LAS
PROSAS DISPERSAS DE ANTONIO MACHADO
El volumen Prosas dispersas
(2001), en edición de Jordi Doménech, reúne los escritos dispersos del poeta
Antonio Machado desde 1893 hasta 1936, el inicio de la guerra civil. Setenta y dos
de los textos nunca había sido publicados hasta el momento en las Obras
Completas del poeta sevillano. Añaden, pues, una visión más amplia de su labor
más íntima y personal. Páginas de Espuma, actualiza, la obra de este poeta de
permanente actualidad.
Afirmar que Antonio Machado es uno de los
grandes nombres de la literatura española del siglo XX es algo que no cabe
cuestionar, y afirmar que la edición de sus obras a lo largo de estos más de
sesenta años después de su muerte se ha venido realizando de una forma ordenada
aunque también compleja, cotejando e investigando sobre su poesía, su prosa, su
teatro, sus artículos, ensayos y prosas más dispersas, viene a poner de
manifiesto la grandiosidad de la misma. Desde las Obras, al cuidado de
José Bergamín en México, 1940, las Obras Completas, de editorial
Plenitud, 1947, la edición de la
Poesía y la Prosa, reunida por Aurora de Albornoz y
Guillermo de Torre, en Buenos Aires, 1964, las Poesías Completas, con
prólogo de Manuel Alvar en 1975, pasando por la edición crítica de Oreste
Macrí, de 1989 y que, en los cuatro volúmenes, se incluyen. Tomo I:
Introducción. Tomo II: Poesías Completas. Tomo III: Prosas completas
(1893-1936) y Tomo IV: Prosas completas (1936-1939).
Editar unas Prosas dispersas
(1893-1936) en la que se recogen 256 textos, de los cuales, 72, nunca habían
visto la luz en obras y en ediciones anteriores de Machado, añade nuevos
valores a la obra monumental del poeta sevillano. El autor de la edición, Jordi
Doménech, aclara que, a pesar de la voluminosidad de la edición, tampoco pueden
considerarse estas «Prosas» completas, aunque, evidentemente, se trate de la
recopilación más exhaustiva realizada hasta el momento. Conviene recordar que,
posiblemente, numerosas cartas, algunos manuscritos, borradores, colaboraciones
de diversa índole, mucho material publicado en revistas literarias o en otros
medios de difusión, continúen sin aparecer y no puedan ser añadidas a la «Obra
Completa» y definitiva del poeta del 98. Todos los escritos incluidos en esta
edición han sido cotejados con sus originales, una labor que nunca antes había
sido realizada de un modo sistemático; la ordenación es rigurosamente
cronológica, quizá porque es el método más abstracto y porque en ningún momento
estos textos fueron publicados para ser editados en forma de libro: su
heterogeneidad, por consiguiente, muestra una inalterable estructura que en
ningún caso pueda darse como concepto mismo; según el editor, la intemporalidad
permite ver un «Machado en el tiempo», en realidad, aquello que preocupaba al
poeta: los acontecimientos sociales, culturales y políticos, incluso se puede
perfilar la «evolución de su pensamiento, a través del seguimiento de sus
textos. La abundancia de notas reflejan el interés y sobre todo la exactitud de
las fichas bibliográficas que, según el editor, en ediciones anteriores de la
obra machadiana, están repletas de errores.
La edición se inicia con sus
colaboraciones en la prensa madrileña, las realizadas entre 1893 y 1907, sobre
todo en La Caricatura,
Electra, Renacimiento; su estancia en Soria (1907-1912), colaboraciones
en la prensa como El Avisador Numantino, Noticiero de Soria, Tierra Soriana
El Porvenir Castellano, además de numerosas cartas a Unamuno, Darío, Juan
Ramón Jiménez, Ortega y Gasset, Martínez Sierra; su estancia en Baeza
(1912-1919) desde donde enviaba colaboraciones a Madrid y Soria, cuestiones
sobre pedagogía, nuevas cartas a Juan Ramón Jiménez, Unamuno, su amistad y sus
libros, las dirigidas a Francisco Giner de los Ríos, Ramón del Valle-Inclán, a
su hermano Manuel; su traslado a Segovia (1919-1932) y de nuevo una abundante
correspondencia con Unamuno y Juan Ramón, Gerardo Diego, un discurso sobre
«Literatura Rusa», varias colaboraciones tituladas «De mi cartera», publicadas
en La Voz
de Soria, a lo largo del año 1922, reflexiones sobre la obra de andaluces
como Moreno Villa, Alberti, el grueso de las cartas a Pilar Valderrama, los
distintos estrenos teatrales de ambos hermanos, Manuel y el propio Antonio, el
proyecto de discurso de ingreso en la Real Academia Española; su vuelta a Madrid
(1932-1936), que incluye cartas a Federico García Lorca, Jorge Guillén,
entrevistas con el poeta, algunas de ellas publicadas en El Sol, La Voz y finalmente, un
apartado de Anexos y colaboraciones periodísticas en La Caricatura, firmadas
como «Tablante de Ricamonte» y «Varapalo».
