LOS
SUEÑOS DE DICKENS
Bicentenario del nacimiento de Charles
Dickens (1812-1870)
El bicentenario del nacimiento de
Charles Dickens, que se conmemora el 7 de febrero, se convertirá en el
acontecimiento literario del año: exposiciones, nuevas ediciones, adaptaciones
en cine y televisión, biografías, ensayos, representaciones, devolverán el
esplendor nunca perdido a un clásico que siempre ha gozado del favor del
público. Harold Bloom en su ensayo, Novelas y novelistas (2012, Páginas
de Espuma), señala que «nunca se podrán rechazar algunas obras principales del
más sólido novelista inglés». Víctor Pozanco, en el prólogo a un curioso libro,
Los perezosos (1988), mantenía que muchos ingleses aun odian a
Dickens. La afirmación no deja a nadie indiferente y aun más, no sorprende cuando se piensa en la imagen que
de la Inglaterra
del siglo XIX transmitía el autor en muchas de sus obras, y tal vez se
convirtiera en un pesado lastre para los delirios de grandeza y expansión
colonial británica de la época. De ese culto al egocentrismo social inglés no
han escapado autores de la talla de John Donne y William Blake, Oscar Wilde y
T.E. Lawrence, y el mismísimo Anthony Burgess y se ha mostrado intransigente e
implacable aduciendo un puritanismo y condenando a estos autores a sobrevivir
en una sociedad que los marcó y de la que huyeron, como en el caso de Dickens,
gracias al valor de su pluma, solo así comprenderemos como pudo surgir una obra
como David Copperfield.
Hoy, sin duda, se reconoce a
Dickens como el observador más agudo, crítico, sutil y responsable de lo que la
historia de la literatura ha definido como la ideología victoriana, una
ideología que el autor criticaría duramente en sus relatos y novelas,
denunciando la perversión de muchas de las instituciones y cómo se manifestaban
su consecuencias en la vida de los personajes. Esta dimensión social de su
obra, le convierte en el intérprete más agudo y crítico del complejo entramado
de una ciudad, en el juez urbano más implacable de la Inglaterra del siglo
XIX.
Vida
y acontecimiento
Charles Dickens nació en un
barrio de Portsmouth, Mile End Terrade, el 7 de febrero de 1812, pero su padre,
John, que era pagador de la
Marina, debía cambiar bastante de residencia y la familia se
trasladó a Londres cuando Charles tenía dos años. Pronto es destituido de su
cargo y encarcelado a causa de sus deudas. A los doce años el futuro escritor
se verá obligado a trabajar para el sustento de la familia en la Warren´s Blacking
Warehouse, una fábrica que le dejaría huellas imborrables en sus recuerdos y
para el resto de su vida; lo mismo ocurrió con sus visitas a la cárcel los
fines de semana para ver a su padre donde debió contemplar escenas que después
reflejaría en sus obras.
En 1826 mejora la situación
económica y una vez pagadas las deudas, el padre puede abandonar la cárcel y
será entonces cuando observa el interés de su hijo por la lectura a pesar de
los escasos libros en su biblioteca, entre ellos un Quijote y Gil
Blas, y se decide por sacarlo de la fábrica y enviarlo a la escuela pero,
un gesto que tampoco olvidaría el joven, enfrenta a la madre que se opone
porque los ingresos de Charles era necesarios para la economía familiar. Hecho
que, según los estudiosos, llevaría a Dickens a no perfilar caracteres
femeninos muy definidos. Un año después entró como ayudante de unos letrados,
Ellis Co. Blackmore, ofició que le serviría para desarrollar algunos de los más
sabrosos capítulos de Los papeles póstumos del Club Pickwick. Durante
todo este tipo, el joven intentará salir de su situación perentoria, aprende
taquigrafía y se hace socio del British Museum para saciar su afán de lectura.
Cuando su padre empieza a trabajar en un periódico, se le despierta su vocación,
y ya en 1928 colabora en The Mirror of Parliament y True Sun,
donde firmará, sobre todo, sesiones parlamentarias. A los veintidós años
consigue ser reportero en el Morning Chronicle, se afianza su deseo de
prosperar y será entonces cuando conoce a una joven hermosa, distinguida y de
una clase social superior, aunque mantuvo su relación en secreto hasta mejorar
su posición. Mary Beadnell no supo valorar su esfuerzo y pronto rompió su
relación con el futuro escritor, aunque dejaría una profunda huella en él,
según testimonio propio. Con sus Sketches of London consiguió un notable
éxito y levantó un cierto revuelo entre los lectores, tanto que los editores
Chapman & Hall le propusieron una primera novela por entregas, cuyo primer
folleto se publicó el 31 de marzo de 1836, se trataba de Los papeles
póstumos del Club Pickwick, con una tirada inicial de cuatro cientos
ejemplares que llegarían hasta los cuarenta mil de posteriores entregas.
