LA POESÍA VISUAL DE
MIGUEL ÁNGEL MUÑOZ
Resulta
deseable—señalaba el gran Eliot—que, en general, el poeta joven pase por
diversas etapas y ensaye en diversos medios de comunicación antes de lanzarse a
la aventura editorial, antes de verse en la obligación de publicar un librito
que le proporcione cierta celebridad: debería ver su nombre impreso en
periódicos, revistas dedicadas al verso y antologías, compiladas, generalmente,
por jóvenes poetas o editores independientes. Una vez establecida esta premisa
que no tiene por qué ajustarse a todos y cada uno de los poetas que quieren
abrirse camino en el mundo literario, habrá que reconocer que el verso, el
mundo de lo lírico, el arte de la poesía es algo que tiene que ver con el
sentimiento y con la emoción y mientras que el sentimiento y la emoción son
aspectos particulares del ser humano, el resto de las cosas de este mundo se
muestran, inequívocamente, como generales. También es verdad que, cuando
abrimos un libro de poesía entramos, deliberadamente, a un mundo simbólico, a
un espacio donde muy pronto descubrimos que no importa tanto lo que se dice
como lo que, realmente, significa. El poeta, con su poesía, pretende comunicar
algo, ofrecer una verdad, una entrega que, indudablemente, resulta muy íntima;
de igual manera, aspira a trasladarnos a cualquier lugar o producir en nosotros
todo un haz de sensaciones, tanto visuales como perceptivas. La poesía, vista
así, puede convertirse en un instrumento de defensa, en una forma de liberación
personal, en una fuga constante; se vuelca, también, en imágenes que actúan
como cuadros impresionistas que buscan el ámbito de lo anímico. Lo lírico,
potencialmente, se traduce en una transmisión, aunque, en realidad, y para
finalizar cualquier definición equivocada —como señala el poeta y crítico
Eliot—, «la poesía también es muchas cosas».
Trazar un panorama somero de la poesía
mexicana joven de estos últimos años, es una tarea condenada de antemano, sobre
todo desde la lejanía en que se encuentra España, a pesar de las muestras de
cariño que en estas últimas décadas nos hemos profesado escritores de aquí y de
allá. Hasta nosotros han llegado las voces de José Luis Rivas, Jorge Esquinca,
Fabio Morábito, Ernesto Lumbreras, Juan Bañuelos y, más recientemente, con una
fuerza inexplicable, las imágenes y la sintaxis de Miguel Ángel Muñoz, nacido
en Cuernavaca, Morelos, 1972, autor de diversos poemarios: Travesía (1997),
Origen de la niebla (1998), El ábaco de los laberintos (1999) y Náufragos del
desierto (2000), además de Variaciones sobre un segmento (2000), La folia
(2001) y, sobre todo, el volumen de ensayos, Yunque de sueños. 12 artistas
contemporáneos (1999). Poesía visual,
fórmulas de fusión entre las artes existentes en la actualidad, antecedentes de
un formalismo de vanguardia, manierismos literarios, artificios de todo tipo,
son para este joven autor la base de un complejo campo de creación poética que
vislumbra los límites de una heterodoxia en la historia de la poesía universal.
Para constatar la fuerza de la poesía de este joven vate quizá debamos empezar
afirmando que su acto poético transforma los lenguajes infinitos, el universo
para él se convierte en la simbiosis que ofrecen una lectura plural, tanto
la interior como la exterior, el
concepto oral y visual se identifican, se unen en un gran mosaico, y son
capaces de mostrar a través de la repetición de un lenguaje (vislumbrando
campos de pensamiento poético) el despertar de una proyección que se traduce en
una imagen pictórica. En realidad, sus poemas, como los que componen
«Variaciones sobre un segmento» son una construcción en continuo movimiento:
símbolos del lenguaje, línea única, eje vertical, laberinto horizontal, espacio
inextenso, arquitectura de imágenes, círculo incierto, son algunos de los
versos que cincelan—en palabras de Carlos López—las representaciones, se
convierten en dos gramáticas únicas y en una sincronía irrepetible: figuras de
Francesc Torres y versos de Miguel Ángel Muñoz.
El maridaje entre la palabra y la imagen
tiene una larga tradición en la historia de la cultura universal. El poema
combina ordenadamente sus palabras para ofrecer al lector unas imágenes, la
representación combina ordenadamente las figuras para crear múltiples lecturas
en el espectador y así, de la simbiosis de ambas, surgen los hermosos versos de
«La folia», libro dedicado a José Manuel Broto, en un diálogo con la pintura
que converge en el espacio. Sentido del ritmo, juego de imágenes, elocuencia
abstracta del lenguaje son los caminos que atraviesan los poemas de Miguel Ángel
Muñoz—ha señalado José Hierro—; una introspectiva lingüística que descubre un
discurso estético constante. Y el poeta Muñoz insiste, aún más, en «Yunque de
sueños», ofrece sus reflexiones acerca de la imagen de las palabras, «su
diálogo— como señala Julio Ortega— con la pintura en un espacio de rica
convergencia. Su visión del arte, después del magisterio de Alberto
Blanco—continúa señalando el crítico—es más informalista; su poesía tiene la
inmediatez de un acto de habla y se despliega en el flexible campo visual de la plástica. Surge
así la feliz coincidencia de la imagen y de la palabra como una eterna
celebración que interroga el sentido universal del arte en toda su extensión.
«La pintura nos ofrece una visión, la literatura nos invita a buscarla y así
traza un camino imaginario hacia ella—escribió Octavio Paz—. La pintura
construye presencias, la literatura emite sentidos y después corre tras
ella»—finalizaba diciendo el poeta mexicano.