Prosas
dispersas
¿Qué prosas dispersas son las que se
editan?—se pregunta se pregunta Rafael Alarcón Sierra en las casi 100 páginas
de la «Introducción». Textos privados en su mayoría—afirma—escritos
originalmente para no ser leídos en su mayoría, sobre todo las tres cuartas
partes que componen el epistolario, aunque también se incluyen inéditos o
escritos para la prensa periódica junto con prólogos y conferencias. Lo
interesante es que a través de esta escritura privada podemos asistir al
proceso de maduración de sus ideas y de su escritura. Numerosas anotaciones
salpican sus cuadernos que con el tiempo se convirtieron en textos
periodísticos, informes o notas sobre libros. Es curioso, también, que su
producción periodística se centre más en la prensa de provincias, a partir de
1908, y en medios como Tierra Soriana, El Porvenir Castellano, La Voz de Soria, Idea Nueva,
Manantial o El Heraldo Segoviano. Esta especie de exilio provinciano
explicaría la intensidad del epistolario con compañeros de oficio. Una doble
dimensión se ha adjudicado a su escritura pública y privada: la cívica y la
estética que llevarían al poeta a ensayar todo tipo de géneros periodísticos,
desde artículos satírico-costumbristas, hasta semblanzas, siluetas o estampas
elogiosas de autores como Enrique Paradas, María Guerrero, Benito Pérez Galdós,
Miguel de Unamuno, José Martínez Ruiz, Azorín, Ramón del Valle-Inclán o Pío
Baroja. Otro de los géneros ensayados por Machado será el de la crítica
literaria, un ejercicio que—como señala Alarcón Sierra—«tiene un carácter
subjetivo, asistemático e impresionista, como corresponde a su tiempo y
estética, en la que Antonio Machado reseña, por su propia iniciativa, los libros
de sus amigos y compañeros modernistas, principalmente en los primeros años del
siglo». En los años veinte sus críticas se convertirán en la variante de las
autocríticas a sus obras y adaptaciones teatrales, publicadas fundamentalmente
en las páginas de ABC. Cuando el
tema es cívico o político los artículos son más largos y, generalmente, de
corte ensayístico. Sin embargo, sus textos de ficción fueron escasísimos, una
parábola, la leyenda soriana de «La tierra de Alvargónzalez» o el relato
autobiográfico o costumbrista «Casares o Perico Lija». Algunas entrevistas y
encuestas de carácter político datan de los años 30, aunque no firmadas por el
poeta reflejan, eso sí, la profundidad de su pensamiento, cierran el capítulo
de la prensa diaria. Quedarían al margen de todo ese material, los prólogos
para sus propias obras y otros autores: Gerardo Diego, Azorín..., y algunas
presentaciones orales de Unamuno, Ortega, Marañón o Pérez de Ayala. No resulta
menos curioso el proyecto de discurso inacabado para su ingreso en la Real Academia
Española.
Las
cartas
Se reproducen en esta edición un amplio
epistolario que refleja la escritura más íntima y personal de un Machado que
solicita respuestas a unos corresponsales con quienes pretende un intercambio
de opiniones. La abundancia de estas cartas se refieren básicamente a autores
como Unamuno, Ortega y Gasset, Juan Ramón Jiménez, Rubén Darío, Gerardo Diego y
Pilar Valderrama. Alarcón Sierra señala que, puesto que se trata de una
correspondencia privada, el tono íntimo, confesional, determina el tono, la
intensidad y el contenido de estos textos, además, el propio Machado, utiliza
una forma epistolar distinta en cada uno de los casos, el más significativo,
evidentemente, es el de Pilar Valderrama, en realidad, calificado como «el
epistolario de amor». Treinta y seis cartas fechadas entre 1929 y 1932 se
conservan de las más de doscientas que admitía la destinataria haber recibido
del poeta. Dos aspectos sobresalen en esta correspondencia, en primer lugar que
se trata de unas cartas con un contenido de una íntima complicidad amorosa, en
un segundo, la gran extensión, la regularidad, la frecuencia y el afán,
siempre, de tener noticias. Como se ha señalado, la misión última de estas
cartas es «hacer soportable la ausencia de la amada, en espera de ese
reencuentro que se realiza, siempre, los viernes en Madrid a donde Machado
suele viajar desde Segovia». En estas cartas observamos a un hombre que
exclama, se interroga, requiebra, se exalta, se desdice y se arrepiente de
algunas cosas, pero la confianza y la intensidad de este epistolario amoroso
mantiene, deliberadamente, la espontaneidad y se lee bajo un aspecto muy
diferente: se trata de un Machado arrebatado, como no acostumbra a ser, aunque
en realidad, evidentemente, se trata de un correspondencia que oculta un
secreta historia de amor.