En 1836 se casa con Catherine
Hogarth, hija del director del Evening Chronicle, dos años más tarde
publicaría Oliver Twist (1838) y Nicholas Nickleby (1839),
novelas que le abrirían las puertas de la sociedad londinense. Por entonces
conoció a Macrone, su primer editor. En estos años, en esos momentos de su
vida, Dickens pensaba en todo, y en sus textos valoraba las descripciones de
las cárceles, los lugares más sórdidos, la infancia dolorida, el abuso de los
poderosos, su mirada en suma lo comprende todo y se convierte en el delator
sonriente y dolorido de la cruda realidad británica. Realizó numerosas giras
leyendo sus obras, donde explotaba sus facultades de actor, y conocido muy
pronto por su fama realiza numerosos viajes a América, el primero en 1842,
invitado por Washington Irving, cuyas impresiones provocaron sus Notas de
América, un libro que no fue del gusto de los lectores norteamericanos
porque señalaba ciertas lacras sociales. Poco después inicia un pequeño periplo
por Europa, se instala en Génova con su familia, y vuelve a Londres después de
temporadas en Lausana y París. Sigue publicando y aparece, Dombey e hijo
(1846-1848), además de realizar nuevos viajes, representaciones teatrales y
otros éxitos literarios, David Copperfield (1849-1850) y Casa
desolada (1852-1853). Volverá a Italia después de un verano apacible en
Boulogne, acompañado de Wilkie Collins y August Egg. La publicación de Tiempos
difíciles (1854) y La pequeña Dorrit (1854) coincide con una
estancia de seis meses en París. En 1856 consigue uno de sus sueños, adquiere
Gad´s Hill Place, una lujosa mansión cercana al barrio donde nació; fue aquel
un íntimo deseo suyo y una promesa a su padre que siempre le había animado a
trabajar mucho para conseguirla. Aunque no todo fueron alegrías por aquel
tiempo, después de veintiséis años se separa de su mujer por incompatibilidad
de caracteres. A su amigo Collins le hablaba de Catherine en semejantes
términos: «Esta pesadez doméstica me aturde tanto que ni puedo escribir ni
estar en paz un minuto cuando la recuerdo». Los diez hijos del matrimonio
fueron repartidos entre ambos, por entonces había conocido a la joven actriz
Ellen Ternan y aunque esta relación no estaba muy bien vista en la época
victoriana, su fama palió parte del escándalo. Su segundo viaje a América está
precedido de otro de sus grandes éxitos, Nuestro común amigo
(1864-1865), aunque anteriormente había publicado, Historia de dos ciudades
(1859) y Grandes esperanzas (1860-1861). En la cima de su gloria,
viviendo cómodamente, cuando se disponía a escribir una nueva novela, esta vez,
de corte policíaco, le sorprendió la muerte el 9 de junio de 1870. Pese a su
deseo de una funeral discreto, fue enterrado en la abadía de Westminster, es la
«Esquina de los poetas», junto a Chaucer, Shakespeare, Dryden, Goldsmith y
otros ilustres.
Dickens mantuvo una compleja
relación extramatrimonial con Ellen Ternan, en ocasiones la ocultaba bajo
nombres supuestos, en distintos domicilios o viajando y exhibiéndose con ella.
También mostró una fuerte tensión por el sentido de independencia de la actriz
y la absorbente personalidad del escritor y, aunque con Ellen no fue todo lo
feliz que esperaba, defendió siempre su relación, enfrentándose incluso a sus
colegas que aprovecharon su vida privada para desprestigiarlo, desafiando a la
opinión pública. Tuvo, según una de las hijas de Dickens, un hijo con ella,
cuyo rastro se pierde como muchos aspectos de la vida del novelista. Los
perezosos (1857) escrita a dos manos con Wilkie Collins, cuenta el
vagabundeo de dos personajes indolentes dispuestos a pasar las noches de la manera
más tremenda, por ejemplo, durmiendo con un muerto, con los locos de un
manicomio, en una posada fantasmagórica; en realidad, muestra la doble vida de
Dickens, obligado a ocultar su amor con Ellen, que aparecerá en el capítulo
cuatro de esta singular obra, escrita por dos grandes de la literatura inglesa
del XIX. La obra fue publicada por capítulos en la revista, Household Words,
que dirigía el propio Dickens y que se tituló, originariamente, El
ocioso vagar de dos aprendices perezosos, un relato ocultado durante algún
tiempo por su colaboración con Collins, un opiómano y doblemente amancebado,
aunque posteriormente sería el pionero de la novela de misterio, así que ambos
fueron considerados como los delatores de la intransigencia social del momento
e irresponsables inductores a la pereza impune.
