Alejandro López Andrada
POÉTICA
Escribir poesía para mí es reconectar con un
universo perdido, devastado, (el mundo rural) que aún sigue existiendo y
flotando en mi interior: árboles, nidos, corrales, huertos, norias, piedras,
pájaros, lagartos, que, a través de los ojos del recuerdo, puedo reconocer y
reconstruir con delicada y extraña precisión. De este modo, la escritura
poética sirve para reencontrarme espiritualmente con los rostros, los objetos y
las voces que desaparecieron del plano familiar, aunque siguen aún transitando
por mi espíritu. Explicar mi mundo -ese universo interior que es sólo mío- a
través de símbolos y emociones es lo que siempre me ha movido a escribir: la
poesía me proporciona algunas claves para entender mejor la arquitectura que
conforman los edificios del silencio, las buhardillas del tiempo. Cuando
escribo poesía hago de médium y, a través de mi voz, fluyen nombres de otra época, palabras y espacios rurales
que existieron y viven en un plano
distinto a esta realidad. De tal modo que no suelo ser yo quien escribe,
sino otros (la tierra, los montes, los
pájaros, las fuentes, los caminos del bosque, los muertos familiares) los que
lo hacen por mí devolviéndome su halo, reconstruyendo el tiempo en que viví con
una pulcra y pausada nitidez.
(De Neorrurales. Antología de poetas de campo; selección e introducción de Pedro M. Domene; Córdoba, Berenice, 2018; 156 pp.)
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