PARAÍSOS
PERDIDOS
¿Que a qué me dedico? No resulta fácil
de aclarar —asegura el narrador de una novela repleta de entresijos—. Hay
profesiones imprecisas, profesiones que no son nada en concreto pero que pueden
ser muchas cosas a la vez —añade. Y, casi al final del relato, cerrando de
alguna manera las particularidades de todos y cada uno de los personajes, el
mismo narrador advierte que su profesión, y la de muchos, admite actitudes
singulares por no decir que las atrae. Jacob, protagonista de Mercado de
espejismos, flamante Premio Nadal 2007, que Felipe Benítez Reyes (Rota,
Cádiz (España), 1960) acaba de adjudicarse, es un ladrón de guante blanco, un
coleccionista de arte, un experto consejero en subastas, incluso todo eso y
algo más.
Dicen que el ingenio es algo delicado,
peligroso en aquellos escritores que no arriesgan lo suficiente para
engrandecer su narrativa con el paso del tiempo, sobre todo cuando su prosa más
característica está salpicada de una finísima veta humorística, como le ocurre
a este funambulista de la literatura, autor de interesantes propuestas
publicadas a lo largo de los 90, con títulos como El novio del mundo (
Tusquets, 1998), El pensamiento de los monstruos (Tusquets, 2002), y
este premiado Mercado de espejismos (Destino, 2007). La narrativa
ensayada hasta el momento por Benítez Reyes se sustentaba por esa artificiosa
habilidad suya de mezclar tradición española y anglosajona en unos textos
plagados de sabiduría y de reflexiones melancólicas y humorísticas sobre el
mundo, características que evocarían en su prosa aires cervantinos, agudeza
verbal valleinclanesca, ingenio gregueresco y reminiscencias de esa pléyade de
antihéroes de nuestra picaresca. Si en El novio del mundo apuntaba la posibilidad
de crear una enciclopedia del saber, un discurso moral o un razonamiento
digresivo, para elaborar una particular teoría del conocimiento, en El
pensamiento de los monstruos, se contaba la historia de un descifrador
atónito del pensamiento de la gran Filosofía o un politoxicómano, acompañado de
una galería de personajes que secundaban y reafirmaban un extraordinario
mosaico del presente, caricaturizado con definiciones demoledoras. Ahora, como
consecuencia exigida, Mercado de espejismos, se muestra como una obra de
mayores pretensiones. El escritor español ofrece un proyecto más ambicioso, a
través de Jacob, peregrino psicodélico de la noche en su juventud que, en su
madurez, forma parte de esa estirpe secreta de los impostores, aquellos que
buscan en su realidad esos paraísos perdidos o se instalan en la irrealidad de
una vida, los que asumen otra identidad o aspiran al delirio de la mitificación
de su propia existencia, vagabundos en una amplia geografía de ciudades como El
Cairo, Roma, París o Londres, hasta que el destino los lleva a Colonia, a robar
en su catedral las reliquias depositadas de los tres Reyes Magos de Oriente.
Para una perfecta documentación, en el relato se enumeran toda una gama de
ciencias esotéricas, refrendada además por una bibliografía que acompaña al
lector en su aventura, autores y obras, dan lugar a una maravillosa biblioteca
sobre el tema, La Biblia
satánica, El diccionario infernal o El libro del placer, que obviará
el curioso puesto que la lectura guiada de esta novela nos llevaría a un mundo
desconocido en torno a misterios que la Santa Biblia y otros textos sagrados se empeñan
en guardar.
Una pareja de veteranos timadores,
falsificadores o ladrones, harto simpáticos, la tía Corina, hermoso retrato de
aquella joven rumana de quince años, alivio posterior de la viudez del padre
del protagonista, y el propio Jacob, ambos con veleidades humanas, los jueves
del Casino Novelty, de la anciana y los Billares Heredia, del sobrino, ofrecen
con su actitud algo más que la enumeración de esas endiabladas artes entre las
que se mueven para hacernos ver que la vida es una auténtico mercado, envuelto
en ese espejismo que la realidad oculta porque de lo que se trata en la novela
es poner de manifiesto que a uno le preocupa su situación en el mundo y todos
pretendemos asumir esa interpretación capaz de servir de alguna manera a los
demás, descifrando, eso sí, muchos de los convencionalismos que se escapan a la
verosimilitud. Quizá por esto y nada más el lector, instalado en un texto de múltiples
lecturas, se sienta tentado a meterse de lleno en una novela de otros muchos
vericuetos y giros, con abundantes personajes, Sam Benítez, Abdel Bari, Cristi
Cuaresma, El Penumbra, el primo Walter, que se nos van presentando y
dosificando como una perfecta estructura de mecano capaz de ser ensamblada al
final del relato, historias que desembocan en la razón que alienta sus vidas,
las falsas pistas seguidas para alcanzar su propósito, muchas rastreadas a lo
largo de su existencia y que, casi en el ocaso final, se concretan en la mágica
obsesión por las reliquias de unos Magos cuya impostura está aún por resolver.
La realidad se basa en simetrías
fortuitas, en concordancias accidentales y cuando uno afirma algo taxativamente
cabe la posibilidad remotísima de que acierte, y en esa posibilidad radica el
margen mágico de la realidad; es decir, que la lógica argumental lleve a estos
personajes a esos lugares decisivos en el desarrollo de la historia a contar,
con excelentes sorpresas para el lector. Mercado de espejismos es un
reto a la imaginación porque para entender esta novela hay que subrayar lo que
uno de sus personajes afirma, que nuestra realidad es casi siempre una sucesión
de malentendidos cómicos, los de esta galería de excéntricos y los nuestros
propios, que entenderemos cuando seamos capaces de vislumbrar cuanto Benítez
Reyes ha puesto en nuestro camino, amparándose en un falso prestigio que,
malinterpretado, daría lugar a la subliteratura. Pero es verdad que en las
grandes novelas, la realidad no es un punto de partida, sino una meta,
aquella que el lector se autoimpone para una vez realizada la lectura dar
rienda suelta a una imaginación que, en ocasiones, no hay que justificarla.
Felipe
Benítez Reyes, Mercado de espejismos; Premio Nadal, 2007; Barcelona,
Destino, 2007; 398 págs.
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