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sábado, 13 de enero de 2018

Miguel Ángel Blanco



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EL ÚLTIMO REFUGIO              

               El Parque Natural de Cabo de Gata ha sido calificado por el periodista Miguel Ángel Blanco como «tierra en silencio (...) —asegura, además— que es el único Parque Natural en torno a la identidad del silencio del desierto». Este apasionado, este amante y defensor de la Naturaleza, dedicó a este paraje natural, un hermoso libro titulado, El espíritu del Cabo (1997). Se trataba de llegar, en realidad, a un profundo diálogo entre el viajero y el paisaje. El mismo que llega a establecer la literatura de la tierra con el medio en el que se desarrolla, inmerso, como es el caso, en un espacio de vegetación frondosa, abundantes campos de chopos, extensiones de tomillares y espartales o plantaciones por doquier de chumberas y palmeras. «La agonía del paisaje —insiste aún el periodista—en Cabo de Gata es inmortal. Un lugar donde la ficción se permite el lujo, en ocasiones, de convertirse en realidad». Quizá por eso, sopesando estas afirmaciones, este puñado de cuentos o relatos que componen este libro sirvan, de alguna manera, para testimoniar que la región natural de Cabo de Gata es, hoy por hoy, uno de los escasísimos fragmentos de costa mediterránea española que todavía no se han destruido. En este territorio, los almerienses, tenemos una inagotable e insólita fuente de placer visual y estético que se funde inequívocamente con la palabra. Quizá, también por eso, el mejor vehículo para reivindicar la salvación de este paraje natural sea el cuento, un género menor que resiste, porque posee esas cualidades de síntesis que dicen mucho de su valor estilístico. Como el paisaje—es una afirmación mía— el cuento es el medio que mejor sabe guardar un secreto. En muchos de los relatos a los que el lector se enfrenta, la escritura comienza en lo narrado y continúa en las abundantes omisiones que el narrador calla, verdades o mentiras que se sobreentienden en el buen hacedor de cuentos. Éstos, y no otros ejemplos literarios, aspiran a una sencillez tan hermética que nos devuelven al paisaje, el de nuestro espacio, con la singularidad de sus formas y contrastes, con abundantes tonalidades, oscuras, ocres y grises, pero en ocasiones se muestran tan claras y multicolores que potencian la visión de los perfiles de todo el litoral.
               La estructura es el factor fundamental para distinguir al cuento del resto de los géneros. Un cuento—ha señalado el escritor argentino Ricardo Piglia—es un experimento con la evidente noción de límite. El alemán Kurt Spang sostiene que las características fundamentales para definir lo plástico, lo lírico o lo visual, en suma, consiste en la interiorización de la realidad exterior, con la evidente consecuencia de la brevedad y la profundidad. Existe en el relato una predilección por lo instantáneo, por la sugerencia visual y otra tendencia a tratarlo como un solo aspecto, el tema o la situación, limitando ese campo de acción no sólo a la función estética del lenguaje sino también a la densidad de lo percibido por nuestra retina.
               «En el Cabo—escribe Miguel Ángel Blanco—quedan los suspiros, cuando septiembre adormece y recupera otra vitalidad del entorno. Otro año más de supervivencia, otro año más para el desaliento». Y, en una clara reivindicación de ambos espacios, algo semejante  ocurre con el cuento, como evidente suspiro de la gran literatura.

El espíritu del Cabo, de Miguel Ángel Blanco; Almería, I.E.A. 1997.

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