Juan
Jacinto Muñoz Rengel
El gran imaginador (2016) es su última novela
publicada y asegura que “seguirá buscando aún esa gran obra, la gran obra a la
que todos aspiramos, como un horizonte imposible de alcanzar pero que incita al
movimiento”.
Juan Jacinto
Muñoz Rengel (Málaga, 1974) es autor de las novelas El asesino hipocondríaco (Plaza & Janés, 2012) y El sueño del otro (Plaza & Janés,
2013) y, de la colección de microrrelatos El
libro de los pequeños milagros (Páginas de Espuma, 2013), de los libros de
relatos De mecánica y alquimia (Salto
de Página, 2009), Premio Ignotus al mejor libro de cuentos del año, y 88 Mill Lane (2006). Ha coordinado y
prologado las antologías de narrativa breve La
realidad quebradiza (Páginas de Espuma, 2012), Perturbaciones (Salto de Página, 2009) y Ficción Sur (Traspiés, 2008). Ha sido incluido en las tres
antologías de referencia de su generación: Cuento
español actual (Editorial Cátedra, 2014), Pequeñas Resistencias (Páginas de Espuma, 2010) y Siglo XXI (Menoscuarto, 2010). Traducido
al inglés, al francés, al italiano, al griego y al ruso, ha publicado
recientemente, El gran imaginador
(Plaza & Janés, 2016), que ha obtenido el Premio a la Mejor Novela en
castellano 2017 del Festival Celsius.
¿Está usted
enfermo por derrochar tanta imaginación?
Mi
protagonista desde luego es un enfermo de imaginación, un enfermo de
literatura. Creo que yo, al menos, comparto con él la enfermedad. Aunque poseer
la imaginación de Nikolaos Popoulos es imposible: la suya no tiene límites, la suya
es más grande que todo lo que hayamos conocido y que este propio universo, y es
capaz de anticipar todos los futuribles y sus opuestos. Por otra parte, aunque
hay autores que intentan economizar sus ideas, para mí derrochar no puede ser
nunca poner negro sobre blanco una historia, derrochar la imaginación es dejar
que se pierda o quedártela para ti.
¿La Historia puede
convertirse en una aventura imaginaria?
La Historia es una aventura imaginaria. Como todo lo
que hace el hombre, su historia es ficcional, como la religión (que proyecta),
la filosofía (que especula) o la ciencia (que funciona con hipótesis). La
inteligencia humana no puede hacer otra cosa que utilizar la imaginación y la
metáfora para relacionarse con el mundo.
¿Necesitamos
buscarle esos recovecos a la historia con mayúscula?
Por supuesto,
en todo relato humano siempre conviven todo tipo de imperfecciones, desde la
subjetividad a la falsificación. Por eso la historia, que por definición se
escribe siempre después de los hechos, debe ser siempre una y otra vez
revisada. Sobre todo cuando hay intereses políticos, religiosos o económicos en
juego. Los Estados son muy dados a reescribir su historia. Esta fue la razón
que me hizo interesarme por el siglo XVI, en los inicios de la modernidad y con
el auge de la imprenta comienza el verdadero movimiento falsificador a gran
escala.
¿Esta nueva
novela, El gran imaginador (2016), es
su deuda con el maestro Cervantes?
El gran imaginador es muchas cosas.
Pero, sin duda, en primer lugar es un homenaje al Quijote, que supuso el origen
de la novela moderna. E incluso, diría, un intento de explicar —desde la
imaginación— cómo fue posible que alguien como Cervantes escribiera algo tan
adelantado a su época. Un intento de comprender cómo funcionan los mecanismos
creativos del genio. Por eso, muchos pasajes de mi novela pueden leerse como
precuelas del Quijote.
Se lo pregunto
porque, la imaginación de la novela parece la misma empleada por el autor de El
Quijote, ¿es así?
Esa era la
intención, desde luego. Cervantes consigue aunar en su obra maestra toda clase de
géneros, desde las aventuras de caballería o la parodia hasta la novela
pastoril, desde los relatos breves o los poemas hasta la metaficción. Y lo hace
además con un enorme despliegue de imaginación fabulosa y de sentido del humor.
Dos elementos que en la literatura española, tan dada a los complejos, parecen
haber desaparecido. Cuando empecé a escribir El gran imaginador me planteé cuáles serían los géneros que
fusionaría Cervantes hoy, e hice mi propia apuesta: las aventuras, sí, pero
también la literatura fantástica, la ciencia ficción, la literatura de terror, el
realismo mágico, la intertextualidad y el trasfondo histórico.
