniciado una meteórica carrera. Pronto la Twentieth Century Pictures requirió sus servicios como prometedora principiante y a lo largo de 1946 y 1947 aparecería en dos pequeños papeles que no dejaron huella en la filmografía de la posterior actriz. Las fotografías de 1949 se convirtieron en iconos reconocibles a lo largo de la historia, y en diciembre de 1953 Tom Kelly la fotografió para la revista Playboy donde aparecería con un desnudo central y un desplegable en el interior. Tras cuatro pequeños papeles, llegaría La jungla del asfalto (1950), Eva al desnudo (1950) y los grandes éxitos, Niágara (1953), Los caballeros las prefieren rubias (1953), Río sin retorno (1954), La tentación vive arriba (1955), Con faldas y a lo loco (1959), Vidas rebeldes (1961) y la inacabada, Something´s got to give (1962). 


Muerte de un icono
       La noche del 5 de agosto de 1962, el sargento Jack Clemmons prestaba servicio en la comisaria de oeste de Los Ángeles, cuando a las cuatro y veinticinco minutos sonó el teléfono comunicándole que Marilyn Monroe estaba muerta, se había suicidado. Dado que era una noche tranquila, decidió investigar el asunto personalmente. Diez minutos más tarde llegó el policía al 12305 de Fifth Helena Drive, donde encontró a Marilyn en su habitación, desnuda, boca abajo y sin vida, tapada con una sábana. Muy pronto circuló la trágica noticia, periódicos y servicios de noticias habían interceptado las frecuencias de radio de la policía. El lunes 6 de agosto por la mañana, los restos de Marilyn Monroe aún seguían en el depósito de cadáveres del condado de Los Ángeles, sin ser reclamado. El cuerpo deseado por millones de admiradores no pertenecía a nadie. Joe DiMaggio asumió la tarea de ocuparse de los últimos detalles. Durante el sepelio, un organista ofreció unos pasajes de la Sexta Sinfonía de Chaikovski, y después la melodía favorita de la actriz, «Over the Rainbow», del Mago de Oz. Poco antes de cerrar el ataúd, Joe se inclinó y lloró abiertamente mientras besaba a Marilyn y decía: «Te amo, cariño..., te amo», y colocaba entre sus manos un ramillete de rosas.

