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LA VIDA BREVE
El mundo de Miguel Sanfeliu (Santa
Cruz de Tenerife, 1962) ese que se traduce en un espacio sin reglas y donde,
bajo una aparente normalidad, se vive una realidad distorsionada, poblado de
gente corriente que intenta y consigue, en ocasiones, escapar de las trampas de
la vida, quiénes pretenden subsistir cuando las cosas empiezan a ir mal, es en
definitiva, por así decirlo, el único lugar donde uno siente que debe disfrutar
de los pequeños placeres. Por este, y quizá no otro, motivo en su nuevo libro, Los
pequeños placeres (2011), se recogen un puñado de relatos en los que no hay
otra salida sino enfrentarnos a nosotros mismos, a nuestros propios temores,
doblegarnos al juego real de la subsistencia desde ópticas y planos tan
diferentes como los ensayados por el narrador, solo justificables con actitudes
tan reales como si uno recibiera un fuerte golpe en la cabeza. Con respecto a
su literatura, el propio Sanfeliu, ha señalado que sus cuentos surgen de la
necesidad de explicarse en su propia realidad, aunque de manipularla e
interpretarla al mismo tiempo, dejando constancia por escrito, reinterpretando
a la mayoría de sus protagonistas que hablan de una concreción que no les
gusta.
Una vez más el mundo de Sanfeliu se
puebla de melancolía y de desengaño, de dolor compartido, actitudes que de
alguna manera suponen su visión fragmentada del ser humano contemporáneo,
alejado de una esperanza y de una promesa de felicidad. Cuando el narrador
explora la psicología de sus personajes, dirige su atención al comportamiento y
a esa reacción que moralmente se supone imperceptible, siempre a la espera de
un drama mayor aunque significativamente pase inadvertido en la cotidiana
observación. Su visión de lo rutinario pasa por el barrio, las amistades, el
fracaso, el éxito, o las pequeñas confidencias sin mayor trascendencia de dos
viejas amigas, como ocurre en «El reencuentro». En ocasiones, la dureza llega a
extremos, como en «Dolor» una amarga visión del suicidio, contraste entre la
brutalidad del hecho y la realidad vivida por un padre. Los veintiún cuentos se
suceden y comparten esa franqueza que suponemos en esa inalienable muestra de
nuestra vida, tan determinada por la hipocresía y el engaño, una concepción de
la vida que casi nunca compartimos con los demás; sin duda, un buen ejemplo de
esta locura cotidiana sea, «El hombre invisible», cuento irónico, socarrón,
narra la historia de un hombre ignorado como tantos, frente a las oscuras
actitudes de nuestro alrededor. Y no falta la emoción, el homenaje sentido en
«Remordimiento», un breve recuerdo del padre, con una mirada distinta ante la
muerte y los recuerdos que, transcurrido el tiempo, pesan en el alma, y se
añaden otras visiones, menos agradables, sobre tema tan literario y extendido
con ejemplos muy diferentes, «La morgue» y «Eutanasia». Sin necesidad de agotar
la visión del resto de estos relatos, el conjunto provocará en el lector
reacciones diversas, tantas como la visión que tengamos de nuestros miedos, de
la incomunicación, de la soledad, y de todas y cada una de esas trampas que nos
procura esta vida, que en ocasiones resulta tan melancólica como surrealista.
LOS
PEQUEÑOS PLACERES
Miguel Sanfeliu
Sevilla,
Paréntesis, 2011.
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