JOSÉ MARÍA MERINO,
ACADÉMICO
José María Merino forma parte de esa
promoción de narradores que han reconciliado al lector español con los autores.
Acaba de ser elegido académico de la Real Academia Española
y ocupará el sillón «n».*
En 1975 se produjo una cisura cultural,
un cambio, una ruptura, una transición, hacia una transformación no demasiado
traumática de la democratización de la vida pública, de la política y de la
cultura, en general. En 1978 desaparece, definitivamente, la censura y ese imperativo
de seguir combatiendo con la pluma situaciones anteriores muy determinadas. El
final de la década produjo no pocas sorpresas que se tradujeron en los rasgos
esenciales que caracterizaron a la literatura del momento: libertad, conciencia
política, búsqueda de nuevas posibilidades formales y temáticas y, sobre todo,
abundantes dosis de humor e ironía.
En palabras de Enrique Murillo, la
narrativa española de los 80 llevó hasta sus últimas consecuencias ese proceso
de cambio que en los 90 culminaría en una variedad temática, distintos enfoques
estilísticos y técnicas que graduarían intención, calidad, refinamiento
como desarrollar una obra literaria que
marcaría el sello inequívoco del fin de siglo: en este sentido habría que
nombrar a Luis Mateo Díez, Juan Pedro Aparicio y José María Merino, autor que, como
afirma Murillo, aparece en el panorama de la literatura española tras la caída
o el descrédito de los planteamientos sociales y comprometidos de la generación
del medio siglo, la promoción experimental de unos años después y, esa especie
de compás de espera, tras la etapa franquista y el reconocimiento de una
narrativa más joven que en un corto espacio de tiempo consiguen un amplio
reconocimiento e impulsan una narrativa de resonancias internacionales, a los
que se suman los de Eduardo Mendoza y Manuel Vázquez Montalbán.
José María Merino forma parte de esa
promoción de narradores que han reconciliado al lector español con los autores
y que con la proyección de su literatura fuera de nuestras fronteras han
propiciado que lo hispano haya tenido mayor repercusión más allá de la Península. Acaba
de ser elegido académico de la Real Academia Española,
en sustitución de Claudio Guillén, y ocupará el sillón «m». Ha asegurado que su
elección cierra personalmente un ciclo vital de su vida, pues no en vano en «su
infancia empezó a descifrar del mundo de la realidad a través del diccionario,
por un lado y de los cuentos y novelas, por otro».
Biografía
José María Merino es un novelista leonés
pese a haber nacido en La Coruña en 1941 porque el azar así lo dispuso. Él
mismo no ha dejado de asegurar durante todos estos años: «Mi infancia son
recuerdos principalmente leoneses» y allí estudio Bachillerato y posteriormente
Derecho, aunque desde siempre había querido ser escritor. Tras una breve
estancia en París, se afincaría en Madrid para desempeñar diversos trabajos y
después ejercer de funcionario de la administración adscrito al Ministerio de
Educación y Ciencia. Desde este nuevo puesto participará en diversas misiones
de la UNESCO en Hispanoamérica y a lo largo de estos años visitará Venezuela,
Costa Rica, Guatemala, Méjico y algunas otras zonas del sur de Estados Unidos.
Precisamente, en estos países ambientará sus primeras novelas y relatos. Ha
sido director del Centro de las Letras Españolas, en Madrid y cuando dejó el
cargo, en 1990, aseguró que lo hacía para dedicarse plenamente a la literatura.
Su trayectoria literaria se inicia en
1972 con un libro de poesía, Sitio de Taifa, un año más tarde, otro
poemario, Cumpleaños lejos de casa, colabora con Luis Mateo Díez en Parnasillo
provincial de poetas apócrifos (1975), con Juan Pedro Aparicio publicaría
Los caminos del Esla (1980), dándole un nuevo sentido a los libros de
viaje; en 1984 cierra su ciclo poético con Mírame Medusa y otros poemas.
