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Foto Eva Sintes |
TODO ES
PROBABLE
Diego Prado (Mahón, 1970) había publicado
las novelas En algún lugar te espero
(2000) y Hospital Cínico (2013), y los libros de relatos Las espigas de la imprudencia (2003) y Domingos buscando el mar (2007), y las diez piezas de Sopa de fauno (2017), se convierten en
su nueva entrega, en realidad, una colección que destila desde el primer cuento
hasta el último ese aire de jocosidad intensa que tanto nos hace falta, y
ofrece una irónica visión de una sociedad desgajada de sus elementos más
imprescindibles, algo que solo un magnífico escritor puede aportar; esto es, la
falta la bondad o la más absoluta negación de la condición humana porque sus
personajes, las mujeres y los hombres de estos cuentos, se verán inmersos en
algunos de los momentos más inesperados de su vida, y las historias de Prado se
convierten en un extraño conjunto de adversidades, donde la angustia y la
neurosis destruyen cuanto tienen a su alrededor, aunque eso sí, quienes
protagonizan sus historias se esfuerzan e intentan dar algo de sentido a lo que
sucede para liberarse de la pesadilla en que, inesperadamente, se han visto
sumergidos.
Las situaciones
cotidianas, salvo en algunos casos, son de lo más común, la falta de empleo,
los problemas familiares o de pareja, el fracaso personal, pero sobre todo la
soledad se percibe como el tema estrella del narrador que dosifica curiosamente
y es así como consigue hilvanar a través de esa dualidad que ha venido
ensayando en su relatos, una realidad cercana y el sentido más absurdo, quizá
calificado de ciencia-ficción, un auténtico juego onírico o la visión que, de
nosotros, muestra el reflejo de un espejo.
La curiosidad como lector no deja que nos
hagamos eco de algunas de estas historias, como ese actor de carrera maltrecha
que encarna a una planta humana en casas pudientes, una vida vegetal donde el
arte se convierte en un mero adorno que entretiene a los demás pero se
convierte mera supervivencia, “Planta de interior”; dos amigos en “Ella
aguarda” se reencuentran tras muchos años sin verse para recordar al alimón,
con ese agridulce sabor de la memoria, a una joven a la que amaron cuando eran
adolescentes; en “Un viaje familiar”,
los protagonistas llegan a un pequeño pueblo habitado por ancianos y se
encuentran con una lamia, un ser mítico con cabeza de mujer y cuerpo de dragón,
un cuento donde crepita lo fantástico, como en el siguiente, el trabajador de
una gasolinera en “Amor alto en nicotina” se encapricha de la voz irresistible
que surge de la máquina de tabaco. Los pliegues que contienen estas historias
resultan siempre un asunto evocador, y nunca demasiado explícito para que el
poder de la sugerencia imponga su ley, y es así como permiten que un libro
enigmático, que se titula Sopa de fauno, transite por la mayoría de ellas.
Para Diego
Prado
sus historias pueden surgir de una simple anécdota que, en su mano, cobra
protagonismo, y porque en el fondo subyace esa otra historia, la que como
lectores somos capaces de imaginar, y solo cobra dimensión en nuestra fantasía.
Las ilustraciones de Lola Castillo refuerzan, magistralmente, la atmósfera
creada por el narrador, en una perfecta simbiosis textual y plástica.
SOPA DE
FAUNO
Diego
Prado
Ilustrado
por Lola Castillo
Madrid,
Adeshoras, 2017
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