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viernes, 27 de octubre de 2017

Alejandro López Andrada



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SUEÑA EL CIELO
              
       Los libros tienen su historia y, sin duda, el motivo de su origen cae en lo paradójico y, no menos curioso, o sorprendente resulta descubrir cuál ha sido el impulso que ha llevado a un autor a elegir un tema determinado: el autobiográfico, el pesimismo vital o la crítica social de una determinada época, en concreto, la España de los años 40 a 60, por esgrimir algunos de los ejemplos del libro que nos ocupa. Alejandro López Andrada (Villanueva del Duque, Córdoba, 1957) recurre a ciertos recuerdos biográficos y, sobre todo, sustenta la justificación tanto psicológica como pedagógica de un personaje, Francisco Vigara, para realizar una defensa de las actitudes de una convivencia nacional de época a través de un testimonio insustituible, el párroco de Villanueva del Duque y su labor frente a una pequeña diócesis. La acción de este libro,  Los álamos de Cristo (2014), mezcla biografía y testimonio, propende a ofrecer la visión colectiva de una época dura, expresivamente en aquellas zonas rurales donde la realidad social española de postguerra era mucho más deprimente, un tiempo solo soslayado por esa asunción de la convivencia nacional que los españoles conllevaron sin pararse a desentrañar las diferencias y los aspectos que se disputaban en la sociedad cotidiana: sus dudas, negaciones o contradicciones y que, solo a través del espíritu religioso, conseguían simular; en realidad, una particular libertad de pensamiento que la sociedad afrontó con serena pasividad.
       Estas y otras muchas son las razones por las que López Andrada nos propone leer en Los álamos de Cristo esa felicísima niñez y el recuerdo de un melancólico dolor que envuelve a muchas escenas de un paisaje sometido a una decadencia que se había alejado de la democrática visión de unos hechos ocurridos décadas antes, estos es, la ruptura de una democracia tras una fatal decadencia de la voluntad humana precedente. Pero, en ocasiones, este niño que recuerda, este adolescente que vive una realidad distinta, mantiene un espíritu sensibilizado que ha logrado dotarse de una increíble energía imaginativa, y así consigue establecer una asimetría entre lo real y lo ideal, tanto que el niño López Andrada procura retener en su memoria una jugosa, franca y múltiple visión de una realidad existente, y lo hace provocando con su escritura una selectiva acción humana que encarna, sin duda, el padre Vigara y todo cuanto acontece en torno a su persona, sus acciones pastorales y vivencias personales. Quizá por eso, este libro trasciende de la literatura y significa un documento valiosísimo para la solución de muchos de los problemas y sinsabores de un pasado español que todo el mundo recuerda y que, pese a alejarse, de la memoria, persiste en este personalísimo  interés del autor por dejar constancia de una España rural y caduca a los ojos de un presente. El narrador se muestra como un ferviente católico que no quiere herir dogma eclesiástico alguno ni las buenas costumbres de la época, porque sus divergencias coincidirán con las coincidencias de muchos de sus conciudadanos. Además de abundantes páginas y escenas de lirismo, con ejemplares metáforas, registros narrativos diversos, y de voces de antaño que se asoman tímidamente y recuerdan a paisanos y amigos, el narrador cordobés ofrece juicios de valor, tanto ideológicos como estéticos que procuran a lo largo del relato una información sobre las circunstancias históricas vividas, y se concretan con la estrecha relación mantenida con el cura a lo largo de las décadas, una amistad que aun se mantiene en pie porque la de este sacerdote fue la voz de los más humildes, como reza en la contraportada del libro.
       El escritor López Andrada hace literatura con una extremada sustancia vital, con el bagaje de sus muchas experiencias acumuladas a lo largo de buena parte de una vida, desde la niñez a la juventud y acercándose a esa madurez que le proporciona el conocimiento, y muestra cuál ha podido ser el motivo de convertir sus vivencias en una obra de ficción, sin duda preservar una época, unos lugares, unos hechos, unos ambientes irrepetibles, y  la suerte que aconteció a muchos amigos y conocidos de ese inexcusable sentimiento que supone el olvido, o la eterna búsqueda del tiempo perdido que solo el testimonio personal acaba otorgándole el valor necesario. Para la construcción de muchos de estos personajes, el narrador ha combinado, perfectamente, las impresiones vividas en su niñez y la información que muchos años después le proporcionara el propio Francisco Vigara. Muchos aparecerán con su propio nombre, otros bajo un ligero disfraz literario que aporta el valor a la obra porque, entre otras muchas cosas, no se trata de reproducir una realidad que el narrador transfigura por propia experiencia, sino que añade ese valor estético, de calidad literaria que se le presupone a toda buena obra y, en definitiva, para que a los lectores nos sirva para aproximarnos a los íntimos secretos, a la realidad humana de alguien que vivió los hechos y los escribe para que así podamos entenderla mejor.





LOS ÁLAMOS DE CRISTO
Alejandro López Andrada
Madrid, Trifaldi, 2014.

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