La imagen que
proyectan sus protagonistas, Popoulos y Phanerotis, ¿son tal vez una suerte de
don Quijote y Sancho?
Exacto. Dos
amigos que se ven obligados a recorrer los Balcanes en busca de un desaparecido
pelo de la barba de Mahoma, por orden del sultán Solimán el Magnífico. Aunque
en mi novela se invierten sus figuras: Popoulos, que cabalga sobre la montura
más alta y escuálida, es tan rechoncho que la desborda; y al flaco Phanerotis,
sobre su mula, los pies le arrastran por el suelo.
¿El gran imaginador parte de una historia
real con una buena dosis de imaginación?
Hay muchas
historias reales en la novela, sí. He intentado que todos los datos históricos
estén ampliamente contrastados. Y también los pequeños detalles, desde el
nombre de una calle en la
Atenas otomana, el tejido de una prenda o una frase hecha,
hasta la moneda que tanto cambiaba en ese momento apenas te desplazabas en una
región. Sin embargo, al mismo tiempo, esta novela es un juego entre realidad y
ficción. Una reflexión acerca de cómo tanto el autor como el lector
contemporáneos deben entender la naturaleza y el funcionamiento de las
ficciones.
El humor, la
magia y el encantamiento pueblan las páginas de esta novela, ¿qué reivindica
usted, realmente?
Reivindico
algo muy sencillo: si todo el constructo humano de la realidad es ficción, si
el mundo lo hemos construido nosotros a nuestra medida, ¿por qué no hacer que
esta realidad humana y ficcional sea un poco más agradable para nosotros? ¿Por
qué no hacerla menos rigurosa, dotarla de cierta magia, de cierto encanto, que
nos permitan vivir con más alegría?
¿Qué le falta,
según su opinión, a la narrativa contemporánea?
Le falta justo
eso: humor, fantasía y géneros de la imaginación. Es cierto que esta situación
está cambiando a pasos agigantados. Pero a la literatura española le siguen
faltando en gran medida estos componentes. La visión del crítico literario
sigue siendo más rígida ante ciertos temas cuando la obra es española que
cuando la firma un autor extranjero. Y necesitamos lograr cuanto antes una
literatura realmente desprejuiciada.
¿Cómo se puede
viajar con un mapa en la mano?
Las paredes de
mi dormitorio han estado llenas de mapas durante muchos años. Así que me sé de
memoria todo lo que queda del lado oriental del Mediterráneo. Las islas
griegas, el Monte Athos, Malta, Estambul, toda Rumelia, desde Albania o Serbia
hasta la Croacia
de los piratas uscoques, Valaquia, Transilvania o la alquímica Praga del gólem
son solo algunos de los escenarios de la historia de Popoulos.
¿Admite usted
algún tipo de deuda con Las mil y una
noches?
Claro que sí. Sobre
todo porque El gran imaginador está
escrita como un puente entre Oriente y Occidente. Como un reconocimiento a la
deuda que tenemos con el Imperio Otomano, en particular, y con el mundo
musulmán, en general, pese a que no nos guste admitirlo. Nuestra cultura y
nuestro imaginario literario no serían los mismos sin esta influencia, y los
cuentos de Las mil y una noches están
sin duda presentes en todos nosotros.
¿Siguen
existiendo escritores secretos?
A patadas. Si
algo se ha conseguido con la enorme producción de títulos, desde que el mercado
se apropió del hecho literario, con la democratización de la literatura que
permite publicar a todo el mundo, con las nuevas tecnologías en la era de la
información, es que ahora todos seamos escritores secretos. Como todo el mundo
escribe, nadie lee. Puedes escribir la barbaridad más extrema, revelar todos
tus íntimos secretos, que estarán a salvo dentro de un libro. A nadie le
importa lo que haya dentro de un libro.
¿Ha
conseguido, finalmente, esa gran obra que planeaba escribir?
He conseguido escribir
todo lo que tenía planeado, lo he logrado encajar todo más allá incluso de lo
que podía esperar. Sin embargo, seguiré buscando aún esa gran obra, la gran
obra a la que todos aspiramos, como un horizonte imposible de alcanzar pero que
incita al movimiento.
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