Reflexiones
en torno a la lírica y el teatro
Sus primeras declaraciones en este
sentido las comparte con Unamuno, a su vuelta de Francia, y en los primeros
años del siglo. Vuelve afirmando que «el artista debe amar la vida y odiar el
arte». Machado insiste en su visión estéticas en las abundantes reseñas que
realiza sobre las obras de sus compañeros modernistas: en obras de Antonio de
Zayas, sobre todo en su visión parnasiana frente al simbolismo, aunque tilda de
solipsista y nostálgico el poemario de juventud de Juan Ramón Jiménez, Arias
tristes. Durante su estancia en Soria, el poeta intensificará su compromiso
cívico y social respecto a sus ideas poéticas, cuyo resultado final que daría
lugar a su obra más emblemática, Campos de Castilla. Este poemario es la
síntesis machadiana de ese doble espejismo, «la realidad interior y la realidad
exterior». La influencia de Unamuno será determinante en Machado, sobre todo
porque iniciará una correspondencia con Ortega y Gasset a partir de la segunda
década y de haber reseñado el filósofo su segundo poemario y afirmar. «el alma
del verso es el alma del hombre que lo va componiendo». En Baeza el poeta está
más comprometido con su conciencia cívica que la poética, pero sus ideas sobre
la lírica quedan magistralmente expuestas en el prólogo al poemario
Helénicas (1914), de Manuel Hilario Ayuso, y hace así compatible su
preocupación política y la poética. Huye, por tanto, de la idea divinizadora
del arte al que no verá una finalidad sino un medio de expresión. Machado
adopta nuevos conceptos con algunos nuevos poetas que él considerará encarnan
el futuro de la lírica, por ejemplo, con Gerardo Diego y con José Moreno Villa,
y considera que los poetas del ayer centraron su visión del mundo en el
interior, en el culto al yo, en lo subjetivo y los del mañana pretende se
centren en el exterior, en el descubrimiento del otro.
En el proyecto de discurso de ingreso en la Real Academia
Española pretende sintetizar su pensamiento poético, y aunque dice haberlo
empezado en 1927, a
lo largo de 1929 insiste en que está dedicado a él y se lo hace saber a Diego,
Unamuno, Pilar Valderrama, pero el borrador conservado es de la segunda mitad
del 1931. No está acabado, no fue leído y, por consiguiente, no fue publicado.
En este discurso expone las ideas líricas que había venido defendiendo desde
comienzos de siglo en cartas, artículos, entrevistas, reseñas... El poeta
confiesa realizar un examen de conciencia al plantearse las cuestiones de la
poesía, algo que siempre le había preocupado intensamente.
La verdadera
cultura para Antonio Machado estaba en la que podía ofrecer el pueblo. Para el
poeta la dimensión cívica de la vida española se prolongaba a través de su obra
poética y de todos sus escritos. En su correspondencia siguió vivamente la
política y la ideología que trazaron en sus vidas pensadores de la talla de
Unamuno y Ortega; pero además, recibió la educación de la Institución Libre
de Enseñanza y el recuerdo de su director, Giner de los Ríos, además de otro
nombre importante de la época, el regenerador, Joaquín Costa. Machado siempre
había propuesto un profundo conocimiento de España para iniciar su reforma, y
para ello nada mejor que el estudio de la vida rural y poder llevar a cabo su
«punto de vista folklórico». Pronto se sumará a ese proyecto que habían
iniciado autores como Baroja, Azorín, Valle-Inclán e incluso Unamuno, «el
contacto inmediato con la realidad española». La regeneración del país debía
producirse a través de la educación, la cultura y el trabajo. La de Antonio
Machado con libros como estas Prosas dispersas, en la ejemplar edición
de Jordi Doménech y la introducción de Rafael Alarcón Sierra. El resto del
poeta se hace a lo largo del camino, como el caminante, siempre volviendo la
vista atrás.
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