La pluma del joven Miguel Ángel Muñoz se ha fijado en la textura y en la
plasticidad de los cuadros de Antoni Tàpies de quien afirma que «su lenguaje
pictórico es poético o, mejor dicho, es ocupación de los espacios que se
concretan en el tiempo y, a partir de ese desorden, la fragmentación alfabética
se transforma en símbolos ambiguos». De la misma manera, en una invitación a la
abstracción se detiene en la obra de Esteban Vicente, «cuyas formas adquieren
presencias objetivas y mágicas; líneas y color se transforman en un espacio
oscuro, lo vuelven visible, lo desgarran, lo invocan. Sueño y palabra. Destino
aparente. Contradicción aparente. Juego único, perdición de lo trágico,
transparencia inagotable que se inventa y se desvanece hasta deshacerse en el
espacio...». Trabajar la figuración como una forma poética, es decir, la figura
con ritmo y forma, ha sido una de las constantes en las obra de Chillida que
Miguel Ángel Muñoz ha explorado, mostrando las posibilidades caligráficas que
experimenta la abstracción, permitiendo la doblez de los signos y un sentido
textual de algunos de sus dibujos; en realidad, «abstracciones de murmullos en
los que las figuras y los fuertes trazos emergen de la propia fantasía
poética». La obra de José Luis Cuevas no se define —según argumenta el poeta—,
se transforma en sí misma. Cuevas ha pasado de la línea a la estructura en una
secreta pasión por la materia que es fruto de un lenguaje ilimitado. En el
chileno, Roberto Matta, el arte de la geometría trasciende los sentidos. Hay
una expresión inequívoca en su pintura: la libertad del mundo y la libertad del
arte. Modula líneas, masas, matices, para llegar a una transición de las formas y de los colores, para
conseguir una invención del lenguaje: espacios lingüísticos que se amplían y
abordan todo el proceso plástico, transformándolo en un sistema de metáforas
muy particular.
La obra de Ricardo Martínez
observa, siente y descifra, consuma la imagen. Su pintura encuentra significación en
múltiples sistemas y relaciona el lenguaje del dibujo y el lenguaje del color.
Martínez expresa lo siguiente: «Hay que encontrar la metáfora de la pintura y
llevarla por una vía poética, e incluso lingüística, de un principio estético».
El dibujo, para Antonio Saura, es un sistema de líneas, objetos que se
presentan dentro y fuera de la imaginación; sistemas, en realidad, que como
puede vislumbrase en su pintura encuentran significados en otros múltiples
lenguajes, despliegue del más allá—como lo ha definido el poeta Muñoz—la
textura del pintor, pero del más allá pictórico que se convierte en una
combinación de palabras, que se traduce en toda una fraseología: color y línea
para construir significados. Insiste aún más el poeta en la búsqueda de índole
poética-metafísica cuando admira la abstracción de José Manuel Broto y para
ello retoma la esencia poética del misticismo de la obra poética de San Juan de
la Cruz; una evocación que en el pintor hay que entenderla como una transición
neofigurativa hacia la abstracción pura, y ésta, además, revelando sentidos:
signos, formas, figuras, metáforas inusuales de una poética inerte, de una
efusión lírica en su sentido más preclaro. «Misterio del lenguaje,/ forma
andrógina, herida gastada,/ mirada húmeda, líquido inconexo», afirma el poeta
en uno de sus poemas dedicados al pintor que titula, precisamente, «Prodigios». Un principio estético genera todo en la obra
de Ignacio Iturria y se repite, además, en el resto de su arte. El sentido
ambivalente de su pintura provoca objetos únicos, imágenes fácilmente
traducibles. En este mismo sentido, Georg Baselitz piensa que la pintura es la
estructura del todo, de la totalidad en constante movimiento, «imagen
desamparada del lenguaje», escribe el poeta, «palabra gastada»—añade—, ante el
descubrimiento de la obra del genial pintor.
Francesco Clemente ha descubierto, en su pintura, los hilos visibles que
unen al viaje imaginario con el pictórico, para llegar a afirmar que es un
artista preocupado por la búsqueda de la espiritualidad y de la pureza. El pintor se
reafirma en un concepto dual de realidad objeto-sujeto para alimentarse de un
lenguaje que permite tener una visión creativa más amplia de la obra de arte.
¿Qué hay detrás de cada trazo? ¿Qué hay
en el fondo de un cuadro? Quizá una lectura ambivalente como la que se ofrece
en la obra de Anselm Kiefer, imágenes que experimentan una variada revelación.
Su retórica es constante, su materia experimenta una transmutación, el espacio
de la imaginación, pero también de la locura y el olvido. «Inmóvil, agrupa
trazos del cuerpo/ entre polvo, ideas quemantes, nombres,/ “escribir”,/ postergar
la vigilia,/ descubrir el silencio», escribe el poeta, acertadamente. Doce
propuestas pictóricas, doce visiones y doce poemas capaces de captar el
destello neofigurativo de los pintores universales. Leído este libro de Miguel
Ángel Muñoz, miradas las ilustraciones que lo justifican, vislumbrado su
concepto artístico, como se pregunta Soledad Puértolas, no hay ya límites entre
la escritura y el arte, las manchas o las frases, sino una perfecta simbiosis
entre imagen y palabra quizá porque la poesía de este joven mexicano se nutre
de la transparencia de una mirada, su verso es tremendamente visual, capaz de
proyectar unas imágenes que buscan tanto la alegoría de lo verosímil como de lo
inverosímil en una asociación imaginativa de novedosa ejecución en el mundo de
la lírica.
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