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ANIQUILACIÓN
Ricardo Menéndez Salmón
cierra con El corrector (2009) una trilogía sobre el horror que había
comenzado con La ofensa (2007), una novela que sorprendió, quizá sea lo
mejor del autor, porque en ese texto se realizaba una reinterpretación acerca
de hecatombes mundiales, proseguía con Derrumbe (2008), donde, desde una
perspectiva distinta, se interrogaba sobre nuestros miedos, tanto los
presentidos como los imaginarios, o sobre la crueldad, la violencia y el dolor,
y así continuaba su ensayada visión sobre el concepto del mal. En esta ocasión
concibe una historia en la que un implacable narrador, un yo consciente en todo
momento, cuenta en primera persona, el presente vivido, el relato del horror
vivido el 11 de marzo de 2004, los atentados terroristas cometidos en las
estaciones de Atocha, Santa Eugenia y el Pozo del Tío Raimundo, de Madrid, pero
más que una crónica se convierte, sobre todo, en un repaso de las suposiciones,
medias verdades y mentiras que siguieron al suceso por parte de los políticos y
autoridades españolas de la época.
Vladimir se encuentra corrigiendo las
galeradas de Los demonios, de Fedor Dostoievski, la mañana en que el
primer tren saltó por los aires y un aluvión de sangre, cólera y miedo se
expandía por el centro de Madrid, cuando Uribesalgo le comunica la noticia por
teléfono: el primero, sorprendido, abre su ventana para que entre el mar en su
estudio, el segundo continúa con su relato desde la capital del país. Nuevas
llamadas se suceden en las siguientes páginas, en un angustioso avanzar en la
jornada: la madre del narrador que se interesa por su seguridad y, sobre todo,
llama Robayna, su mejor amigo, que desde hace cinco años vive en Madrid y se
convierte en la mirada atenta en la distancia. Quizá esta, y no otra de la
trilogía, sea la novela de mayor implicación de Menéndez Salmón con la
sociedad, por esa tabla de salvación que le supone al asturiano el mundo de la
literatura tanto cuando es capaz de realizar autorreferencias como cuando
consigue crear una estética en torno al relato que está contando. Y aquí se
reflexiona y se denuncia en torno a la monstruosidad y el sinsentido de algunos
aspectos y actitudes de esta vida, aunque sintamos esa necesidad de
corregirnos, de reescribir nuestra existencia precisamente, a través del amor
y, como es habitual en la ficción, este sentimiento cobra la suficiente
importancia para que en estas páginas se relacione el mundo privado de Zoe y de
Vlad, desde el difícil punto de vista que conlleva la convivencia de los
artistas.
La vida como historia de esa crónica de
sucesos con aires redentores que rememoran la mejor prosa del austríaco
Bernhard y matizan, de alguna manera, nuestra esperanza para sobrevivir al
dolor de las heridas, a todos los problemas con que nos aqueja el mal, a esa
especie de sortilegio que convierte en tinieblas nuestros corazones aunque con
la esperanza de sobrevivir a cualquier aniquilación.
EL
CORRECTOR
Ricardo Menéndez
Salmón
Barcelona,
Seix-Barral, 2009
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