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lunes, 21 de septiembre de 2015

Desayuno con diamantes, 53



EL LIBRO DE LAS BRUJAS ESPAÑOLAS

  El mundo de las brujas, hadas, hechiceras, en un libro singular publicado por Siruela, en su colección Las Tres Edades, firmado por Ana Cristina Herreros, especialista en literatura tradicional.



       Sostiene Ana Cristina Herreros que no existen grandes diferencias entre brujas, hadas y hechiceras, todas pueden ser buenas o malas, sin embargo, no es lo mismo una malvada bruja que un hada bondadosa. Como todo el mundo sabe, la distinción obedece a unos criterios que simplifican las cosas en los cuentos y leyendas, además alimentan la imaginación infantil. Sin embargo, hay una clara diferencia entre el mundo de las brujas, la mágica aparición de las hadas o las escalofriantes manifestaciones de las hechiceras. Así lo sostiene Joan Coromines (1905-1997) cuando cree que la palabra bruja designaba un fenómeno atmosférico borrascoso porque se las cree culpables de las tormentas y, únicamente, las campanas de una iglesia podría hacer caer a la bruja aguacera,  y así disuadirla de su propósito destructor. La palabra bruja es común en las lenguas romances peninsulares, en los dialectos gascones y occitanos; hay quien piensa que significó «lechuza» por la similitud de los sonidos que emiten, y otros hablan del término brusciare, que significa quemar por su afición a bailar alrededor del fuego, incluso citan un vocablo celta, bruscius, traducido por agria, amarga, áspera, tosca, por el carácter de la misma.
        El término hechicera viene de «hacer», puesto que un hechizo es algo artificioso y alguien se vale de su saber y de su arte para realizar esos artificios mágicos. Quien ha estudiado y tipificado ampliamente estos seres es Julio Caro Baroja (1914-1995) que denominaba brujas a las mujeres con poderes en medios rurales y hechiceras a las del medio urbano, aunque es bien sabido que la mayoría de nuestros cuentos populares ocurren en los pueblos, los bosques, o esos lugares abandonados de la fantasía. El término hada procede del latín fata, plural de fatum, que ya se usaba para designar a la personificación femenina del Hado. La imagen más popular del hada procede de los libros de caballería medievales, en los que este ser femenino tenía poderes sobrenaturales e intervenía en los vida de los hombres, concediéndoles dones y deseos en su vida. El término gallego de fada equivale, según Ana Cristina Herreros, a lo relativo al «destino o suerte» y este puede ser bueno o malo; la moura palabra que proviene de moira, hija de la noche que teje y desteje el destino de los hombres, y no menos curioso el origen de la palabra meiga, que convive con bruxa, del latín magistra (maestra), y ha dado en castellano maga. La etimología nos lleva a relacionar la bruja con la naturaleza y, sin embargo, hechicera con alguien que se vale de sus artificios para conseguir lo que se propone, pero sería el hada quien interviene en el destino de los protagonistas de las historias narradas.
        En la antigua Grecia es fácil encontrar brujas, hadas, hechiceras y magas. En este Libro de las brujas españolas (2009), ilustrado magistralmente por Jesús Galbán, encontramos la explicación de las tres Grayas (Viejas), tres hermanas que nacieron viejas, con un solo ojo y un solo diente para las tres, vivían en el país de la noche, donde nunca sale el sol. Fueron las guardianas de custodiar el camino que conducía hasta la gorgona Medusa, características que se mantienen para las brujas malas. Medea es otra hechicera de la antigüedad, sobrina de Circe, aparecerá en la literatura alejandrina y griega. Prepara ungüentos, pociones que rejuvenecen y devuelven la vida, incluso convierte vestimentas en armas mortíferas. Las hadas tienen su pariente clásica en las Fata, que significa «palabra de Dios, de Diosa» por lo irrevocable del destino divino. Se les llama Fata a las Moiras griegas, a las Parcas romanas y a las Sibilas, profetisas encargadas de decir los oráculos del dios Apolo. Mucho tiempo después, las brujas, las hadas y las hechiceras siguen apareciendo en los cuentos contados a los niños, incluso en las leyendas que narran las mujeres cuando se reúnen al fresco en las puertas de sus casas. Personajes de la Odisea, un texto de unos 3.000 años de antigüedad, Medea o Polifemo, se extendieron por el Mediterráneo y sus historias, en versiones diferentes, se siguen narrando, poco importa que se parezcan a estos mitos, o sus posteriores secuelas. Consideramos monstruos o diablos, a aquello que no conocemos porque es ajeno, o diferente a nosotros, incluso, porque es un peligro para nuestra vida. La bruja es el paradigma de lo que causa miedo, tiene fuerza, poder e independencia, por eso, en ocasiones, son mujeres mayores que no dependen de nada ni de nadie, y así, la bruja y sus secuelas, son los personajes más apreciados por las abuelas para contar cuentos maravillosos relacionados con el mundo de estos seres extraordinarios.

