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TRÁNSITOS
La crítica, sobre todo, la universitaria
tiende a arrojar sombras sobre aquellos autores que gozan de un merecido
prestigio, y publican periódicamente sus libros. Lo último leído, a propósito,
de Soledad Puértolas (Zaragoza, 1947), consagrada narradora con once títulos,
cinco volúmenes de cuentos, textos autobiográficos y ensayos, e incursiones en
el mundo juvenil. Compañeras de viaje (2010), su nueva entrega, no añade
nada esencial a la literatura de la zaragozana, afirmaba recientemente y con
rotundidad un afamado crítico. El libro reúne quince relatos, de una variada
extensión y de una paralela intensidad narrativa. Protagonizados por mujeres
que evocan algún viaje realizado, junto a sus maridos o acompañantes
esporádicos, estas historias pretenden ahondar en una psicología femenina
relegando, lo masculino, a un papel secundario, sin que deba verse oportunismo
alguno en una sociedad mediatizada por los medios, y por un Ministerio de
Igualdad, de fondo. Sobresale en algunos cuentos una clara visión seudo
autobiográfica, según manifiesta la propia narradora, el mejor ejemplo, «Otoño
de 1968», el resto, recoge una miscelánea con vivencias ajenas.
El anecdotario con que se
construyen estas historias es lo suficientemente rico, mezcla de ficción y de
realidad calculada, sin duda, por la narradora, cuando reescribía episodios de
los acontecimientos que caracterizaron estos viajes, mitad diversión y trabajo
y que, de alguna manera, se confundieron en una memoria que los relegó al
olvido y, con el paso del tiempo, aparecen convertidos en literatura.
Estructuralmente, se trata de relatos de corte clásico, abundan minúsculos
detalles de observación, escasa información y una excesiva introspección que
permite abundantes reflexiones femeninas de las que se vale Soledad Puértolas
para cuestionar nuestro papel en la vida. Lo curioso es que, estas mujeres, se
convierten en personajes secundarios dada su condición de acompañantes, leáse
«Comida coreana», algo que les permite tomar notas de sus relaciones o admirar
lugares y ciudades como París, Londres, Nantes, Seúl, una ciudad noruega,
incluso en las vacaciones familiares al uso. En ocasiones, visto desde la
suficiente distancia, esas amistades se rompen porque los hilos que tejían las
circunstancias de los implicados partían de detalles tan insignificantes y poco
edificantes que el tiempo los ha puesto en su sitio, ejemplo de la amistad
entre dos mujeres, entonces inquebrantable, como alma femenina «Pulseras».
Todos los relatos comparten una misma estructura narrativa: surge el viaje,
llegan a una ciudad desconocida, se quedan solas y deambulan en busca de una
identidad porque es entonces cuando se sienten meros espejos sociales. Por otra
parte, Soledad Puértolas se mantiene fiel a esa fina ironía que caracteriza sus
textos, o su compromiso con ese frustrante mundo que vivió en su juventud y que
ahora, en forma de literatura, recupera convertido en la metáfora de un
tránsito mejorado, resultado de esa otra perspectiva que otorga un viaje,
concebido, además, como esa bitácora de un mundo interior siempre por
descubrir.
COMPAÑERAS
DE VIAJE
Soledad
Puértolas
Barcelona,
Anagrama, 2010
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