Gratitud
Un legado
De vez en
cuando uno mira a esa estantería de la biblioteca donde se han ido dejando
algunos de esos libros que se acumulan en un calculado tiempo de espera y
llegado el momento abrirlos y empezar a leer sus primeras páginas. No suelen
ser muchos sino los suficientes para recuperar, de alguna manera, esa mirada
que has dejado atrás por motivos diversos y que en ese momento dado algo te
devuelve a una actualidad y a una realidad bastante más convincente que cuando
llegaron a tus manos, y tal vez a esos instantes que te sacuden la conciencia
lectora porque a lo largo de los años has ido acumulando experiencias de todo
tipo, leyendo textos, admirando la inteligencia y sabiduría de amigos que, por
esa extraña circunstancia de esta vida, ya no están con nosotros. Tres
ejemplos, la memoria del gallego Camilo José Cela (1916-2002) con quien
mantuve, en una lejana juventud, un cruce de epistolario cuando quería abarcar
y aprender de su inmensa obra; el madrileño Medardo Fraile (1925-2013) con quien
tanto quería, de quien sigo admirando el trazo firme para contar las breves
historias de una España de posguerra y levantar acta de un presente no menos
convulso y literario; y el hermano- mexicano Sergio Pitol (1933-2018) de
exquisito trato, viajero incansable, maestro de una prosa
narrativa-memorialística.
El libro, que
tengo en mis manos, es menudo, de una asombrosa brevedad, aunque de un
incalculable mensaje humano, incluso igual de breve es su título, Gratitud
(2016), que firma Oliver Sacks, famoso neurólogo que renovó la narrativa médica
con algunos de sus libros que conquistaron a millones de lectores en todo el
mundo.
Oliver Sacks
reúne, en esta ocasión, cuatro pequeños ensayos, que escribiría tras recibir la
noticia de que el melanoma que le habían diagnosticado diez años antes había
hecho metástasis y apenas si le quedaban seis meses de vida. Una vez constatado
el hecho, “Mercurio”, el primer texto, se convierte en ese profundo sentimiento
de gratitud por haber disfrutado durante tanto tiempo una existencia plena
tanto en su aspecto vital como intelectual y, sobre todo, ofrece una mirada
sobre la muerte ante un tiempo que se siente breve pero en plenas facultades
para aceptar el desenlace; habla, sin embargo, de las delicias de la vejez, de
ser consciente del paso del tiempo, pero de una auténtica celebración de la
vida y de la belleza de la misma; en “De mi propia vida”, el segundo, hace un
breve balance de su existencia, enumerando esos momentos difíciles, aunque por
encima de todo subraya el privilegio de haber vivido; el científico Sacks evoca
su afición a la física en “Mi tabla periódica” que ha ido coleccionando a lo
largo de los años y simboliza la energía que le ha acompañado y aún sustenta
sus días finales; y, en el último, “Sabbat” realiza un repaso por sus
complicada relación con la religión de sus padres, el judaísmo, y su posterior
reconciliación con la celebración del sabbat y con sus muchos familiares, ofrece
incluso el dato de su homosexualidad motivo de distanciamiento durante años.
Oliver Sacks
se muestra, en estos breves ensayos de una plena y larga existencia, agradecido
sobre todo a la vida, a sus seres más queridos, y a los lectores por ese
diálogo entablado durante años, inevitablemente posible cuando nos encontramos
frente a esa percepción que se sabe de la buena literatura, aquella que solo los
genios son capaces de escribir.
Oliver Sacks, Gratitud, Barcelona, Anagrama, 2016.
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