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martes, 29 de septiembre de 2015

John Cheever



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FALL RIVER


          La literatura de John Cheever, según Saul Bellow, es indispensable para conocer el alma humana en los Estados Unidos. De hombre atormentado, de humor ácido y de una agilidad mental extraordinaria, calificaba al narrador, John Updike. «Mis historias favoritas son las escritas en menos de una semana, y compuestas a menudo en voz alta», señala Cheever cuando se le preguntaba acerca de sus cuentos. Acumuló experiencias a lo largo de su vida que, con el paso del tiempo, irían poblando de realidad sus textos: la homosexualidad, el alcohol, o los abundantes problemas familiares. Unió la literatura y su propia vida como si de un destino común se tratara. A los dos volúmenes disponibles en España, editados por Emecé en 2006 y titulados, Relatos, se suma ahora, Fall River (2010), una colección de trece textos de la época casi juvenil del primer Cheever, compuestos entre 1931 y 1949. Del 1 de octubre de 1930 data la primera publicación, según Rodrigo Fresán, autor del prólogo a esta edición, de Cheever, un cuento autobiográfico titulado, «Expelled», donde cuenta cómo había sido expulsado de la Academia Thayer y reproducía la atmósfera de una institución en la que el conocimiento se sirve sin atractivo alguno. El segundo publicado por el norteamericano abre este volumen, «Río de otoño» (1931), relatos que se suponen de aprendizaje, bosquejos de alguien que entendió la literatura como el vehículo para trascender a las miserias de la sociedad en la que vivió. Sobresalen, «Cerveza Bock y cebollas dulces» o «Autobiografía del un viajante» y, sobre todo, «De paso», con la permanente figura del orador de fondo.
        Su literatura se nutre de una atmósfera de neurosis y extrema culpabilidad, la infidelidad es uno de sus temas recurrentes, su tragedia personal se convirtió en esa metáfora colectiva que desarrollaba en la mayoría de sus relatos. La prosperidad material que el propio Cheever experimentó en la sociedad norteamericana, le llevó a convertirse en el notario del alma enferma de sus conciudadanos. Quizá por este motivo y no otro, la literatura se transformaría para él en esa experiencia de rechazo que siempre experimentó con respecto a las relaciones personales. El relato fue la estricta disciplina que Cheever encontró para mostrar con decisión la irónica visión de su juventud, prescindiendo de lo innecesario porque, en realidad, como ya se muestra en la colección, Fall River, el narrador mira las raíces de un país forjado en la dureza de su tierra, lo variopinto de sus gentes: campesinos, cowboys y, más tarde, urbanitas y oficinistas, en una América de postguerra que arrastra un malestar y hunde sus raíces en la pérdida de una identidad. Algo que se vislumbraba en los primeros cuentos del narrador, cuyos personajes chejovianos, circulan por diferentes territorios, cercanos a las falsas apariencias que provocaron las sociedades, tanto rusa como norteamericana, salvando las distancias temporales de uno y otro país. Por las páginas de Fall River transitan seres atormentados, con coraje y talento para salir airosos de las trampas que, en ocasiones, les pone el autor porque, a pesar de todo, vuelca en ellos una extrema complicidad y la mejor de las ternuras.







FALL RIVER
John Cheever
Zaragoza, Tropo Editores, 2010



               


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