El tiempo
histórico de Las afueras
El debut
narrativo de Luis Goytisolo
Luis Goytisolo (Barcelona, 1935) ganó la
primera edición del premio Biblioteca Breve, que convocaba la refundada empresa
por Víctor Seix y Carlos Barral, con Las
afueras (Seix Barral, 1958) y, seis décadas después, el propio autor
reconoce que aquel galardón lo cambió todo: “Para mí lo importante era ser
escritor, y aquello me resolvió la vida. Empecé a trabajar como lector para la
editorial y pude dejar Derecho”, así explica cómo fueron sus comienzos, y
después publicaría Las mismas palabras
(1962), los días en la cárcel de Carabanchel y, sobre todo, el vuelco narrativo
que supuso la
monumental Antagonía
(1973-1981), su obra más ambiciosa, aunque su primera obra, Las afueras, había sido un auténtico ensayo, un inicio del camino,
una novela que subrayaba la osadía suficiente para abrir nuevos caminos en la
narrativa española del momento.
Los comienzos
El narrador exponía, recientemente, algunas
consideraciones sobre su novela, en una obra que ha titulado, El sueño de San Luis (2015), y a
propósito de la lectura que se obligaba a hacer ante la reedición que el editor
de Anagrama, Jorge Herralde, le proponía, seis décadas después de su primera
edición, y así dejaba constancia y argumentaba el autor su primera incursión en
el mundo narrativo: “Las afueras fue
mi primera novela —cuando la empecé era todavía menor de edad—, y aunque de inmediato
alcanzó una gran resonancia y aún ahora sigo topándome con lectores
entusiastas, yo siempre tuve la íntima convicción de que no me había quedado
redonda. Cuando su aparición, suscitó una gran controversia: novela formalista
para unos, social para otros; radicalmente innovadora para unos, serie de
relatos más que novela para otros, etc. Yo la había escrito de acuerdo con las
estrictas normas del “realismo objetivo”, teorizado por Gertrude Stein y
desarrollado por novelistas como Hemingway o Pavese. Y lo que ahora me temía
era que si tantas novelas de aquel entonces no habían aguantado el paso del
tiempo, algo parecido sucediese con Las
afueras (…).
Las
afueras desde un punto de vista argumental es una novela de gran dureza. No
es que en mis obras posteriores no sucedan cosas similares o peores, pero la
forma de exponerlas es otra, hasta el punto de que la presencia del humor en el
relato puede dar pie a que el lector acabe soltando una carcajada. En Las afueras, por el contrario, lo que
se está exponiendo sin tremendismo de ninguna clase, con total objetividad,
resulta con frecuencia despiadado debido precisamente a la frialdad del tono
narrativo adoptado. Y fueron algunos de estos hechos, irrelevantes en sí mismos
para cualquier lector, los que de pronto me revelaron cuestiones para mí hasta
entonces anodinas no ya de la obra sino de mí mismo (…)”.
La obra
El empleo de algunos procedimientos
técnicos llevaría a algunos críticos tradicionales a considerar la novela de
Goytisolo como una colección de siete relatos, aunque el narrador consigue que
dos temas esenciales de la novela social del momento subrayen su valor
novelístico por encima del tratamiento del relato: la maltrecha condición de
las clases trabajadoras y la situación de privilegio de la burguesía, tanto en
sus abusos como en su creciente aislamiento, sin que en sus páginas se vislumbre
crítica política o social, y parece palpable el sentido unitario del texto que
en algunos aspectos difiere notablemente de un libro de relatos al uso. Se
observa, no obstante cierta intencionalidad coincidente en los siete relatos
que integran Las afueras y no revelan
lo suficiente para proporcionar esa unificación temática, y sí proceda, tal
vez, de un común emplazamiento espacio-temporal para todas las anécdotas:
Barcelona o sus alrededores, sus afueras y a los dieciocho años de la guerra
civil (1957), y cada uno de los relatos ofrece una historia distinta, sin
vinculación con las restantes excepto en el hecho de que los personajes
coinciden en el nombre Augusto, Víctor, Ciríaco, Domingo, Antonio, Alvarito,
Bernardo, Magdalena, Claudina, o Amelia; pero la coincidencia es onomástica,
que se traduce como compleja organización de nombres, y se convierte en uno de
los propósitos concordantes de cada una de las historias del libro, no solo
como una intención, sino en cuanto un logro final. Pero nunca hablaremos de una
personalidad o actitud semejante de los protagonistas de esta novela, aunque sí
exista vinculación en su sentido de conjunto. Estos nombres pertenecen a
diversos grupos generacionales y sociales: Augusto (y sus esposas, Magdalena) representa
una clase acomodada pero vacía, y se corresponde con la generación mayor;
Víctor forma parte de la siguiente, participó en la guerra y, pese a su
posición acomodada, muestra de un apático sentido vital, una existencia frustrada
o esa mala conciencia que le lleva a un simulado acercamiento al pobre; Domingo
(y sus correspondientes Amelia) es la generación mayor de tipo servil y
doméstico; Ciríaco es la generación siguiente de clase modesta, trabajadora;
quedan, finalmente, los jóvenes o niños Álvaro, Antonio, Dina, Bernardo.
Nombres protagonistas de una historia colectiva que, situada en ese año
concreto de 1957, mediante una recuperación del pasado, nos ofrece una panorámica
de la Barcelona reciente. Esta panorámica se hace verdad literaria, sin
embargo, a través de argumentos singulares y de historias particulares.
Muchos de los protagonistas de estas
historias viven situaciones de absoluto aislamiento, y desde ese espacio es desde
donde el narrador reconstruye el pasado del personaje protagonista, y siempre
que vuelve atrás comparte con el lector parte de lo vivido y apunta a esa
evolución hacia la situación de crisis a que ha llegado, como exclusivo
resultado de su distanciamiento progresivo de esa clase opuesta a la suya, y en
una creciente y constante visión de insolidaridad tanto de una como de otra.
La ordenación de las distintas secuencias y la evolución de los personajes queda
patente en esa persistente conclusión pesimista sobre la posibilidad de una reconciliación
de ambas clases, y ni siquiera una nueva generación que no ha conocido el
pasado y los efectos de la guerra logrará el propósito. El tono obsesivo de
todos los relatos, y por extensión de todo el conjunto, está persistentemente
acentuado por toda una serie de procedimientos reiterativos, y los personajes
no sólo viven sus experiencias, contemplan o viven en paisajes parecidos y en perspectivas
idénticas, sino que incluso tienen las mismas ensoñaciones, recurso con que se
logra una atmósfera de pesadilla que pesa en los personajes, y por añadidura
llega a apoderarse de la sensibilidad del lector.
60 años después
La edición de Anagrama actualiza, de
alguna manera, el mundo novelesco de Luis Goytisolo sesenta años después, y en
un apéndice crítico reproduce los textos de J.M. Castellet publicado en Acento Cultural, 1959; de Antonio
Vilanova que editaría Destino en 1959,
y una mirada de Juan Antonio Masoliver en noviembre de 2017, una revisión para
la presente edición, que confirma como “Las
afueras es un libro que se ha ido enriqueciendo con el paso del tiempo.
Tiempo en cierto modo inmóvil, atemporal, donde la realidad es un desolado
estado de ánimos, marcado por la incomunicación, por la dureza, por la
esterilidad sentimental, por la lesionada sensibilidad de sus protagonistas”.
Luis Goytisolo,
Las afueras; Barcelona, Anagrama, 2018.
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