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martes, 9 de octubre de 2018

Irene Gracia


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HUMANA CONDICIÓN

              
        Irene Gracia (Madrid, 1956) tiene una extraña versatilidad para componer sus historias y escribir sus novelas, desde sus comienzo mismos, Fiebre para siempre (1994), un relato sobre ángeles caídos e ídolos rotos, fusiona al mismo tiempo el concepto de mito y de realidad para profundizar en la condición humana, o Hijas de la noche en llamas (1999), con un trasfondo de venganza y deseos femeninos, una particular visión sobre la condición física, Mordake o la condición infame (2001), ensaya la posibilidad de esa débil frontera entre lo estrictamente masculino y femenino, y aunque temáticamente recuerde a una literatura decimonónica, alejada de las tesis actuales, persiste con una vigencia permanente. Con El coleccionista de almas perdidas (2006), consigue esa muestra asombrosa de relato poliédrico, la historia de Anatol Chat, y de su familia, fabricantes de autómatas y replicantes, obsesionados por abarcar el mundo con sus criaturas, mientras Anatol es un cuentacuentos prodigioso que pretende llegar aun más lejos con el uso de la palabra, y una vez más, Irene Gracia nos envuelve con su literatura regalándonos, como si de un auténtico fervor clásico y místico se tratara, El beso del ángel (2011), un relato poético que se estiliza hasta llegar a una simbiosis arcaica, trasciende al clasicismo y se eleva hasta un auténtico fervor místico para así explicar el concepto posesivo del mito Adanel, el ángel del amor.
        Irene Gracias ha ordenado la trama de su novela en cuatro partes o escenarios distintos para seguir las huellas de un ser posesivo que se mueve en este mundo desde una perspectiva tanto angélica como demoníaca. Thérese Fuler es la narradora de las cuatro historias o de las cuatro evocaciones que se concretan en la última, titulada «Ángeles dionisíacos» su propia historia que cierra, de alguna manera, el volumen y el repaso de las actuaciones luminosas de Adanel vagando por el mundo en sus diferentes reencarnaciones. Es así como vamos avanzando en la historia y en las épocas en que este ángel se ha ido encarnando, «Apolina», «Ledo» y «Dionisio». El relato muestra la nueva visión que Irene Gracia propone del misticismo, tal vez como un concepto alejado de un dios cristiano para profundizar sus raíces en un paganismo que reinterprete la condición bíblica de espiritualidad y vuelva su vista a las deidades clásicas en las que algunos de sus personajes disfrutaban de esas extraño protuberancias tan valoradas y ponderadas a lo largo de la novela, un buen ejemplo de la historia vivida con Leonardo da Vinci, o las alas de Cupido o Hermes.
        Las imágenes pueblan El beso del ángel, un texto con un amplio recorrido por la mitología, sin olvidar el arte de la danza, la música, la propia literatura, contado con un lenguaje actual, preciso y rítmico que aporta a la novela una sonoridad y una plasticidad asombrosa para desarrollar la historia de Adanel, el ángel sin paraíso que se mueve por nuestro tiempo y nuestro mundo, inmerso en esa zozobra humana característica: deseo, anhelo, sueño, derrota y finalmente, muerte.






EL BESO DEL ÁNGEL
Irene Gracia
Madrid, Siruela, 2011


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