Muere la última beguina
La hermana Marcella Pattyn, fallecía el
14 de abril de 2013 a
los 92 años, y murió mientras dormía sin saber que cerraba la última puerta de
la existencia de una curiosa congregación milenaria: las beguinas. Era la
última representante de la una de las experiencias de vida femeninas más libres
de la historia.
Si volvemos la vista a la Historia, durante la Edad Media, entre la
rigidez de los estamentos religiosos, empezaron a aparecer comunas de mujeres
que iban por libre, se sentían muy democráticas y trabajaban para obtener su
propio alimento, y dispuestas a realizar labores caritativas con los más
desfavorecidos. Fueron comunidades de mujeres espirituales y laicas, entregadas
a Dios, pero independientes de la jerarquía eclesiástica y de los hombres.
La razón de su existencia: surgieron en
un momento de sobrepoblación femenina, cuando dos siglos de guerras habían
acabado con una gran proporción de los hombres, y los conventos estaban
colmados como la alternativa al matrimonio convenido o, simplemente a una vida
en absoluta clausura.
Corría el siglo XII y las comunidades de
beguinas, mujeres de todas las clases sociales, empezaron a extenderse en
Flandes, Brabante y Renania. Su presencia de intensificó gracias a las labores
que hacían para la comunidad: enfermeras para los enfermos y desvalidos y
maestras para niñas sin recursos, e incluso responsables de numerosas
ceremonias litúrgicas, y por muchos de estos motivos numerosas familias
adineradas les dejaban una herencia y mujeres ricas se instalaban en beguinatos.
La mayoría de hermanas practicaban algún
arte, especialmente la música, pero también la pintura y la literatura. Los
expertos consideran a poetas como Beatriz de Nazaret, Matilde de Madgeburgo y
Margarita Porete precursoras de la poesía mística del siglo XVI, además de las
primeras en utilizar las lenguas vulgares para sus versos en lugar del latín.
Vivían en celdas, casas o grupos de
viviendas que, con el paso de los años, han sido declaradas, en 1998, Patrimonio
de la Humanidad
por la UNESCO. Curiosamente,
estas mujeres podían abandonar el beguinato en cualquier momento para casarse y
formar una familia, pero a nivel espiritual no se casaban con nadie más que con
Dios y dedicaban su existencia a los más desfavorecidos. Grupos de mujeres
casadas que se identificaban con el deseo de llevar una vida de espiritualidad
intensa en los beguinatos de sus ciudades, también formaron parte de estas
congregaciones, definidas como lugar espiritual y pragmático a la vez se que
rompe con la diferenciación que la
Iglesia imponía entre la oración y la acción.
Según la versión más extendida, un grupo
de mujeres construyeron el primer beguinato en 1180 en Lieja (Bélgica), cerca
de la parroquia de San Cristóbal y adoptaron el nombre del padre Lambert Le
Bège. Otras versiones apuntan a que “beguina” significa, simplemente, “rezadora”
o “pedidora” (de beggen, en alemán antiguo, rezar o pedir) e incluso, en la
versión menos compartida entre los historiadores, a que su existencia se
remonta al año 692, cuando santa Begge habría fundado la comunidad. Tuvieron
dos siglos de expansión rápida pero las denuncias de herejía las frenaron
cuando la Iglesia
empezó a ver que atraían donaciones “que les pertenecían” como jerarquía
establecida. Se instalaron en todas las grandes ciudades francesas y alemanas,
pero la persecución las hizo volver a recogerse en Bélgica, de donde procedían.
Pagaron por las libertades que habían adquirido con el paso de los años, desde
una perspectiva económica, social y religiosa, incluso con la muerte:
Marguerite Porete fue quemada viva en 1310. Las acusaban de aturdir a los
monjes y de encandilarlos cuando acudían a confesarse a los monasterios vecinos
y las trataron como a las únicas mujeres libres de la época: de brujas. Régine
Pernoud sostiene que “El movimiento de las beguinas seduce porque propone a las
mujeres existir sin ser ni esposa, ni monja, libre de toda dominación masculina”
y, en realidad, sedujo a las mujeres, e inquietó a los hombres.
Regresaron a los Países Bajos y Bélgica,
aunque resistieron algunos beguinatos alrededor de Europa. La mayor comunidad
se recluyó en un gran beguinato, en Cortrique la población del sur belga donde
murió la última beguina Marcella Pattyn. Después de que su modo de vida sin
reglas y sin amos hubiera enfurecido a los garantes del orden, renunciaron a
cierto radicalismo y optaron por convivir con la Iglesia para asegurarse la
subsistencia, durante siglos, hasta que las hemos visto morir en absoluta
abnegación y silencio.
Madrid, Trifaldi, 2018; 2ª edición.
Madrid, Trifaldi, 2018; 2ª edición.
No hay comentarios:
Publicar un comentario