Inicia su obra narrativa con títulos muy
diversos que abarcan en la actualidad el cuento, el microrrelato y la novela,
una obra de tremenda calidad literaria que empezó con Novela de Andrés Choz
(1976), Premio Novelas y Cuentos, a la que siguieron El caldero de oro
(1981), finalista del Premio Nacional de la Crítica, el libro de relatos, Cuentos
del reino secreto (1982), de nuevo una novela, La orilla oscura
(1986), Premio de la Crítica de 1985. Un año más tarde, iniciaría su trilogía
sobre la América española: El oro de los sueños (1986), La tierra del
tiempo perdido (1987) y Las lágrimas del sol (1989). Una nueva
colección de relatos, El viajero perdido (1990), las novelas El
centro del aire (1991), No soy un libro (1992), Cuentos del
Barrio del Refugio (1994), Las visiones de Lucrecia (1996), la
colección, 50 cuentos y una fábula (1997), sus memorias, Intramuros
(1998), la colección, La casa de los dos portales y otros cuentos (1999),
las novelas cortas, Cuatro nocturnos (1999), Cuentos (2000), Los
invisibles (2000), una nueva colección de cuentos, Días imaginarios
(2002), la novela, El heredero (2003), reflexiones sobre invención
literaria, Ficción continua (2004), Cuentos de los días raros
(2004), Cuentos del libro de la noche (2005), El lugar sin culpa
(2007).
Merino forma parte de esa raza de
escritores que desde sus inicios como narrador, vuelven al relato como el
auténtico arte de contar, superando en cada momento esa tesitura entre realismo
e idealismo, entre formalismo y contenido, es decir, el proceso de escritura
puro o la literatura de compromiso. En aquella época se llamó la «nueva
fabulación» en la que sirviéndose de la realidad o del dato histórico se
descubre el revés de lo real y lo fantástico, siguiendo la estela de Todorov
cuando habla de esa incertidumbre entre lo real y lo irreal, entre la vigilia y
el sueño, entre la evocación de la memoria y una realidad presente.
Los
cuentos
Hasta el momento la obra breve de José
María Merino se compone de Cuentos del reino secreto (1982), El
viajero perdido (1990), Cuentos del Barrio del Refugio (1994), 50
cuentos y una fábula. Obra breve (1982-1997) (1997), La casa de los dos
portales y otros cuentos (1999), Cuentos (2000), Días imaginarios
(2002), Cuentos de los días raros (2004), Cuentos del libro de la
noche (2005) y La glorieta de los fugitivos. Minificción completa
(2007), que en su mayoría se adscriben al género fantástico-maravilloso,
situados cronológicamente en la Antigüedad o en la Edad Media, y elementos
de ficción científica. El primer volumen, Cuentos del reino secreto,
reúne un puñado de relatos en los que los prodigios se suceden en la Antigüedad
como en la Edad Media,
por ejemplo, «Valle del silencio» y «Expiación», ambientados en la Iberia
romana y «La prima Rosa»
y «La casa de los dos portales», en la Edad Media; en todos
estos cuentos, los protagonistas son niños y adolescentes. Los prodigios, que
se cuentan, son vividos como si de una realidad se tratara sin que el narrador
manifieste al lector sus posibles dudas, sino que prolonga la experiencia, a
veces, durante toda una vida. En su siguiente colección, El viajero perdido,
con la perspectiva de los ocho años transcurridos, los cuentos no se sitúan en
el espacio geográfico anterior, es decir, la frontera leonesa con Asturias y
Galicia; ahora los personajes son adultos que se muestran escépticos ante los
desafíos de credibilidad de las situaciones vividas. En el tercer volumen, Cuentos
del Barrio del Refugio, el espacio es urbano, concretamente, madrileño,
aunque aparece un paisaje suburbano que se quedó al margen de la evolución de
una modernidad de la capital: casas abandonadas, callejas tortuosas y mal
iluminadas, sombras, brumas que se extienden por barrios habitados por ancianos
abandonados, vagabundos, drogadictos o inmigrantes sin cobijo alguno.