      En Libro de las brujas españolas, de Ana Cristina Herreros, reúne 42 cuentos maravillosos en los que la bruja desempeña un papel muy importante, tanto en sus acciones como ayudante, incluso causante de ciertos problemas con los protagonistas de las historias. Algunos de los cuentos seleccionados vienen de la tradición europea de los hermanos Grimm, donde las brujas y las hadas, poblaron sus relatos que en nuestro país se tradujeron en las versiones diferentes de Blancanieves, La Bella Durmiente, una Cenicienta andaluza, o incluso una Rapunzel manchega. La compiladora organiza los cuentos por la zona donde se conocen, aunque hay que dudar de su exclusividad, puesto que tienen la facilidad de aparecer en diversos lugares: «Brujas mediterráneas», «Brujas atlánticas», «Brujas cantábricas», «Brujas pirenaicas» y «Brujas del interior», además de unas «Historias de brujas» vinculadas a un lugar concreto, que más bien son historias y no cuentos, propiamente dichos. Sus brujas están caracterizadas con rasgos físicos y morales opuestos a una buena mujer: sacan la lengua, ríen desvergonzadamente, miran con descaro y cogen lo que desean, salen de noche y se muestran por este y otros motivos, excesivamente frías. Son feas, con una cara llena de verrugas, y aspecto casi animal. En el norte de nuestro país se reúnen los sábados, en el «prado del macho cabrío», bailan desnudas, brincan descalzas, se revuelcan en el suelo, adoran al fuego, gritan y se ríen estrepitosamente; en ocasiones, los hombres suelen hacer de montura de estas criaturas, a los que golpean y fustigan. El diablo está presente, observa y sonríe alegremente, sopla un cuerno de buey y todas callan. Es entonces cuando dan cuenta de sus malas acciones de toda la semana: provocar todo tipo de fatalidades y accidentes, sembrar enfermedades, impedir bautizos y, sobre todo, antes de que acabe la noche y el aquelarre, deben besar el culo al diablo. Generalmente, siempre se muestran dañinas, matan animales de corral, hacen bailar a las mujeres toda la noche, tiran de la cama a los curas, o pican los ojos a los bueyes; los humanos inventan remedios para librarse del poder de estos seres: clavan monedas por un lado de la cruz, las golpean con un ramo de laurel, les quitan la ropa cuando se convierten en algún animal, o les ponen encima una moneda con la cruz hacia arriba, que les impide vestirse y recuperar su figura de mujer, le rompen una pata al animal en que se han convertido, dejan abierto un misal y dibujan en el suelo una cruz con unas tijeras para que no traspasen los umbrales. En ocasiones, se muestran amables: preparan bebedizos que nos hacen volar, calientan en una sartén grasas que se untan por el cuerpo y huyen en sus escobas: son las dueñas del aire, desatan los vientos y provocan tormentas.




      En general, estas son algunas de las descripciones que se ofrecen de la bruja, una aldeana vieja y pequeña, con pañuelo a la cabeza, mirada perspicaz y sabia, aunque abunda  vestida de negro, con gran sombrero, quemada en público, y hoy ofrece la imagen de una moderna Halloween, que proviene de la noche tradicional de Difuntos. Pero lo mejor, buenas o malas, según la literatura y el cine, son mujeres con mucho poder, con mucha sabiduría, con amplios conocimientos que usan a su antojo, en beneficio propio o ajeno, y eso se mire como se mire, asusta y mucho, y llámeseles como se quiera, brujas, hadas, hechiceras, todas tienen los mismos poderes.

Brujas
        El libro de Ana Cristina Herreros incluye una variedad sorprendente de brujas, entre las que podemos leer historias como, La Juana y el hada Mariana (Baleares), no un hada bondadosa sino una mujer que exige a su nuera Juana deseos imposibles; La joven de la nariz de tres palmos (Baleares), tres brujas agradecidas a un joven que les hace reír; La bruja que tenía cara de gato (Cataluña), un cuento que delata su condición a una bruja porque el gato es su mascota preferida; El rey durmiente y la bruja de la nariz ganchuda (Cataluña), el caso de un rey dormido por el encantamiento de una bruja; La varita de las tres virtudes (Comunidad Valenciana), cuya bruja se parece a una gitana; Lucerito y la bruja Coruja (Murcia), un nombre que se da mucho en los cuentos populares; El hada mala y la princesa fea (Murcia), un cuento que sucede en el país de las hadas, todas buenas y una sola mala que se enfada por no estar invitada al bautizo de las princesas gemelas; La bella durmiente (Murcia): trece hadas, un número bastante aciago, con poderes de adivinación, que son llamadas a palacio para predecir el destino de la princesa recién nacida; El hada de los tres deseos (Andalucía), un hada clásica con varita que, según la tradición, se suele llamar «varita de la virtud»; Mariquita y su hermanastra (Andalucía), protagonizado por tres mujeres que no se sabe si son hadas o brujas, aunque cada una da muestras de agradecimiento a Margarita con una gracia.

