Con
Miguel Ángel Muñoz
La
memoria, si me permiten hablar brevemente sobre ella, puede resultar
profundamente engañosa, repleta de distorsiones, de errores, incluso de
omisiones y trampas que tamizada por el paso con el paso del tiempo se
convierte en ficción y por tanto convertimos en una historia, tanto es así que
estamos narrando continuamente nuestras
vidas, rescribiéndolas en un devenir cotidiano. Recorremos ciertos lugares
ocultos, inaccesibles y el miedo, el riesgo, lo desconocido, incluso el no saber,
se convierten en esas fuerzas que nos empujan como si vislumbrásemos todo desde
una superficie; es entonces cuando actividades como la escritura, resultan a
todas luces una actividad supuestamente tediosa, prácticamente sin sentido
alguno.
En
ocasiones, para zafarnos de esos riesgos, de esos miedos, para dejarnos
envolver por lo ajeno, nos vemos forzados a explorar terrenos interpersonales
bastante desconocidos y solo así hacemos frente a nuestros propios sentimientos
de vulnerabilidad, de inquietud, o desesperación que solo al final logramos exorcizar. Vivimos
experiencias que nos obligan a mirar muy profundamente dentro de nosotros; nos
apoyamos en nuestra intuición que nos supone una toma de conciencia que muy
bien puede parecerse a un plano metafísico
que respalda nuestra autoafirmación. Destruimos barreras de miedo como si de un
auténtico desafío se tratara; solo cuando somos honestos con nosotros mismos,
observamos que esa realidad forma parte del resto del mundo, y que dependemos,
en cierta medida, de cierta espontaneidad y que ninguna técnica nos sirve como
si de una solución terapéutica se tratara.
Deepak Chopra
(médico y escritor hindú, 1946) ha dicho que el corazón no es solamente un
órgano, sino también el asiento de la sabiduría. Para
sentir plenamente, debemos reconocer y aceptar el espectro completo de nuestros
sentimientos y crecer comprendiéndolos. Si no somos conscientes de la
inteligencia de nuestro corazón, tendremos una limitada visión del mundo. Por
otro lado, si integramos y refinamos el mundo de nuestros sentimientos, se nos
abren las puertas de una percepción casi mística.
Todo este
preámbulo viene a propósito del libro que esta noche presentamos, El corazón
de los caballos, obra ganadora del II Premio Internacional de Novela Rafael
Ceballos 2009, cuyo autor Miguel Ángel Muñoz (Almería, 1970), consigue elevarse
en un vuelo aun más alto del que nos tenía acostumbrados: de cuentista pasa a
narrador y, lamentablemente en el mundillo literario, a ser tenido en cuenta.
Una cita como la presente pone de manifiesto la intensidad y la perspectiva
narrativa de un texto que, por breve, magnifica los conceptos con los que juega
y que se vislumbraban en su narrativa anterior.
Del
poder de sus cuentos se decía lo siguiente: “Estos no son los inocentes cuentos
de un escritor que empieza, sino los sólidos relatos de alguien que ha leído
mucho antes de ponerse a escribir y que conoce muy bien el cauce del río en el
que se sumerge. Estas piezas, hondas e irónicas, se ofrecen al lector sin aspavientos
ni fuegos de artificio, con la sobriedad de quien cree que la tradición puede
ser en ocasiones la más provocadora vanguardia” (Antonio Orejudo).
El corazón de los
caballos, es un juego de voces, entre las
que sobresale una, con la que se van hilvanando, en una calculada sucesión,
otras historias que se superponen, aunque todas se irán completando en una
visión única sobre temas de actualidad: el mundo del erotismo, los amores
tormentosos, el fracaso y, aun más, las exculpaciones voluntarias que, en
cierta medida, justifican alguno de los muchos secretos que esconde Víctor, el
personaje que se confiesa en esta narración.
Una temporalidad manifiesta, desvela el proceso a que recurre el
narrador para contar, durante su viaje desde el Sur (obligadas referencias a
Almería y Granada) hasta el Pirineo, capítulos pasados de su vida reciente y en
las circunstancias en que se desenvolvieron. Este proceso narrativo resulta
obvio, en un relato de iniciación como el desarrollado por la voz protagonista. El viaje sirve de ardid para
desencadenar ciertos hechos de la memoria y a través de ella Víctor nos
descubre ciertos episodios de su pasado, al tiempo que, a medida que trascurre
la narración, sin que el lector lo perciba, él mismo vislumbra un devastador
final.
Roza este relato,
visto desde una perspectiva de conjunto, el existencialismo francés que
propugnaba el significado y la esencia de los seres humanos, su libertad y su
temporalidad, es decir, a escudriñar en lo más profundo de la condición humana,
pero sobre todo se le ha atribuido un carácter vivencial, ligado a los dilemas,
estragos, contradicciones y estupidez humanas, que es lo que retrata la
relación entre Andrés, un joven escritor que va a recibir un premio literario,
en Asie, un lejano pueblo en el Pirineo aragonés, y Víctor, el prometedor
estudiante de matemáticas, con quien ha tenido una reciente relación amorosa.
Aunque emprenden el viaje, conscientes de su fracasada relación, al hilo, esa
memoria engañosa apuntada, le devuelve a Víctor otros sonados fracasos: el de
su abuelo, el de sus padres, una adolescente iniciación al sexo junto a Eva, la
chica más guapa del instituto, incluso su futuro profesional en el mundo de la
investigación de la Teoría de Códigos en el Departamento de Matemáticas de la
universidad donde había estudiado, el viejo que cuenta la extraña historia del
poeta portugués Manuel Miguéis, incluso el recurso de contar una historia como
la destrucción de Sarajevo ante los ojos de una profesora que vive el asedio de
la ciudad y la rotundidad final del desengaño en el desenlace de la novela:
Inés Mara, la novelista fetiche de su compañero Andrés, a quien personalmente
le entregará el premio y alabará su poder de creación y, en su presencia, lo
llevará a otra dimensión de la vida literaria.
El corazón de los
caballos es una novela atrevida, en su
propia configuración y arriesgada en su estructura (cuatro posibles momentos
enmarcados en una fecha concreta de diciembre de 1995, con oscilaciones
temporales hasta un curso escolar en 1988-1989), que no permite en ningún
momento la identificación del lector aunque, de alguna forma, pueda sentirse
atraído por cómo se desarrolla la narración y las sucesivas tensiones a las que
el novelista somete a sus personajes y por extensión involuntariamente al
lector que sigue página tras página esa rencorosa visión de Víctor sobre el
mundo, la violencia que lo lleva a sus actuaciones reprobables, aunque
dosificadas en parte por la belleza de una bondad humana que, literariamente,
salvan a nuestro protagonista, víctima en todo caso de la sociedad actual.
Para
reflexionar sobre el final de la novela, permítanme una curiosidad más sin que
por ello desvelemos algunas de sus claves: según he leído, existe una especial
relación entre el mundo equino y el humano: la interacción entre el animal y el
hombre lleva al cuerpo, la mente y el espíritu de ambos a un estado de
totalidad, quizá porque, en el caso del primero, se trate de un animal muy
equilibrado y su mundo esté marcadamente gobernado por una leyes naturales
definidas. A través de la historia de las civilizaciones, los caballos han sido
considerados como una de las más nobles criaturas del reino animal. Encarnan la
vida misma, respiran deseo y poseen la llave que abre la puerta de la eterna pasión.
En las culturas de los viejos druidas y entre los chamanes siberianos se
pensaba en los caballos como vehículos para llevar a la gente en los viajes de
profundización y, además, les ayudaban a
negociar la trayectoria a seguir tanto de la vida como de la muerte.
Piensen en algunos
de los aspectos apuntados, pero olvidenlos pronto porque una vez que tengan en
sus manos El corazón de los caballos recuperarán el valor de su memoria
personal y con algo de suerte, buena parte de la colectiva, y solo entonces,
cuando hayan conjugado ambas, darán rienda suelta al poder de la imaginación.
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