La obra narrativa breve de Merino ha
sido estudiada en numerosas ocasiones, a propósito de esa fantástica visión de
la mayoría de sus relatos, además de esa manifiesta voluntad de presentar
fenómenos diversos como la irrupción del mundo ficticio en el real, apariciones
de ultratumba, seres o cosas de otros tiempos y espacios, espíritus, monstruos,
metamorfosis; pero pese a lo que pudiera pensarse con respecto a este tipo de
narrativa, reducida a una mera anécdota, tanto los valores esenciales como los
existencialistas plantean tanto al narrador, como al personaje y al lector, no
pocas dudas acerca de esa adscripción al género maravilloso-fantástico. Días
imaginarios (2002), son cien invenciones literarias, toda una miscelánea de
textos inclasificables por su heterodoxia y riqueza, tanto narrativa como
imaginativa. Los textos se parecen a apólogos, esbozos de cuentos, sueños,
sentencias, recogen leyendas y mitos o se verifican como auténticos artículos
que nos remiten al mundo de su ficción. En buena parte de estas historias, se
puede hacer un auténtico rastreo de lo cotidiano, como por ejemplo, en los
textos denominados, «Del almanaque...», doce en total, que se refieren a los
meses del año y a sus fiestas más señaladas: Reyes, Semana Santa, flores de
Mayo, vendimia, día de Santos..., y que enlazan con toda una tradición
universal. Breve ensayo de prosa multigenérica en textos que rezuman magia,
sugieren incluso más de lo evidente, contienen imágenes repletas de ironía que
remiten tanto a la fantasía como a la cotidianidad. Sabiduría
oriental u occidental, erudición para salvar muchas leyendas contenidas en el
baúl de nuestros recuerdos y recobradas por la prosa de Merino. Otra
interpretación sería la del esbozo de un cuaderno de notas, artefacto válido
para interpretar la literatura y lo que confiere su mundo. Cuentos de los
días raros (2004), quince cuentos que nos hablan de esos días raros,
siempre al acecho para traernos la fascinación o el desasosiego de lo
imprevisto, de lo misterioso, de lo fatal, para mostrarnos, en definitiva, lo
que puede esconderse tras las imágenes de lo cotidiano. Al profesor Souto
empiezan a sorprenderle las respuestas de la inteligencia artificial que está
ayudando a crear. Cuentos del libro de la noche (2005), relatos
fantásticos u oníricos, reales o imaginarios, despiertos o dormidos que se
esconden y emergen de las páginas de este libro de microrrelatos. Con la noche,
la luna, la ausencia de luz y las sombras como cómplices que dan sentido al
conjunto. Hay algún que otro relato con tintes de humor, pero los menos, recogen imágenes de momentos de insomnio y
duermevela teñidas de pinceladas de fantasía. En alguna ocasión, el autor ha
manifestado que jamás enciende las lámparas, lleva en la mano una linterna
pequeña y su resplandor escaso, subrepticio, le ayuda a sobrevivir. La
glorieta de los fugitivos. Minificción completa (2007), cuentos que se
reúnen por primera vez en un solo volumen y tienen un hilo común conductor, al
margen de su brevedad, la extrañeza de lo cotidiano, el misterio que nos otorga
nuestra vida diaria, además de esos otros temas que literariamente hablando
suelen repetirse como la muerte, el horror, la historia, el sueño, la memoria y
todos aquellos aspectos que asolan a la existencia del ser humano con sus
aciertos y equivocaciones. Algunos son un fogonazo de ritmo expositivo que
sorprenden por la resolución de los mismos y en ellos, precisamente, se aprecia
ese valor anecdótico que el autor otorga a muchas de estas historias. La
segunda parte contiene «veinticinco pasos» que suponen su intervención en el
Congreso Internacional de Minificción en la Universidad de Neuchâtel, un
auténtico ensayo sobre teoría lingüística y la necesidad de la ficción como
vivencia existencial paralela a la propia o, lo que es lo mismo, «la ficción,
—como señala el profesor Souto, alter ego, de Merino— primera sabiduría de la humanidad.
