Diego
Prado
Diego Prado nace en Mahón, Isla de
Menorca, 1970, y durante años ha ejercido el columnismo y la crítica literaria
en distintos medios, y en el terreno de la ficción ha publicado los libros de
relatos Las espigas de la imprudencia
(2003), muestra, según David Torres, de su quehacer como autor de cuentos,
nueve historias ligadas entre sí por la sensación de la imprudencia del vivir
cotidiano que, en el reverso de un aparente orden, nos lleva a situaciones tan
absurdas como inesperadas, y Domingos
buscando el mar, Premio Café Món de Narrativa, 2007, trece cuentos que a
Ricardo Reques le recuerdan La autopista
del Sur, de Julio Cortázar, con un punto de partida similar y cuando surge
una historia de amor entre un caos de coches atascados; en ambos casos de trata
de una metáfora de la vida rutinaria, aunque Prado habla del deseo
insatisfecho, de metas inalcanzables y la renuncia conformista que la asume el
personaje narrador. Dos novelas En algún
lugar te espero, accésit del Premio Gabriel Sijé, 2000, y Hospital Cínico (2013). Ha publicado
recientemente la colección, Sopa de fauno
(2017).
¿Nuestra vida hoy
está por encima de lo ordinario?
Es
recomendable que lo esté, de lo contrario me temo que nos enfrentamos a una existencia
más bien plana y sin grandes alicientes.
Quizá por eso, ¿un relato, si está
bien estructurado, nos permite intuir más allá de lo que leemos?
En cualquier
buen texto que se precie siempre hay varios niveles de lectura, así que, por
supuesto, siempre hay puertas entreabiertas esperando para ser indagadas a
oscuras.
¿Lo fantástico como
complemento de la realidad que nos envuelve, o tal vez la realidad como una absoluta
fantasía?
Me inclino más
por lo primero. Pessoa decía aquello de que “la vida no basta” y, de algún
modo, tenía razón, puesto que el ser humano necesitó pronto inventar, fabular,
creer en lo mágico como explicación del mundo. Lo fantástico está insertado en
la realidad, una realidad, no obstante, llena de inesperados agujeros negros.
¿La verdad que no se
quiere descubrir puede provocarnos cierto desasosiego?
Hay verdades
que vale más no conocer, ciertamente. En el fondo, todos preferimos que nos
mientan. Esto explicaría, a otro nivel, que nuestro país esté como está.
Dos colecciones
anteriores, Las
espigas de la imprudencia (2003) y Domingos
buscando el mar (2007) ya perfilaban su
visión de una realidad paralela, ¿estamos obligados a vivir así?
No sé si la
palabra sería obligados, pero Borges ya hablaba “del otro lado de las cosas”. A
mí, en la vida y en la literatura, me interesa ese otro lado, el oculto, el
menos evidente.
¿Dónde se siente más
cómodo, en la distancia corta de un relato, o en la maratón de la novela?
Me siento cómodo escribiendo en general, aunque es cierto
que siento cierta querencia por el género del cuento.
¿Por qué sus
personajes se nos antojan unos seres grises y sin perspectiva alguna en la
vida?
Quizá
porque los triunfadores no me interesan. Desde el punto de vista psicológico y
literario, los presuntos perdedores son mucho más interesantes y contienen
muchas más dobleces. Pero también podría ser porque uno mismo no escapa de esa
grisura del día a día.
Una vez leída esta nueva colección, Sopa de fauno (2017), ¿parece que acentúa aún más su visión irónica de una realidad,
o trata usted de ser jocoso en estos tiempos de cólera?
No concibo la
literatura sin humor, un humor agridulce, a veces negro. La ironía es el arma
de los que temen la realidad, la cancioncilla tonta que cualquiera canturrea de
noche andando solo por un bosque para espantar el miedo.
¿Detrás del humor y
de la ironía de sus cuentos, en general, debemos intuir como lectores su
devoción a grandes maestros del género? ¿Por ejemplo?
