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miércoles, 27 de septiembre de 2017

Soledad Puértolas



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TRÁNSITOS
              
       La crítica, sobre todo, la universitaria tiende a arrojar sombras sobre aquellos autores que gozan de un merecido prestigio, y publican periódicamente sus libros. Lo último leído, a propósito, de Soledad Puértolas (Zaragoza, 1947), consagrada narradora con once títulos, cinco volúmenes de cuentos, textos autobiográficos y ensayos, e incursiones en el mundo juvenil. Compañeras de viaje (2010), su nueva entrega, no añade nada esencial a la literatura de la zaragozana, afirmaba recientemente y con rotundidad un afamado crítico. El libro reúne quince relatos, de una variada extensión y de una paralela intensidad narrativa. Protagonizados por mujeres que evocan algún viaje realizado, junto a sus maridos o acompañantes esporádicos, estas historias pretenden ahondar en una psicología femenina relegando, lo masculino, a un papel secundario, sin que deba verse oportunismo alguno en una sociedad mediatizada por los medios, y por un Ministerio de Igualdad, de fondo. Sobresale en algunos cuentos una clara visión seudo autobiográfica, según manifiesta la propia narradora, el mejor ejemplo, «Otoño de 1968», el resto, recoge una miscelánea con vivencias ajenas. 
               El anecdotario con que se construyen estas historias es lo suficientemente rico, mezcla de ficción y de realidad calculada, sin duda, por la narradora, cuando reescribía episodios de los acontecimientos que caracterizaron estos viajes, mitad diversión y trabajo y que, de alguna manera, se confundieron en una memoria que los relegó al olvido y, con el paso del tiempo, aparecen convertidos en literatura. Estructuralmente, se trata de relatos de corte clásico, abundan minúsculos detalles de observación, escasa información y una excesiva introspección que permite abundantes reflexiones femeninas de las que se vale Soledad Puértolas para cuestionar nuestro papel en la vida. Lo curioso es que, estas mujeres, se convierten en personajes secundarios dada su condición de acompañantes, leáse «Comida coreana», algo que les permite tomar notas de sus relaciones o admirar lugares y ciudades como París, Londres, Nantes, Seúl, una ciudad noruega, incluso en las vacaciones familiares al uso. En ocasiones, visto desde la suficiente distancia, esas amistades se rompen porque los hilos que tejían las circunstancias de los implicados partían de detalles tan insignificantes y poco edificantes que el tiempo los ha puesto en su sitio, ejemplo de la amistad entre dos mujeres, entonces inquebrantable, como alma femenina «Pulseras». Todos los relatos comparten una misma estructura narrativa: surge el viaje, llegan a una ciudad desconocida, se quedan solas y deambulan en busca de una identidad porque es entonces cuando se sienten meros espejos sociales. Por otra parte, Soledad Puértolas se mantiene fiel a esa fina ironía que caracteriza sus textos, o su compromiso con ese frustrante mundo que vivió en su juventud y que ahora, en forma de literatura, recupera convertido en la metáfora de un tránsito mejorado, resultado de esa otra perspectiva que otorga un viaje, concebido, además, como esa bitácora de un mundo interior siempre por descubrir.







COMPAÑERAS DE VIAJE
Soledad Puértolas
Barcelona, Anagrama, 2010

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