Las
novelas
Con la Novela de Andrés Choz
(1976), obtuvo el Premio Novelas y Cuentos. Cuenta la historia de Andrés que
escribe una novela de ciencia-ficción y le va narrando todo el proceso a un
amigo de forma epistolar; paralelamente, el lector va descubriendo la vida de
Andrés Choz porque el conjunto está estructurado en secuencias y desde las tres
personas narrativas, algo así como esa metanovela que años más tarde
tendría tanto éxito. En su siguiente obra, El caldero de oro (1981)
también mezclará dos planos narrativos, uno real y otro mítico, para contar en
tres ámbitos, la agonía del protagonista y sus vivencias que recrean la
infancia, la adolescencia y posterior madurez, en compañía de un abuelo, que
cuenta la historia mítica del caldero de oro.
Con La orilla oscura (1986) obtuvo el Premio de la Crítica, y
narra la vida de un profesor universitario que descubre, repentinamente, una
inquietante percepción del mundo en el que vive y queda envuelto en los
laberintos de un destino. Inicia un viaje que le llevará al pasado, incluso
revivirá sus aventuras infantiles con una experiencia americana a través de un
río y una gran selva. Un año más tarde, iniciaría su trilogía sobre la América
española: El oro de los sueños (1986), La tierra del tiempo perdido
(1987) y Las lágrimas del sol (1989). La primera se desarrolla en
Méjico, la segunda en la península del Yucatán y la tercera en el Perú de las
guerras pizarristas y almagristas. Dos nuevas novelas El centro del aire
(1991), vuelve a construir un relato sobre la niñez porque los tres personajes
son unos amigos de la infancia que emprenden la búsqueda de una amiga perdida
en un accidente aéreo pero tal vez viva con otra identidad. Resulta un
recorrido agradable por los recuerdos, los sueños, las aventuras infantiles, la
vida cotidiana de unos jóvenes en permanente búsqueda de una identidad. Y No soy un libro (1992) confirma, de
alguna manera, la madurez de Merino con su escritura: de nuevo el viaje como
búsqueda y aglutinador de aventuras como nos tiene acostumbrados el narrador:
mundos extraños, diferentes con la presencia de la muerte para dividir los dos
mundos contados. Las visiones de Lucrecia (1996), novela histórica,
ambientada en la
España Imperial de finales del siglo XVII, la vida de una
muchacha que con sus sueños vislumbra catástrofes, en realidad, profecías que
son tomadas en cuenta porque para algunas personas se les antojan divinas.
Aunque el trasfondo es más político y muestra la religiosidad intransigente de la época. La novela, El
heredero (2003), es la historia de un joven heredero quien, más que
una herencia al uso, recibirá a la muerte de su abuela, no la casa familiar y
las tierras, sino un legado más valioso de sus antepasados: su pasado y sus
vivencias, sus secretos y sus silencios, los relatos particulares de todos y
cada uno de ellos, una historia que se extenderá a lo largo del todo el siglo
XX. Y su última entrega, por el momento, El lugar sin culpa (2007), una bióloga,
pretende alejarse de un doloroso drama familiar y elige como destino
profesional un laboratorio situado en una isla casi deshabitada, un espacio
protegido, donde el transcurrir del tiempo se ajusta mucho más al ritmo de la
naturaleza que al de los pocos seres humanos que habitan en ella, y donde
parece posible que la memoria personal pueda ser anulada. La llegada a la isla
de un barco con el cuerpo ahogado de una joven devolverá a la protagonista la
conciencia de la realidad humana y temporal a la que, a pesar de todo, ella
pertenece.
La ficciones de Merino, en suma, son
miradas racionales sobre el ser y el estar del hombre contemporáneo sin
condicionamiento alguno, que se convierten en ámbitos de libertad con
apariencia de laberintos para conocer la imaginación de un fabuloso mediador.
Elegido (silla «n») el 27 de marzo
de 2008, el escritor José María Merino ingresó en la Real Academia Española
(RAE) el 19 de abril de 2009 con el discursos titulado Ficción de verdad. Le respondió, en nombre de la corporación, Luis
Mateo Díez. José María Merino fue elegido vicesecretario de la Junta de
Gobierno de la RAE el 17 de diciembre de 2009.
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