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PARÍS
SIGUE SIENDO UNA FIEST
La vida como el fragmento de una novela,
una autobiografía personal y literaria, un inteligente collage o una mezcla de
crónica particular, un ensayo sobre la evolución de la narrativa de los últimos
treinta años o, incluso, el arte de la pura ficción en suma. El escritor
Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948), viene entregando, últimamente, una
irónica y original reconstrucción de sus vivencias personales noveladas, una
práctica que incluye escribir sobre su vocación literaria y, aún insistiendo,
su literatura deriva a una meditada reflexión sobre las razones que
justificarían el sentido último de la escritura y las posibilidades de
codificar cualquier acto que se distinga como literario. Solo así se entendería
un libro como, París no se acaba nunca (2003), la novela homenaje de un
aprendiz de escritor que para justificar su parte de ficción, y en un
inteligente guiño inicial, pretende parecerse cada vez más a Hemingway, pero a
un Hemingway mitificado y de leyenda cuya estela se extiende a nuestros días y
se actualiza en el concurso que sobre el escritor se celebra, anualmente, en
Key West, Florida, donde se congregan centenares de sus imitadores para
convertirse en el más fiel retrato del novelista. Es esta, evidentemente, una
manera más de sortear una realidad a la que Vila-Matas desafía con cada uno de
sus textos y que de nuevo nos sorprende por ese espacio de libertad a que
aspira el autor, porque en su narrativa última confluyen esos espacios en los
que la ficción y la realidad se sostienen por ese minúsculo hilo argumental que
cada lector quiera otorgarle. Como ocurre en la presente novela o ensayo o
autobiografía en la que, enmascaradamente, un joven aspirante a narrador se
traslada al París que Hemingway retrata en París era una fiesta, y donde
el escritor había sido «muy pobre y muy feliz». Y el joven barcelonés lo hace
para escribir su primera novela y para colmo de sus males se dará de bruces con
una casera, a quien alquilará una buhardilla, llamada Marguerite Duras y quien
cuando conoce sus intenciones, entre otras cosas, le ofrecerá, en un papelito,
una especie de decálogo sobre el arte de la escritura. Y, él, en cambio nos
ofrecerá los retratos más inverosímiles de esa gran dama, capaz de enojarse, al
final de la novela, con un funcionario de la Électricité de France y ante la
mirada atónita del joven Vila-Matas quien había acudido a su casera por el
apagón producido en la buhardilla poco días antes de su vuelta a la ciudad
condal. Un final redondo porque después de este sorprendente episodio, la dama
salió de la vida del escritor para nunca más volver.
Así comienza el relato de una impostura,
la del joven Vila-Matas aspirante, cuyo testimonio autobiográfico se sustenta
por la reconstrucción ejemplar de un París de los setenta, una excepcional
experiencia de cómo vivir la literatura en el país vecino, con abundantes
referencias a los personajes que el joven descubrió allí, exiliados
hispanoamericanos y españoles, gente de la farándula y el resto de la bohemia
literaria y cinematográfica, curiosidades que hoy demuestran esa innegable
inocencia juvenil. En muchas de las páginas de este libro se repetirá, una y
otra vez, esa concienzuda indagación llevada a cabo durante años por el
escritor sobre las razones y el sentido mismo del concepto de escribir y esto
en alguien que, para iniciarse, escribe La asesina ilustrada, un primer
libro que, por otra parte, tiene la facultad de matar a quien sea capaz de
leerlo, y ya entonces supuso que el resto de su vida se iba a asentar en la
ironía. Y visto así, el proyecto vilamatiano desde Historia abreviada de la
literatura portátil (1985), pasando por Bartleby y compañía (2000)
o, su renombrada y premiada obra anterior, El mal de Montano (2002), ha
mejorado mucho en este sentido.
PARÍS
NO SE ACABA NUNCA
Enrique
Vila-Matas
Barcelona,
Anagrama, 2003
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