José Antonio Sáez
Fernández
UNA VIVENCIA EMOCIONAL DEL MUNDO RURAL
Desde sus orígenes, la literatura, y
la poesía en especial, se mantuvo unida a la naturaleza. De
alguna manera, todos los grandes poetas que en el mundo han sido han venido plasmado
en sus textos el sentimiento de la naturaleza, haciendo sintonizar, en muchas
ocasiones, sus estados de ánimo con la misma naturaleza. Desde Horacio y
Virgilio a Garcilaso y Antonio Machado.
El recordado catedrático de Literatura
Española de los Siglos de Oro de la Universidad de Granada, don Emilio Orozco,
tituló así uno de sus mejores ensayos: “Paisaje y sentimiento de la naturaleza
en la poesía española” y aquellas enseñanzas las desbrozaba en las clases de
quienes fuimos sus privilegiados alumnos. En el primer renacimiento, algunos poetas
como fray Antonio de Guevara, a quien se consideraba dentro de la reacción
clasicista que reivindicaba el verso octosílabo frente a la defensa del
alejandrino y que otros poetas como el marqués de Santillana, Juan Boscán y,
sobre todo, Garcilaso de la Vega intentaban implantar en la poesía española;
escribió un “Menosprecio de corte y alabanza de aldea”, reivindicando la vida
rural frente a las intrigas de la cortesana, lo cual se había convertido en
todo un tópico literario, junto al de la Arcadia feliz.
Pero ese idílico estado de
circunstancias inició su declive en el siglo XIX, con el abandono progresivo de
los núcleos rurales, cuyas gentes venidas del campo acudían a las ciudades y a
sus núcleos industriales en busca de una vida mejor, ante el olvido que sufrían
por parte de los gobernantes y las oportunidades laborales que aquéllas
ofrecían. El campo comenzó a convertirse en nostalgia, frente a la ciudad y su
deshumanización, sentimiento que algunos califican de “pequeño-burgués”. La
obra de los escritores de la Generación del 98 supuso un aldabonazo en las
conciencias de los lectores al denunciar la postración y el atraso de España
respecto a Europa, y en especial de los pueblos y el paisaje castellano, donde
residía la esencia de España: su alma. Así en las obras de Unamuno, Azorín y
Antonio Machado, por citar algunos casos más significativos. Ya en el siglo XX
ese estado de abandono y degradación no hizo más que agudizarse y la
despoblación del mundo rural y el interior de nuestro país aumentan de forma
alarmante hasta avistar, en el siglo XXI, el total abandono de muchos pueblos o
la práctica desaparición de otros con la huida a las ciudades. No obstante, muchos
de nuestros pueblos resisten afianzados en su identidad y en su historia, y
buscan nuevos caminos de recuperación económica y poblacional que les permitan
perdurar en el tiempo y conquistar un futuro posible para sus gentes.
No sería una exageración decir que los
nuevos poetas que evocan y cantan con nostalgia dolorida su infancia rural
viven ya, en muchos casos, en las ciudades y son plenamente conscientes de la
desaparición de ese mundo natural, esencial y verdadero, pleno de autenticidad
y hecho a la medida de lo humano, en donde transcurrió parte de su vida. La
postmodernidad, la postverdad y la globalización han acabado con un estilo de
vida en que el hombre podía alcanzar cotas de autenticidad mucho mayores de las
que, al presente, disfruta el urbanita. El bienestar material y la apuesta de los
gobernantes por las ciudades, su política de centralización de servicios ha
obligado a los habitantes de los núcleos rurales a su abandono, al carecer de
los más elementales servicios que la sociedad actual han convertido en
imprescindibles.
En este estado de cosas, ¿tiene
sentido una antología como la titulada “Neorrurales”. Antología de poetas de
campo”, publicada por la editorial cordobesa Berenice, en edición del escritor
y crítico literario Pedro M. Domene (Huércal-Overa, Almería, 1954), a cuyo buen
hacer corre tanto la selección de los autores como la introducción del volumen.
A muchos puede parecer un gesto romántico y altruista, a la vez que supone un
reto para el antólogo y para la editorial, pues, como digo, en ambos casos hay
una apuesta no exenta de riesgo. En realidad, toda antología supone una apuesta
y un riesgo que se configura o materializa según los criterios y el parecer,
más o menos atinado, del antólogo; con la aquiescencia, quizá, de la editorial. Tarea
de nostálgicos, dirán unos; discordante o de desfase, dirán otros; por no
hablar de los ideologizados al tratar el fondo de la cuestión. Entiendo
que en los textos de los poetas antologados no hay reivindicación expresa de
ese mundo rural que parece haber perdido definitivamente la partida, lo cual se
adivina, del mismo modo, asumido por sus cantores. Tampoco leemos en los textos
recogidos denuncias notables sobre el deterioro del mundo natural frente al
urbano, debido a la depredación humana, a la contaminación del mundo natural
(ríos, aire, erosión provocada, etc.) Más bien, se trata de un mundo evocado
con nostalgia y proclive a la expresión de las emociones más sinceras y
auténticas, alejado de la vaciedad, la superficialidad, la mentira y la
deshumanización de la sociedad urbana, implacablemente impuesta y que ha venido
seduciendo, con sus emblemas de bienestar y progreso a cuantos habitantes de
los núcleos rurales se sintieron impelidos, si no seducidos, a abandonarlos. Se
evocan lugares y paisajes, pero sobre todo la humanidad, la nobleza y los
valores aprendidos de los seres queridos que conformaron la muralla de
resistencia contra la llamada y el acoso urbanos. La reivindicación del campo y
de la naturaleza frente a las ventajas de la vida en las ciudades no supone,
pues, nada nuevo. Sí lo es el tono, el acento, la modulación con que los ocho
poetas seleccionados por Pedro M. Domene para esta antología de poetas de
campo, que se han venido a reunir bajo el epígrafe de “neorrurales” y que cito
a continuación: Alejandro
López Andrada, Fermín Herrero, Reinaldo Jiménez, Sergio
Fernández Salvador, Josep M. Rodríguez, David Hernández Sevillano, Hasier Larretxea,
Gonzalo Hermo. Cada uno de ellos con diez poemas de muestra, más una nota biobliográfica
y una poética, los cuales nos esclarecen tanto la trayectoria personal y
literaria de los poetas como las diversas maneras de entender el propio
ejercicio poético en relación con tema propuesto. No encuentro apenas puntos de
comunión entre las diversas poéticas, pues cada poeta responde a unas
motivaciones y a unas circunstancias personales en su quehacer poético, al
menos en lo que ellos hacen explícito en sus propuestas. Quizás lo más
significativo sea esa vivencia emocional, evocadora, como del desterrado o el
expulsado de su patria que siente la escisión en su interior entre las
vivencias de infancia y adolescencia y los días de madurez profesional vividos
en ámbitos distintos. Las particularidades físicas del paisaje y el paisanaje
que conformaron gran parte de la personalidad poética de estos autores son
obvias, pero la esencia no cambia de forma notoria. Cada uno con su estilo y su
personalidad, pero con el aliento común que permite al antólogo aglutinarlos
con intención reivindicativa y hasta, en cierto modo, provocadora.
Una antología temática inusual y
arriesgada, una apuesta por unos autores que, en algunos casos tienen un nombre
y una obra más reconocida y consolidada que otros; pero en todos ellos válida.
Neorrurales. Antología
de poetas de campo.
Selección e introducción de Pedro M.
Domene
Berenice, Córdoba, 2018.
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