Cecilia Dreymüller sostiene, en un
minucioso estudio, que 1968 es el momento en que se invierten, en gran medida,
los diferentes sentidos en que evolucionan las literaturas en lengua alemana.
Será en la parte occidental: la
RFA, Austria y Suiza, donde se produce una gran politización,
se expande un fervor generalizado de cambio social, y se cuestiona cualquier
estética literaria. Surgirá una prolongada fase de crisis, fruto del escepticismo
respecto a los alcances propios del lenguaje y, sobre todo, a niveles
ideológicos. La literatura resultante centra su atención en el individuo, en
mitad de un desilusionado ambiente, cuenta experiencias estrictamente
personales, incluye frustraciones pequeño-burguesas, o muestra la escasez de
estímulos existenciales, focalizado todo tanto en espacios urbanos como
paisajes rurales. Las primeras publicaciones de Heinrich Böll son breves
relatos centrados en el trauma bélico reunidos en Caminante, si llegas a
Spa...(1950), que delatan a un autor todavía inseguro que tantea su
herramienta en busca de ese «lenguaje habitable en un país habitable. Cuando se
habla de literatura escrita en alemán habrá que tener en cuenta las
aportaciones de la
República Democrática Alemana, de la Federal y, por extensión,
las de Austria y Suiza, relevantes para el contexto en lengua germana.
El suizo Peter Stamm (Weinfelden, 1963)
afirma que, generalmente, alcanza un determinado estado de ánimo cuando
escribe, y a través de ese sentimiento le surge el lenguaje. El tono esencial
de su escritura ilustra a un individuo cuando se expone a lo desconocido, de
ahí que su literatura, sus novelas y sus relatos, describan momentos en los que
todo puede ser posible, y entre las muy notables características de su prosa,
el paisaje surge con paralela fuerza, cobra inusual presencia en sus cuentos,
que resultan tan áridos y frágiles como se dilucida por la extremada precisión
y la fuerza del lenguaje empleado, por sus acertadas y milimétricas descripciones.
Sencillez y una inteligible capacidad para construir ambientes, resumen aún más
estos relatos.
El cuento, puntualicemos con certeza, es
de los géneros narrativos que atesora seguidores definidos y concretos, baste
citar legiones de devotos de autores como Cheever, Carver, Handke, Ford y,
aventuramos, con cierta convicción, que tras leer las colecciones de Stamm, los
indecisos, se reconciliarán con una literatura que explora ese camino y oscila
entre la simple reacción de unos hechos contados, al grado máximo de los
mismos, para llegar a través de un lenguaje minimalista a una obsesiva y
sorprende verdad, la que mueve el mundo: las reacciones humanas. En una
colección como Lluvia de hielo (1999), Stamm reflexionaba acerca de los
conceptos de creación y tradición, sin embargo, En jardines ajenos
(2003), ofrecía esa otra realidad paralela que da forma y sentido a nuestro yo
más cercano; ahora se publica en España, Los voladores (2008), un
conjunto de doce relatos tan escuetos y fríos como algunos de los anteriores,
con una salvedad: en los presentes, ofrece estímulos o reacciones que en sus
personajes conllevan una obsesiva reacción, como se cuenta acerca de una
educadora, «La expectativa», que intima con su vecino, bastante más joven, y lo
convierte en objeto de su deseo, un excelente relato que abre la colección, y
termina, gradualmente, elevando la tensión tanto por el desenlace como por la
fuerza en intensidad del lenguaje empleado; casi la misma intensidad sexual que
en el final anterior, se percibe en «La ofensa», la relación de dos jóvenes que
descubren cierta dependencia emocional, lésbica, con continuas insinuaciones
sexuales; y en este mismo sentido temático se incluye, «Tres hermanas». Las
expectativas de Bruno en el cuento «El resultado», la tensa espera de un
diagnóstico clínico, se resuelven al final, con un escueto, «Pero no será nada.
Seguro que no»; y a idéntica conclusión llegará Angelika en «Los voladores»
cuando tras verse obligada a cuidar al niño Dominic, dé por finalizada su relación
con Benno, y el narrador ofrezca la imagen concluyente de la joven sentada en
el inodoro, con el rostro oculto entre las manos, sentido de esa incomunicación
con la que Stamm mide el pulso real de una sociedad, cuya convivencia, en
pareja, cualesquiera sea su condición, se aleja cada vez más de la huidiza
placidez de las relaciones humanas, por ese otro intrínseco malestar, y la
levedad que soportamos en un zafio mundo contemporáneo. Es así como lo ve la
anciana de «La carta» que descubre, bastantes años después de la muerte del
marido, las cartas que este envió a una joven amante, hecho que la obliga a
explorar la verdadera naturaleza de los sentimientos de toda una existencia, lo
nunca contado y que ahora se vuelve realidad en una muy extensa carta al marido
fallecido.
Los personajes de Stamm tienen el
privilegio de intentar convivir en la más absoluta cotidianidad, no se les
exigen reacciones extraordinarias, ni deben mostrar actitudes de héroes, pese a
las angustiosas situaciones sufridas, aunque en ocasiones logran salir indemnes
del dolor que les causa su melancólica circunstancia. Sirva el ejemplo más
poético del conjunto, «A los campos hay que acudir...», escrito en segunda
persona, ciclo vital con que cierra el escritor suizo Los voladores. Cuenta
la vida de un artista que aun en el fracaso de su arte, logra triunfar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario