Mª
Ángeles Pérez Sánchez.
Luis García Montero: “Hay que
reivindicar la verdad, una palabra tan maltratada por el cinismo contemporáneo”.
Luis García Montero nace en Granada. Se
licencia en Filosofía y Letras, escribe
su tesis doctoral sobre Rafael Alberti, con el que tuvo una estrecha amistad.
Es Catedrático de Literatura Española en la Universidad de
Granada, comienza su carrera poética con Y
ahora ya eres dueño del puente de Brooklyn (1980), continuará con Trisita (1982), El Jardín extranjero
(1983), Diario cómplice (1987), Las flores del frío (1991) Habitaciones separadas (1994), Completamente
viernes (1998), La intimidad de la serpiente (2003), Vista cansada (2008), y Un invierno propio (2011). Su poesía ha
sido reunida en varios volúmenes, el último de ellos recogido con el título Poesía completa, 1980-2015 (2015).
Se le
han concedido los premios; Federico García Lorca, de la Universidad de Granada
(1980), Adonais (1982), Loewe de Poesía (1993), Premio Nacional de Poesía (1994),
Premio Nacional de la Crítica
(2003), Premio de la Crítica
de Andalucía (2008), y Premio Poesía del Mundo Latino (2010).
Como
ensayista también tiene una amplia trayectoria, Poesía, cuartel de invierno
(1982), El sexto día. Historia íntima de
la poesía española (2000), Gigante y
extraño. Las Rimas de Gustavo Adolfo
Bécquer (2001), así como ediciones críticas de Federico García Lorca,
Rafael Alberti, Luis Rosales y Carlos Barral
Es
también autor, del libro en prosa narrativa Luna
del sur (1992), y de las novelas Impares, fila 13 (1996), Mañana no será lo que Dios quiera
(2009), No me cuentes tu vida (2012), y Alguien
dice tu nombre (2014) .
En la poesía de Luis García Montero es
evidente un matiz autobiográfico, donde
reflexiona sobre su labor como escritor, y muchos de sus textos tendrán cierto
carácter metaliterario combinado con varios temas, la melancolía, la tristeza e
incluso la nostalgia. Su
poesía se caracteriza por un lenguaje coloquial y por la reflexión a partir de
acontecimientos o situaciones cotidianas.
- ¿Cómo llega un joven universitario a la POESÍA?
Yo llegué en casa
de mis padres, tuve esa suerte. Me encontré con respeto al género y con una
biblioteca. Mi padre leía en voz alta poemas de una famosa antología, Las mil
mejores poesías de la lengua castellana. Y después me encontré con las Obras completas de García Lorca que se
había publicado en Aguilar.
-¿Qué determinó más su vocación, el ambiente
poético cultural o el político de la
Granada de finales de los setenta?
Es muy difícil
separar. Primero el ambiente familiar, como te he dicho. Luego el cultural y el
político. Leí pronto el ensayo de Ian Gibson sobre la muerte de García Lorca y
la represión en Granada tras el golpe de Estado de 1936. En los años 70 era
imposible separar la cultura del deseo de transformación de la sociedad. Nuevas
ideas sobre el sexo, la política, la literatura, las costumbres. Me formé en
una época en la que
Machado, Alberti, Cernuda enseñaban que ser poeta es algo más
que escribir versos. Era apostar por la emancipación humana.
-Durante todos estos años, ¿su actitud ante
la poesía ha cambiado? Si es así, ¿en qué medida o dimensión?
No ha cambiado en
lo que se refiere a mi idea de lo que significa una vocación poética. Sigo
creyendo en la literatura como ámbito de emancipación humana. Con los años, uno
encuentra nuevos tono, intenta no repetirse, evoluciona. Mi primer libro es de
1980. Quizá mi poesía se condensa cada vez más en la meditación, en los
esfuerzos de la propia conciencia por asumir las contradicciones y el
conocimiento. Pero me mantengo más o menos cercano a mí mismo. Tan importante
como no repetirse, es no traicionarse. Sigo, por ejemplo, creyendo con Antonio
Machado que los sentimientos son históricos y que la labor del poeta es
transformar la sentimentalidad.
-¿Cabría suponer que Granada y la nueva
sentimentalidad resultaron determinantes en su futuro?
Desde luego. El
profesor Juan Carlos Rodríguez fue un maestro y en el tiempo más oportuno. Nos
enseñó que el compromiso no tiene nada que ver con los panfletos, que escribir
es un ejercicio histórico y que un soneto de Garcilaso está tan vinculado con
su sociedad como una novela de realismo político. Por eso nunca vivo como una
contradicción la cercanía a la política y la independencia del escritor. Y tuve
la suerte de formarme también como poeta junto a Javier Egea. Los dos nos
tomamos muy en serio el proceso de la escritura.
-¿Su mirada poética fue una apuesta diferente
con respecto a generaciones anteriores?
Cuando empecé a
escribir, estaban de moda los novísimos. Como reacción a la poesía social,
defendieron el culturalismo, el experimentalismo y negaron la poesía española
de posguerra. Fue mucho negar, porque había grandes poetas como Blas de Otero,
Hierro, Gil de Biedma, Ángel González, Brines… En fin, mucha calidad, mucho más
de lo que han dejado los novísimos. Los jóvenes que empezamos en los 80 nos
dejamos de frivolidades y quisimos normalizar la calidad poética. Para crear,
lo primero es reconocer las tradiciones.
- Su libro más reciente, “Balada en la muerte
de la poesía”(2016), ¿justificaría sus
casi cuarenta años como poeta?
Se comenta mucho
que vivimos malos tiempos para la lírica, que la sociedad mercantilista no deja
espacio para la poesía. Yo
quise plantearme qué pasaría en realidad si un día muriese la poesía. Después de
oír la noticia, vi cómo empezaban a desaparecer muchas cosas, una forma de
entender la sociedad, de dignificar al ser humano, de conservar el pasado y
hacer habitables las ciudades. Que la poesía necesite ser resucitada de
inmediato me confirma de alguna manera
que he dedicado mi vida a una tarea noble.
- Después de tan extensa tradición lírica,
¿piensa que este mundo no está hecho para la poesía?
Desde el siglo
XIX, una parte de los poetas han pensado que la sociedad industrial es enemiga
de la poesía. La
realidad del siglo XXI da miedo: violación de derechos humanos, crueldad con
los refugiados, destrucción del planeta, dominio de la especulación… Es así.
Pero la poesía ajusta cuentas con la realidad y se cuestiona a sí misma para
convertirse en una forma de resistencia. Mientras haya seres humanos será
necesaria una meditación sobre la muerte, el amor, la soledad… Hay cosas que no
se solucionan con una lavadora o con un coche.
- Para escribir “Balada en la muerte de la
poesía”, ¿ha sido necesario recurrir a la prosa poética para justificar esta
muerte?
Estaba en Italia,
en un congreso que discutía sobre el lugar del poeta en un mundo como éste.
¿Iba a morir la poesía? Me decidí a vivir esa experiencia. Quise personificar
la poesía, su muerte fue la muerte de una amiga. Llegó la noticia, llegaron las
llamadas de los amigos, los recuerdos, el duelo, el entierro. Quise darle a los
poemas un carácter narrativo para contar la historia de la muerte, busqué una
narración lírica y me acomodé a la música de los poemas en prosa según la
tradición de Baudelaire.
-¿Las abundantes referencias poéticas en su libro
desembocarán inevitablemente en el vacío?
El pasado no es
un asunto cerrado, Lo vamos conformando desde nuestro presente y nuestros
muertos viven en nosotros. Que muera la poesía significa también que muera la
memoria, que perdamos la dimensión narrativa del tiempo, la condena de no saber
hacia dónde vamos ni de dónde venimos. Eso nos condena al instante, que es el tiempo
del consumo, del usar y tirar. En el libro van desdibujándose Manrique,
Leopardi, Rosalía, Lorca…Perder la poesía es perder la memoria.
-¿Podríamos entender que el poema forma parte
de la vida y, por extensión, conforma un auténtico diálogo?
Claro, la poesía
no es un ejercicio gratuito, no se dedica a reunir palabras bonitas. Es una
meditación sobre los fundamentos del ser humano. Que digo cuando digo soy yo.
La poesía es, además, un género hospitalario. El hecho poético no existe
hasta que un lector habita unos versos, los hace suyos, los convierte en su
propia emoción. El lector es en este proceso tan importante como el autor. Por
eso el poema es un espacio de diálogo entre dos conciencias.
-La belleza de las imágenes de Juan Vida,
¿complementan, de alguna manera, esa visión agónica de la poesía?
Los retratos de
Juan son duros, descarnados, miran el mundo renunciando a consuelos falsos. No
interesa la belleza si no aspira a mirar de cara hacia la verdad. Sentí que
sus dibujos tenían mucho que ver con lo que buscaba en la Balada. Situarse en el arte para
mirar hacia las fronteras, las alambradas, la mercantilización de los cuerpos,
el imperio de las divisiones y las multiplicaciones. Juan es un hermano para
mí, alguien con el que establecí una complicidad muy rara desde finales de los
años 70.
-“A puerta cerrada abro un cuaderno, le pido un
esfuerzo a la tinta…” ¿con estas palabras quiere hacer un repaso al presente,
pasado y futuro de la poesía?
Son palabras que
pertenecen al último poema. Los que vuelven del entierro de la poesía, se ponen
a escribir poemas y recuerdan libros importantes de la poesía. La poesía
agoniza como El Ave Fenix para resucitar. Se cuestiona para buscar caminos
nuevos.
- Y, metafóricamente hablando, ¿a quién le
corresponde resucitar a la poesía?
Por fortuna en el
panorama de nuestra lengua hay poetas muy buenos en España, Colombia, México,
El Salvador, Argentina…. Metafóricamente cada cual está encargado de resucitar
la poesía desde su propia conciencia, en su esfuerzo por decir palabras
verdaderas. Además, los jóvenes autores, los que viven de manera más directa
este tiempo como suyo, seguro que encontrarán respuestas apropiadas, igual que
ocurrió antes.
-Si la
poesía no es una apuesta hacia la verdad, entonces, ¿qué nos queda?
Nada, tienes
razón, hay que reivindicar la verdad, una palabra tan maltratada por el cinismo
contemporáneo. Las grandes Verdades, los Dogmas, han hecho mucho daño en el
siglo XX. Pero la respuesta no es caer en el relativismo, en el todo vale. Le corresponde
a la poesía defender una verdad con minúsculas, un esfuerzo ético por no
mentir. No se trata de volver a los dogmas, sino de elegir valores que merezcan
la pena. Y de
no engañarse a la hora de vivir la propia vida.
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