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EL
ÚLTIMO REFUGIO
El Parque Natural de Cabo de Gata
ha sido calificado por el periodista Miguel Ángel Blanco
como «tierra en silencio (...) —asegura, además— que es el único Parque Natural
en torno a la identidad del silencio del desierto». Este apasionado, este
amante y defensor de la
Naturaleza, dedicó a este paraje natural, un hermoso libro
titulado, El espíritu del Cabo (1997). Se trataba de llegar, en
realidad, a un profundo diálogo entre el viajero y el paisaje. El mismo que
llega a establecer la literatura de la tierra con el medio en el que se
desarrolla, inmerso, como es el caso, en un espacio de vegetación frondosa,
abundantes campos de chopos, extensiones de tomillares y espartales o
plantaciones por doquier de chumberas y palmeras. «La agonía del paisaje
—insiste aún el periodista—en Cabo de Gata es inmortal. Un lugar donde la
ficción se permite el lujo, en ocasiones, de convertirse en realidad». Quizá
por eso, sopesando estas afirmaciones, este puñado de cuentos o relatos que componen
este libro sirvan, de alguna manera, para testimoniar que la región natural de
Cabo de Gata es, hoy por hoy, uno de los escasísimos fragmentos de costa
mediterránea española que todavía no se han destruido. En este territorio, los
almerienses, tenemos una inagotable e insólita fuente de placer visual y
estético que se funde inequívocamente con la palabra. Quizá, también por eso,
el mejor vehículo para reivindicar la salvación de este paraje natural sea el
cuento, un género menor que resiste, porque posee esas cualidades de
síntesis que dicen mucho de su valor estilístico. Como el paisaje—es una
afirmación mía— el cuento es el medio que mejor sabe guardar un secreto. En
muchos de los relatos a los que el lector se enfrenta, la escritura comienza en
lo narrado y continúa en las abundantes omisiones que el narrador calla,
verdades o mentiras que se sobreentienden en el buen hacedor de cuentos. Éstos,
y no otros ejemplos literarios, aspiran a una sencillez tan hermética que nos
devuelven al paisaje, el de nuestro espacio, con la singularidad de sus formas
y contrastes, con abundantes tonalidades, oscuras, ocres y grises, pero en
ocasiones se muestran tan claras y multicolores que potencian la visión de los
perfiles de todo el litoral.
La estructura es el factor
fundamental para distinguir al cuento del resto de los géneros. Un cuento—ha
señalado el escritor argentino Ricardo Piglia—es un experimento con la evidente
noción de límite. El alemán Kurt Spang sostiene que las características
fundamentales para definir lo plástico, lo lírico o lo visual, en suma,
consiste en la interiorización de la realidad exterior, con la evidente
consecuencia de la brevedad y la profundidad. Existe en el relato una
predilección por lo instantáneo, por la sugerencia visual y otra tendencia a
tratarlo como un solo aspecto, el tema o la situación, limitando ese campo de
acción no sólo a la función estética del lenguaje sino también a la densidad de
lo percibido por nuestra retina.
«En el Cabo—escribe Miguel Ángel Blanco—quedan
los suspiros, cuando septiembre adormece y recupera otra vitalidad del entorno.
Otro año más de supervivencia, otro año más para el desaliento». Y, en una
clara reivindicación de ambos espacios, algo semejante ocurre con el cuento, como evidente suspiro
de la gran literatura.
El espíritu del Cabo, de Miguel Ángel Blanco; Almería, I.E.A. 1997.
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