Fragmentos
       Ahora que se editan Fragmentos, poemas, notas personales, cartas (Seix-Barral, 2010), observamos que Marilyn Monroe fue una mujer compleja, de profundo y hondo espíritu, víctima de un estereotipo fabricado por la industria del cine, y que en su soledad más absoluta escribía poemas, notas personales, cartas y devoraba libros como demuestran algunas de las fotografías recogidas en el volumen. El material reunido en la presente edición, con un prólogo de Antonio Tabucchi, procede de los efectos personales que dejara la actriz tras su muerte en 1962, y fue Lee Strasberg quien durante años guardara el material hasta que pasó a manos de su tercera esposa, Anna, quien los custodiaría durante años. Además de los escritos, la sala Christie subastaría ropa, cosméticos, fotos y otros documentos que no han aparecido en este libro.
       Fragmentos se edita y aparece en las librerías del mundo casi simultáneamente, y en la versión en español se reproducen los textos originales en inglés con su respectiva traducción. Se han editado en un orden cronológico, y cuando en los textos se advierte una palabra en rojo, el editor ha corregido la ortografía o añadido cualquier otra palabra. En realidad, como afirman los editores, esta recopilación nos descubre a una joven que no se daba por satisfecha con las apariencias superficiales y buscaba a través de sus sentimientos la verdadera razón de una tormentosa existencia, refugiándose en la lectura (parece que su biblioteca personal contenía más de cuatrocientos volúmenes), y en personas como Lee Strasberg, a cuyas clases empezó a asistir en 1955, con apenas treinta años, y con el que mantuvo una estrecha amistad y del que aprendería mucho, sobre todo por los métodos que empleaba el maestro: el autosicoanálisis para que el actor sacara de sí los recuerdos y llegara a un autoconocimiento que le llevarían a proyectar mejor los personajes a interpretar. En una entrevista fechada en 1960, el periodista francés, Georges Belmont, le preguntaba a Marilyn por los comienzos de su carrera, y sus notables ausencias en galas y fiestas, ella respondió que, ¡sencillamente, estaba en la escuela! No había completado su formación y asistía a las clases nocturnas de la Universidad de Los Ángeles. De día hacía papelitos en el cine, de noche asistía a clases de Historia, Literatura e Historia de los Estados Unidos. En aquellos momentos leyó clásicos como Milton, Dostoievski y Whitman, así como modernos, Hemingway, Beckett, Kerouac. El dramaturgo Arthur Miller desempeñaría, años después, un papel importante recomendándole nuevas lecturas: la biografía de Abraham Lincoln, de Carl Sandburg, aunque se vanagloriaba de haber leído en 1952, el Ulises, de James Joyce. En estos poemas, en estos papeles, los editores señalan, Marilyn está más viva que nunca.
       ¿Cómo habría sido la historia si Marilyn, en lugar de poseer esa extraordinaria belleza que la hizo famosa para el cine, hubiese sido una mujer de aspecto corriente? —se pregunta Tabucchi en el prólogo. El narrador italiano la compara con Silvia Plath, quien afirma haberse suicidado porque era demasiado sensible y demasiado inteligente. Quizá tras la lectura de este libro, la imagen de Marilyn en el mundo haya cambiado por completo porque estas páginas esconden unos sentimientos que pocos sospechaban. Como afirma Tabucchi, en realidad, estos documentos revelan la complejidad de un alma que se encontraba detrás de una imagen. Poemas, cartas, apuntes y diarios íntimos, notas tomadas al azar, completan la imagen de un bello rostro y radiante.  «Conjugar su apariencia visible —escribe el italiano— con lo que se escondía detrás hace su rostro y su cuerpo aún más hermosos, aún más digna de ensueño».
       Una «Nota personal», de 1943, sirve de inicio de Fragmentos, seis páginas escritas a máquina en la que relata su relación con James Dougherty, acompaña una foto de ambos en Catalina Island, otoño de 1943. En ella se plantea interrogantes sobre el matrimonio, sobre sus expectativas futuras, o se vislumbran desilusiones desde las primeras líneas. Sigue un apartado titulado, «Poemas sin fecha», aunque calificados como «faltos de maestría», para ella, sin duda, estos pequeños textos, poemas o esbozos, simplemente, le permitían expresar sensaciones, deseos o frustraciones, porque como llegó a firmar, Arthur Miller, para sobrevivir, tendría que haber sido más cínica o estado más cerca de la realidad. Pequeños apuntes acerca de la vida, anotaciones sobre la muerte, la soledad, el hastío, sobre hojas sueltas o en papel de hotel. De los años 50, data un cuaderno negro «Record», con ciento cincuenta páginas de las que utilizó doce, en distintas épocas, en las primeras arranca con un desesperado, ¡Sola!, y reflexiona sobre el miedo, diversas sensaciones, y probablemente, anotaciones sobre sus clases de teatro, escenas de películas, incluso abundantes notas sobre aspectos del Renacimiento, puntualizaciones sobre un libro de esa época. Otro cuaderno, de la misma marca, corresponde a 1955, solo utiliza las primeras páginas, aunque han desaparecido la tercera y la cuarta. Puede que daten de sus primeros contactos con Lee Strasberg porque en sus reflexiones lleva a cabo un esfuerzo de introspección, vuelve una y otra vez sobre una infancia plagada de miedos, y el recuerdo de su tía Ida Martin que la obligaba a considerar la vida con un profundo sentimiento de culpa. Por algunas de estas notas, se supone que habría empezado el psicoanálisis: subraya la tendencia a olvidar. Marilyn se alojará durante unos meses en el Waldorf-Astoria de Nueva York a donde ha decidido trasladarse para crear su propia productora junto a Milton Green. Las notas, en esta edición, corresponden a hojas sueltas con el membrete del famoso hotel, un largo poema en prosa, notas sobre las charlas de Strasberg, y una lista de frases que son títulos de canciones, documentos con alguna discontinuidad. La «Agenda Italiana» corresponde a 1955 o 1956, recoge varias hojas con inscripciones de color verde en italiano y ellas Marilyn escribe lo que se le ocurre, entonces su relación con el dramaturgo Miller parece idílica.
       Tras la celebración del matrimonio Miller-Monroe, se trasladan a Londres donde rodará El príncipe y la corista, película de Laurence Olivier. Se alojaron en el Parkside House, y todo funciona bien hasta que la actriz descubre un diario de su marido donde este anota su decepción con respecto a ella. Las notas de «Roxbury» (1958) son de un tono especialmente desencantado, sigue el «Livewire» de color rojo del mismo año, trabaja en los proyectos de El ruido y la furia, aunque pronto le llega la propuesta de Billy Wilder, Con faldas y a lo loco, para cuyo rodaje se traslada a Los Ángeles, en julio. Allí utilizará cinco páginas de este cuaderno de espiral. Abundantes «Fragmentos y Notas» sin orden ni concierto en hojas sueltas, sobres, tarjetas, páginas de directorio dan muestra de su capacidad de observación, automotivación o introspección. En su vida cotidiana, frente a la imagen de mujer desordenada y caótica, Marilyn Monroe se ocupa de ciertos aspectos con mucha meticulosidad: decorar una casa, cenas de cumpleaños, decoración de mesas, equipamientos de cuartos de baño y, además, le encantaba cocinar y para eso anotaba recetas e ingredientes. Diversas cartas a los Strasberg, a la doctora Hohenberg, al doctor Greenson y una entrevista a la que responde por escrito (1962) completan estos Fragmentos. Algunas de las portadas de sus libros y su foto preferida completan el volumen y el «Elogio fúnebre» de Strasberg, fechado el 9 de agosto de 1962, desvela que la Marilyn que conocieron sus amigos era una «persona cálida, impulsiva, tímida y solitaria, sensible y temerosa del rechazo, pero siempre ávida de vivir y de alcanzar la plenitud. 

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