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LA LUCIDEZ DEL MUNDO
Sin duda alguna, la literatura se ha
propuesto, desde siempre ahondar con una suprema lucidez en el mundo que nos toca
vivir, en buscar la esencia misma que nos lleve a entender la anomia o esa
ausencia de actitudes contemporáneas en las que todo sirve y por extensión también
nos confunde; se habla ahora de tiempos distintos, de la desaparición del autor
o de los lectores de literatura, aunque la calidad y la ambición, o incluso la
singularidad, nos acercan más a un género como el cuento que, en las últimas
décadas, se cargaba con ribetes de un realismo renovado, y por supuesto ajeno al
ensayado anteriormente; de cierto expresionismo, resuelto metafórica u
oníricamente que lograba alcanzar, en ocasiones, lo puramente fantástico, que desembocaría
en una discreta y acertada forma de experimentación narrativa, buscando, eso
sí, emocionar a un posible lector con unas historias que se concretan en una
realidad vivida, por muy distorsionada que pretendiera reflejarla su autor.
La literatura de Ricardo Martínez-Conde
se localiza en espacios reconocibles, porque nuestra vida cotidiana se
construye a base de gestos rutinarios donde la melancolía y ese corazón herido
del ser humano se tornan en una soledad absoluta; o tal vez, se muestre como
una sucesión de desdichas como las que Martínez-Conde ensaya en sus relatos y,
en ocasiones, se convierta en una auténtica angustia existencial como se
percibe en algunos de sus cuentos más significativos, “Un tramo de escalera” o
“La oficina”, porque, además, estas historias sugieren más que muestran, y se
sustentan por esa sabia percepción capaz de elaborar una auténtica tesis,
generada por un tratamiento distinto de la realidad en la que se concretan
algunos de estos relatos. Algunos de ellos con un desarrollo lineal pero cuya
peculiaridad se percibe en el relato contado, como ocurre en los casos de “El
viejo profesor”, “La casa verde” o “La escuela”. En numerosas ocasiones,
Martínez Conde recurre a aspectos que pueden estar por encima del elemento
narrativo, recurre a la reducción del relato con una pura y simple digresión,
en realidad, se sirve de una técnica que refuerza variados elementos casi
ensayísticos, o en otras ocasiones profundiza en fórmulas de auténtica síntesis
argumental y de condensación narrativa para exaltar esa capacidad de sugerencia
que antes apuntábamos, algo quizá más propio de las formas poéticas puesto que,
indiscutiblemente, su obra lírica y aforística podría estar muy presente en
algunos de estos relatos. La suya es una concisión expresiva que resulta
funcional y estéticamente elaborada según la historia a contar, otras veces su
lectura se convierte en una mera impresión fugaz, en una evocación de
emociones, porque en los cuentos de Martínez-Conde, el amor amplía sus posibilidades,
se sustenta con una acción y estructura narrativa mínima, basa su artificio
narrativo en pequeñas digresiones o leves apuntes, tan breves como acertados.
LA LUZ EN EL CRISTAL
Ricardo
Martínez-Conde
Palma de
Mallorca, Calima, 2011
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