Siempre he
sido un lector anárquico y he pasado por etapas muy diversas. Conozco bien casi
toda la cuentística social realista española de los 50-60, de donde surgió una generación de grandes -y
muchos olvidados- autores de cuento. El realismo como género no me interesa, lo
dejo para el XIX, pero sí aprendí de todos ellos el ritmo interno del cuento.
Para mí el gran referente español de la literatura de fantasía sigue siendo
Cunqueiro, un autor más citado que leído, me temo. También hay elementos
fantásticos muy evidentes en no pocas obras de Mercé Rodoreda. Y por supuesto,
el gran Pere Calders, un maestro del humor blanco y del absurdo. Curiosamente,
en el país del Quijote, el gran libro de fantasía de nuestra literatura, lo
fantástico arraigó poco hasta los años 80 del pasado siglo, y antes se dio más
en autores “periféricos”.
Calvino, Buzzati, Chéjov, Quiroga, Rulfo... Todos ellos
están entre mis referentes.
¿Es posible que como
uno de sus personajes nos encontremos con una lamia? ¿Qué debe intuir el lector
detrás de esta propuesta?
Ya lo decía Torrente
Ballester: yo no creo en brujas; ahora bien, haberlas haylas.
¿La realidad es
obsesiva y nosotros somos quienes construimos nuestro mundo? ¿Vivimos de
conformar momentos inesperados?
La realidad
por sí sola no es nada si no es interpretada, y cada uno la ve a su modo. Basta
leer los periódicos: de uno a otro parece que una misma noticia es distinta.
Don Quijote veía gigantes donde el resto sólo observaba molinos. En cambio, su
mundo interior, su realidad, era mucho más rica que la de la gente que lo
rodeaba y le trataba de loco.
¿Los humanos
seguimos estando en la más absoluta soledad?
Sí, incluso
acompañados.
Una vez leídas las
historias de Sopa
de fauno, ¿qué lección debemos extraer
sus propuestas?
No hay lección
alguna. Yo no escribo para predicar nada. Si logro la sorpresa, la sonrisa y la
reflexión ya me doy por pagado.
¿La vida para usted
se concreta en una sucesión de anécdotas y, tal vez, por eso las pone en un
papel y las escribe?
La vida es lo que nos va pasando y es tan
corta que no da más que para sucesiones de anécdotas más o menos extensas.
¿La vida real no les
basta a sus personajes en Sopa de fauno y se desenvuelven en situaciones
extremadamente irreales o fantásticas?
Ya he citado
lo que decía Pessoa al respecto. Desde el primer cazador neandertal que llegó a
la cueva exagerando la caza de ese día, el ser humano ha necesitado siempre
adornar la vida, hacerla más brillante, darle una pátina de excelencia. Vivimos
intentando huir de la mediocridad, esa sombra que a todos nos acecha y de la
que pocos escapan. Fíjese que la realidad siempre va acompañada de adjetivos
negativos; la cruda realidad, la triste realidad... La realidad es un espejo
que no gusta a nadie. Preferimos el sueño, lo irreal, lo maravilloso. Por eso
nacieron las leyendas, los mitos, los cuentos, la literatura en definitiva.
¿Recomendaría usted
su literatura para liberarnos de las pesadillas cotidianas?
En absoluto.
Mi literatura parte de esas pesadillas u obsesiones y no creo que pueda liberar
a nadie. Ahora bien, siempre le alegra a uno saber que no está solo en el mundo
imaginando cosas raras, jajaja.
Y una pregunta
final, alterna usted relato y novela, después de Sopa de fauno, ¿en qué anda
metido o con qué nos sorprenderá?
Llevo casi dos
años trabajando en una nueva novela. Se trata de una vieja idea a la que ha
costado darle un armazón narrativo y que, imprevisiblemente, se ha ido
desbordando y creciendo. Veremos cómo acaba.
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