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viernes, 11 de septiembre de 2015

Celso Castro



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ENTRE CULEBRAS Y EXTRAÑOS



      ¡Qué diablos pasa con la narrativa española contemporánea! Pues eso, nada significativamente hablando, que aun nos sigue dando sorpresas, que goza de una salud excelente, y pese a dimes y diretes, seguimos descubriendo buenas novelas, y estupendos novelistas, unos de reconocido prestigio, o aquellos que aun publicando a un buen ritmo, siguen sin ser descubiertos, o poco interesan a un público lector mayor.
        Celso Castro (A Coruña, 1957) publicaba su primera novela, De las cornisas (1995), y progresivamente, Dos noches (2001), El cerco de beatrice (2007), El afinador de habitaciones (2010) y Astillas (2011), y ahora Entre culebras y extraños (2015), una hermosa y contundente historia aclamada por singulares lectores como Enrique Vila-Matas o Álvaro Colomer y que, aun a riesgos de no equivocarnos, podríamos calificarla de un texto profundamente literario en el amplio sentido de la palabra, una novela proporcionalmente ajustada a su breve contenido y extensión, narrada por un adolescente que cuenta a un interlocutor sin identificar la traumática experiencia en una familia que esconde muchos secretos que condicionan la vida presente del narrador y lo envuelven en una traumática visión de la vida y de la muerte, y, por añadidura, de su efervescente concepto del amor.
        El joven es un enfermo, convalece de una tuberculosis, y todo a su alrededor resulta igual de enfermizo que el protagonista, solamente se salva de esa mediocridad su amada Sofía, cuya relación, a medida que avanza el relato, sabremos que está condenada por ese tabú social que implica la sangre. Y luego, esa necesidad de contar su historia a un anónimo con abundantes apelaciones directas que dosifican su curiosa dilatada experiencia porque el joven es lector habitual de Schopenhauer, Nietzsche y Kierkegaard, y reflexiona abundantemente porque Castro construye un texto monodialogando y utiliza constantemente la función apelativa del lenguaje para llamar la atención de su interlocutor, y así asegurarse en continuo contacto a lo largo de su predicación, y como es habitual en este tipo de narraciones todo fluye con una naturalidad asombrosa porque el escritor ha impuesto un ritmo adecuado en el que, perceptivamente, llama la atención la ausencia de mayúsculas y la ausencia de sangrados aunque no evita los capítulos al uso, aunque eso sí manteniendo los signos  de puntuación requeridos y breves espacios en blanco que procuran aliviar el monólogo de las escenas seguidas. Sin duda, la ausencia de signos procura al texto un mayor subjetivismo, una voz lírica que en su pretensión de traducirse en oral aporta una visión propia del narrador y, en ocasiones, sacude nuestras conciencias y la profundidad con que el narrador trata algunos de sus temas recurrentes a lo largo de la novela, muerte, amor, filosofía de la existencia o la vida.
        Dividida en dos grandes partes, estructuralmente en el primero intensifica su visión sobre el repentino fallecimiento del padre, y en la segunda su visión del amor prohibido con Sofía, sin que en ambos casos podamos localizar temporal o espacialmente la historia aunque la referencia a La Coruña es reconocible en algunos párrafos. Del resto de la novela, sobresale esa atormentada visión de la vida contemplada desde la óptica de un hiperestésico, y esa conciencia de culpa permanente que lo atormenta en ese evidente proceso de la adolescencia a la madurez, visto como un doloroso tránsito. 











ENTRE CULEBRAS Y EXTRAÑOS
Celso Castro
Barcelona, Destino, 2015; 160 págs.


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