Dickens
en España
Las editoriales españolas han
tratado a Dickens con una variada fortuna que oscila entre las estupendas
traducciones y colecciones de renombrados sellos, caso de la catalana Alba
Editorial, junto a otras muchas ediciones para salir del paso. En Alba pueden
contabilizarse hasta ocho títulos, entre ellos, algunos de sus grandes éxitos y
incluida su penúltima obra, Grandes esperanzas, traducida por R.
Berenguer, Oliver Twist, a cargo de Josep Marco Borillo y un equipo de la Universidad Jaime
I, David Copperfield, que firma Marta Salís y con la misma calidad, Estampas
de Italia, La señora Lirriper, Una casa en alquiler y coincidiendo con el
bicentenario, La pequeña Dorrit, traducida por Carmen Francí e Ismael
Attrache. Dos grandes editoriales de bolsillo fueron las pioneras en poner el
autor inglés al alcance del lector español, Austral y Alianza Editorial, cuyos
títulos más conocidos se repiten, en ocasiones, algunos con prólogo del gran
conocedor de la obra dickesiana, Juan Tébar, y otras incorporan entre sus
colecciones de clásicos algunas traducciones míticas de Benito Pérez Galdós,
Ortega y Gasset o José María Valverde. Con el sello de Alianza aparecen Historia
de dos ciudades, obra de Salustiano Masó y Tiempos difíciles, de José Luis López Muñoz,
siempre espléndido. Nuestro amigo común, la última novela de Dickens, se
encuentra en Espasa, traducida por C. Miró y una más reciente de Damián Alou
para Mondadori, en su colección de Clásicos. Uno de los títulos más repetidos a
lo largo de los años, Canción de Navidad, aparece en KRK Ediciones,
Kalandraka Editora, Vicens Vives, Alianza, Castalia, Losada o Espasa. Una
curiosa novedad, Para leer al anochecer, un texto traducido por Marian Womack y Enrique
Gil-Delgado, en Impedimienta y una no menos, Memorias de Joseph Grimaldi,
en Páginas de Espuma. Los seguidores del clásico inglés están de enhorabuena,
porque aparece Dickens. El observador solitario, de Peter Ackroyd,
editado por Edhasa, un volumen de más de setecientas páginas que recoge buena
de su vida y su obra en una espléndida visión de conjunto.
Características
La progresión de la obra y la
producción de Dickens es geométrica, resulta curioso que el inglés no volvió a
escribir una novela como Los papeles póstumos del Club Pickwick, que
treinta años más tarde traduciría Benito Pérez Galdós en España, una obra
ingenuamente cómica que hunde sus raíces en la tradición novelesca cómica de
aventuras y procede directamente de Cervantes, a través de sus imitadores en
Inglaterra, Smollet y Fielding. Existe una excelente edición de esta
traducción, de Arturo Ramoneda en la colección «Biblioteca de Autores»,
titulada, Aventuras de Pickwick , 2 volúmenes, Editorial Júcar, 1989,
sobre la edición original española de 1868, traducida del inglés para el
folletín de La
Nación. Galdós siempre reconoció la importancia de
Dickens para su formación literaria, junto con Balzac, autores que le
proporcionarían unas recetas y unas técnicas narrativas rudimentarias, lo
afianzaron en su búsqueda de un tipo de novela española que correspondiera al
espíritu de los nuevos tiempos. No dudó el autor español en pregonar las
virtudes narrativas de Dickens, su «admirable fuerza descriptiva, la facultad
de imaginar, que, unida a una narración originalísima y gráfica, da a sus
cuadros la mayor exactitud y verdad que cabe en las creaciones del arte». La
expresión de su identidad herida, la denuncia despiadada de la Inglaterra victoriana
coincidirán en la intensidad imaginativa y verbal cambiante de todas sus obras.
En mitad de su carrera literaria, en ese período intermedio que se le supone al
autor, su propósito social resulta más claro porque el narrador llevará el
análisis de las complejidades de la identidad mucho más allá, porque la
exploración entre inocencia y culpabilidad se hará más aguada a medida que
escriba sus grandes obras, por ejemplo, Dombey e hijo, una de sus
novelas más intencionadamente sociales y política si entendemos el término en
un sentido amplio, y lo mismo ocurrirá con otras obras del mismo período, Casa
desolada y La pequeña Dorrit, obras de tramas muy complejas, en las
que Dickens experimenta intensamente con sus recursos narrativos y da rienda
suelta a su imaginación desenfrenada, además de explorar todas las
posibilidades del uso de la metáfora y la metonimia, modos posibles de
estructurar y ordenar el caos de la experiencia. En estos libros, Dickens
muestra la firme convicción de que pese a finales felices y contradictorios, la
corrupción y la avaricia siempre amenazan la convivencia. El autor necesitó
siempre llegar a su público, sería imposible entender a Dickens alejado de sus
lectores, una actitud sobradamente comentada por la crítica que manifiesta que
el inglés leía sus textos constantemente en un afán de seguir poseyendo siempre
su control verbal e ideológico.
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