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ENTRE CULEBRAS Y EXTRAÑOS
¡Qué diablos pasa
con la narrativa española contemporánea! Pues eso, nada significativamente
hablando, que aun nos sigue dando sorpresas, que goza de una salud excelente, y
pese a dimes y diretes, seguimos descubriendo buenas novelas, y estupendos
novelistas, unos de reconocido prestigio, o aquellos que aun publicando a un
buen ritmo, siguen sin ser descubiertos, o poco interesan a un público lector
mayor.
Celso Castro (A Coruña, 1957) publicaba su
primera novela, De las cornisas (1995),
y progresivamente, Dos noches (2001),
El cerco de beatrice (2007), El afinador de habitaciones (2010) y Astillas (2011), y ahora Entre culebras y extraños (2015), una
hermosa y contundente historia aclamada por singulares lectores como Enrique
Vila-Matas o Álvaro Colomer y que, aun a riesgos de no equivocarnos, podríamos
calificarla de un texto profundamente literario en el amplio sentido de la
palabra, una novela proporcionalmente ajustada a su breve contenido y extensión,
narrada por un adolescente que cuenta a un interlocutor sin identificar la
traumática experiencia en una familia que esconde muchos secretos que
condicionan la vida presente del narrador y lo envuelven en una traumática
visión de la vida y de la muerte, y, por añadidura, de su efervescente concepto
del amor.
El joven es un enfermo, convalece de una
tuberculosis, y todo a su alrededor resulta igual de enfermizo que el
protagonista, solamente se salva de esa mediocridad su amada Sofía, cuya relación,
a medida que avanza el relato, sabremos que está condenada por ese tabú social
que implica la sangre. Y luego, esa necesidad de contar su historia a un
anónimo con abundantes apelaciones directas que dosifican su curiosa dilatada
experiencia porque el joven es lector habitual de Schopenhauer, Nietzsche y
Kierkegaard, y reflexiona abundantemente porque Castro construye un texto
monodialogando y utiliza constantemente la función apelativa del lenguaje para
llamar la atención de su interlocutor, y así asegurarse en continuo contacto a
lo largo de su predicación, y como es habitual en este tipo de narraciones todo
fluye con una naturalidad asombrosa porque el escritor ha impuesto un ritmo
adecuado en el que, perceptivamente, llama la atención la ausencia de mayúsculas
y la ausencia de sangrados aunque no evita los capítulos al uso, aunque eso sí
manteniendo los signos de puntuación
requeridos y breves espacios en blanco que procuran aliviar el monólogo de las
escenas seguidas. Sin duda, la ausencia de signos procura al texto un mayor
subjetivismo, una voz lírica que en su pretensión de traducirse en oral aporta
una visión propia del narrador y, en ocasiones, sacude nuestras conciencias y
la profundidad con que el narrador trata algunos de sus temas recurrentes a lo
largo de la novela, muerte, amor, filosofía de la existencia o la vida.
Dividida en dos grandes partes,
estructuralmente en el primero intensifica su visión sobre el repentino
fallecimiento del padre, y en la segunda su visión del amor prohibido con
Sofía, sin que en ambos casos podamos localizar temporal o espacialmente la
historia aunque la referencia a La
Coruña es reconocible en algunos párrafos. Del resto de la
novela, sobresale esa atormentada visión de la vida contemplada desde la óptica
de un hiperestésico, y esa conciencia de culpa permanente que lo atormenta en
ese evidente proceso de la adolescencia a la madurez, visto como un doloroso
tránsito.
ENTRE CULEBRAS Y
EXTRAÑOS
Celso Castro
Barcelona,
Destino, 2015; 160 págs.
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