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sábado, 18 de noviembre de 2017

Enrique Vila-Matas



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PARÍS SIGUE SIENDO UNA FIEST                           
              
        La vida como el fragmento de una novela, una autobiografía personal y literaria, un inteligente collage o una mezcla de crónica particular, un ensayo sobre la evolución de la narrativa de los últimos treinta años o, incluso, el arte de la pura ficción en suma. El escritor Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948), viene entregando, últimamente, una irónica y original reconstrucción de sus vivencias personales noveladas, una práctica que incluye escribir sobre su vocación literaria y, aún insistiendo, su literatura deriva a una meditada reflexión sobre las razones que justificarían el sentido último de la escritura y las posibilidades de codificar cualquier acto que se distinga como literario. Solo así se entendería un libro como, París no se acaba nunca (2003), la novela homenaje de un aprendiz de escritor que para justificar su parte de ficción, y en un inteligente guiño inicial, pretende parecerse cada vez más a Hemingway, pero a un Hemingway mitificado y de leyenda cuya estela se extiende a nuestros días y se actualiza en el concurso que sobre el escritor se celebra, anualmente, en Key West, Florida, donde se congregan centenares de sus imitadores para convertirse en el más fiel retrato del novelista. Es esta, evidentemente, una manera más de sortear una realidad a la que Vila-Matas desafía con cada uno de sus textos y que de nuevo nos sorprende por ese espacio de libertad a que aspira el autor, porque en su narrativa última confluyen esos espacios en los que la ficción y la realidad se sostienen por ese minúsculo hilo argumental que cada lector quiera otorgarle. Como ocurre en la presente novela o ensayo o autobiografía en la que, enmascaradamente, un joven aspirante a narrador se traslada al París que Hemingway retrata en París era una fiesta, y donde el escritor había sido «muy pobre y muy feliz». Y el joven barcelonés lo hace para escribir su primera novela y para colmo de sus males se dará de bruces con una casera, a quien alquilará una buhardilla, llamada Marguerite Duras y quien cuando conoce sus intenciones, entre otras cosas, le ofrecerá, en un papelito, una especie de decálogo sobre el arte de la escritura. Y, él, en cambio nos ofrecerá los retratos más inverosímiles de esa gran dama, capaz de enojarse, al final de la novela, con un funcionario de la Électricité de France y ante la mirada atónita del joven Vila-Matas quien había acudido a su casera por el apagón producido en la buhardilla poco días antes de su vuelta a la ciudad condal. Un final redondo porque después de este sorprendente episodio, la dama salió de la vida del escritor para nunca más volver.
        Así comienza el relato de una impostura, la del joven Vila-Matas aspirante, cuyo testimonio autobiográfico se sustenta por la reconstrucción ejemplar de un París de los setenta, una excepcional experiencia de cómo vivir la literatura en el país vecino, con abundantes referencias a los personajes que el joven descubrió allí, exiliados hispanoamericanos y españoles, gente de la farándula y el resto de la bohemia literaria y cinematográfica, curiosidades que hoy demuestran esa innegable inocencia juvenil. En muchas de las páginas de este libro se repetirá, una y otra vez, esa concienzuda indagación llevada a cabo durante años por el escritor sobre las razones y el sentido mismo del concepto de escribir y esto en alguien que, para iniciarse, escribe La asesina ilustrada, un primer libro que, por otra parte, tiene la facultad de matar a quien sea capaz de leerlo, y ya entonces supuso que el resto de su vida se iba a asentar en la ironía. Y visto así, el proyecto vilamatiano desde Historia abreviada de la literatura portátil (1985), pasando por Bartleby y compañía (2000) o, su renombrada y premiada obra anterior, El mal de Montano (2002), ha mejorado mucho en este sentido.



PARÍS NO SE ACABA NUNCA
Enrique Vila-Matas
Barcelona, Anagrama, 2003

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