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viernes, 23 de noviembre de 2018

Novela corta de Francisco Villaespesa


BREVIARIO DE AMOR

                                            Ofrenda

       No para tus pobres oídos mortales, sino para que las escuches con lo más íntimo y puro de tu alma, escribo estas palabras incoherentes; pala­bras sueltas, como notas dispersas de una canción perdida en los vientos, como perlas desengarzadas de un collar roto por las manos displicentes del tedio en los momentos más áridos de la vida.
       Tuyas son. Solo tú puedes reunirías de nuevo en un ramillete de emoción y de armonía. Sólo tú puedes volver a engarzarlas en los hilos de oro de este rosario sentimental.
       Tú sabrás comprenderlas y sentirlas, porque el dolor y la nostalgia han sensibilizado tanto tus oídos, que puedes no sólo escuchar, sino interpre­tar el silencio.
       Desde las ruinas de mi corazón van al tuyo, sangrando en un vuelo candido, de palomas he­ridas...
       ¡Manos de piedad y de consuelo, de paz y de salud, sed propicias a estas líricas palomas mori­bundas! ¡Dadles un poco de calor sobre su seno y un poco de eternidad en sus labios!...
       Y si después, las soltáis, para que vuelen a mo­rir en la soledad gris de sus desiertos, su agonía será menos dolorosa, habiendo sentido el calor de su seno y la ternura infinita de sus labios.
          Amada de ayer, de hoy y de mañana, de la Santísima Trinidad del Tiempo, que en tu cámara vasta y fría, te deshojas de soledad y de abandono, como una flor enferma bajo las primeras lluvias del otoño, contemplando la inutilidad frágil y bella de tus manos trasparecer a la luz melancólica de los góticos vidrios emplomados... Un paje enlu­tado se curva ante tu trono y deposita sobre tu falda, como un tesoro, este pequeño libro miniado y florido de sangre y alma, y después, se retira silencioso y pálido, desvaneciéndose detrás de los cortinajes, como la sombra de quien no ha de vol­ver nunca.
       No le preguntes, no le detengas; no inquieras ni a dónde va, ni de dónde viene, ni quién te envía este libro...
       Abre sus páginas, y en tus horas de soledad y de abandono, derrama sobre ellas una lágrima, una sola lágrima de misericordia por el que nunca ha de volver.







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