 

     De las brujas atlánticas, La bruja y el demonio (Galicia), «el diablo separa, con sus trucos, a una pareja», aunque en esta versión gallega, el maligno, se deja ayudar por una bruja; El niño y el silbato (Galicia), una mujer se encuentra con un niño en el monte, le da un silbato mágico que, al tocarlo, hace que vuelvan todas las ovejas a su lado y se pongan a bailar; Las meigas chuchonas (Galicia), curiosa la historia de dos brujas vampiras, madre e hija, a quienes les gusta la sangre y se les llama chuchonas porque succionan o chupan; La fuente de Ana Manana (Galicia), este personaje es una moura de la mitología griega que personifica el destino. Las moiras podían ser bondadosas o malignas, otorgan dones o los arrebatan, igual que el destino que personificaban; La Dama del monte das Croas (Galicia), se dice de esta Dama que es una mujer encantada por un gigante que custodia un tesoro; La bruja ciega y los hermanos abandonados en el monte (Canarias), extendido por Europa, los hermanos Grimm lo incluyen con el título de «Hansel y Gretel», conocido como «La casita de chocolate», protagonizado por un niño y una niña; El saco de verdades (Asturias), incluido en las Brujas cantábricas, cuenta la historia de una mujer con un niño en brazos que recuerda a la Virgen María, aunque narra el premio a la generosidad y la inteligencia, o el castigo a la búsqueda del propio interés; El pájaro que habla, el árbol que canta y el agua amarilla (Asturias), se dice de esta bruja que es «una mujer de encanto» y, con su poder, «encanta»; Las tres naranjas del amor (Asturias), una hechicera que pretende hacer reír a un príncipe que nunca lo hace, consigue lo propuesto, y aprende lo contrario: a llorar; La hija de la bruja (Asturias), una madrastra maldice a tres hermanos desobedientes que adoptan la figura de un cuervo durante siete años, así vivirán el resto de su vida; La cueva de la brujona  (Cantabria) es, en realidad, una anjana mala a quien recurre un padre porque su hija le ha desobedecido y pretende un encantamiento; La vieja que pedía posada (Cantabria), esta mujer vieja y hambrienta es una anjana buena, una bruja buena que se presenta bajo esta apariencia para revelar la verdad de los corazones de la gente; La hechicera y la vara de fresno (Cantabria), vive cerca de un lugar sagrado y hace labor propia de buenas mujeres: hila en rueca de oro y produce sonidos de pájaros; La señorita y el jándalo (Cantabria), se les llamaba jándalos a los jóvenes de la montaña de Cantabria que emigraban al sur de la Península buscando trabajo y una vida mejor; La bruja ladrona (País Vasco), deja como huella una mano negra, la misma que el diablo; La princesa sin brazos (País Vasco), una vieja bruja ingrata y maldecidora que habla mal de la protagonista a su padre; en las Brujas pirenaicas, la tradición recoge conocidos cuentos, como Belerna la hechicera y el príncipe de Montapollinos (Navarra), un gitano navarro cuenta el conocido cuento, «Blancaflor, la hija del diablo»; El zapatero y el aquelarre (Aragón), se repite la fórmula para volar y el uso del ungüento, ardid que se sigue proyectando en este tipo de relatos para que las brujas de Aragón acudan a las reuniones de Tolosa lo más rápido posible; La bruja y la hiel de serpiente (Cataluña), un cuento lleno de brujas y un rey está enfermo por el hechizo de una de ellas, aunque no se sabe quién ni por qué ha sido hechizado, solo podrá desaparecer la maldición si el rey se unta con hiel de serpiente; La gorra verde (Cataluña), narra las facultades de algunas mujeres para convertirse en animales poniéndose su piel, aunque aquí la bruja no se convierte en mujer porque se han llevado su ropa; Las tres princesas que se reían de todo (Cataluña), una vieja hechicera lanza una maldición a las princesas que se ríen de ella y no respetan su vejez. Por último, en las Brujas del interior, se reproducen versiones conocidas, Blancanieves y los siete ladrones (Castilla y León), que repite el cuento e incluye espejito mágico; Las siete princesas de las zapatillas rotas (Madrid),  El ama del diablo (Madrid), conocida versión de «Los tres pelos del diablo», Las hadas hilanderas (Castilla-La Mancha), son tres las que hilan, como las tres parcas de la mitología griega; o Lechedeburra (Extremadura), en este caso la vieja bien podría ser un hada porque vive en el fondo de un pozo.

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