MARGINADOS Y OLVIDADOS
(Los
cuentos de Julio Ramón Ribeyro)
El
peruano Julio Ramón Ribeyro, nacido en Lima, en 1929, pertenece a la generación
narrativa de los cincuenta, un grupo de escritores que se iniciaron
literariamente publicando cuentos; en realidad, colecciones de relatos que
desde muy variados registros muestran situaciones humanas solitarias o
violentas, con tal grado de degradación que el dramatismo y la crudeza de los
barrios limeños pone de manifiesto la truculenta realidad de una época en la
que el «costumbrismo descriptivo» se convertía en la expresión inequívoca del
momento. Ribeyro publicó entonces Los
gallinazos sin plumas (1955), Cuentos
de circunstancias (1958) o Las
botellas y los hombres (1964) y continuó publicando cuentos a lo largo de
toda su trayectoria literaria: Tres
historias sublevantes (1964), Los
cautivos (1972), El próximo mes me
nivelo (1972), Silvio en El Rosedal
(1977) y una última colección, Sólo para
fumadores (1987), aunque tanto a lo largo de su existencia, como
posteriormente a su muerte, se realizaron compilaciones que recogieron, en
buena parte, la totalidad de su narrativa breve, La palabra del mudo: cuentos (1952/1972) (1970-1973), La palabra del mudo: cuentos (1952/1993)
(1994) y Cuentos completos (1952-1994)
(1994). Su primera novela, Crónica de San
Gabriel (1960) es un relato de aprendizaje, cuya acción se sitúa en una
finca campesina a donde acude Lucho, el protagonista, y allí descubre un nuevo
mundo. Su siguiente relato extenso, Los
geniecillos dominicales (1965), es otra narración tradicional escrita en
tercera persona, cuenta la historia de un joven limeño, Ludo, inconforme con un
trabajo burocrático rutinario y, una tercera, Cambio de guardia (1976), la figura de un dictador, Alejandro
Chaparro, que bien puede reflejar la sombra del general Odría y las intrigas
del poder político. La prosa de Ribeyro es, estilísticamente, seca, sobria,
directa, parte de la ironía, pero también de la nostalgia y del escepticismo de
un narrador que siempre tuvo los ojos muy bien abiertos a la realidad que le
toco vivir. Su estilo, muy personal, revela la miseria del hombre, como queda
apuntado, siempre sometido y, al mismo tiempo, capaz de resistir y mostrar esa
rebeldía propia que ofrece el ser humano. De autor en fuga —lo calificaba la
mejicana Vivian Abenchuchan— de auténtico «pasajero en tránsito»; en realidad,
Ribeyro se procuraba identidades y escrituras distintas. Por sus Cuentos
Completos—añade la estudiosa— transitan varios narradores, filiaciones literarias,
temperaturas y temas. Cuentos rurales, fantásticos, épicos, alegóricos,
urbanos, satíricos, de enigma, de infancia, de literatos, componen su
producción; lo mismo acude a la crónica que a la autobiografía sesgada, a la
crítica, la parábola y la fábula. No sólo eso: Ribeyro construye sus frases
«palabra por palabra» buscando, con singular obstinación, trazar un camino
hacia un estilo neutro, es decir, hacia la supresión de cualquier estilo.
La
editorial barcelonesa Seix-Barral recupera para los lectores, La palabra del mudo (2010), que había sido publicado,
originariamente, entre 1973 y 1994, aunque en la presente edición, además, de
las colecciones apuntadas, se incluyen unos Cuentos
olvidados, seis en total, aparecidos por primera vez en, Ribeyro, la palabra inmortal (1995), en
edición de Jorge Coaguila, los Relatos
santacrucinos (1992), diez en total, tres Cuentos desconocidos, que nunca antes habían aparecido en libro, y
un Cuento inédito, «Surf», fechado en Barranco en julio de 1994, escrito
posiblemente unos meses antes de su fallecimiento, en diciembre del mismo año.
Ribeyro justifica el título del volumen argumentando que «en la mayoría de mis
cuentos se expresan aquellos que en la vida están privados de la palabra, los
marginados, los olvidados, los condenados a una existencia sin sintonía y sin
voz», y en la «Introducción» escribe sobre su deuda con el relato desde su
niñez misma, tras las lecturas de Anatole France, Abraham Valdelomar, Luigi
Pirandello, E.A. Poe y, por supuesto, mucho más tarde los relatos de Kafka,
Joyce, James, Hemingway y Borges que, le descubrieron al escritor limeño,
nuevas probabilidades para ensayar la lógica del absurdo, la habilidad técnica,
el arte de lo no dicho, la eficacia del diálogo, y la fantasía puesta al
servicio de la paradoja. Un cuento como «Las cosas andan mal, Carmelo Rosa»,
incluido en la presente edición en Los
cautivos (1972), escrito durante una de sus estancias en París en 1971,
siendo corresponsal de France Pressfigura como ejemplo de una voz interior que
se nos descubre íntimamente, esa especie de devenir atribulado de la conciencia
narrativa como circunstancia reveladora de la destrucción del protagonista,
crítica de una opresora existencia. Técnicamente, el narrador fue dando cabida
al realismo urbano, confundido en numerosas ocasiones con el neorrealismo de
anteriores décadas, aunque en este caso el peruano nunca renunciara a la
inclusión, en sus cuentos y novelas, de elementos fantásticos que siempre
funcionan en sus textos como reordenadores de la realidad, atento como fue
siempre, a las experiencias humanas frustrantes y a la denuncia de situaciones
negativas e injustas de la sociedad, con referencia inequívoca a la peruana,
aunque universalizados, sin duda alguna. «Cuentos, como espejo de mi vida,
—escribe Ribeyro—, pero también reflejo del mundo que me tocó vivir, en
especial el de mi infancia y juventud, que intenté captar y representar en lo
que a mi juicio, y acuerdo con mi propia sensibilidad, lo merecía: ilusiones
frustradas, vida familiar, o Miraflores, el mar y los arenales». Al final de su
«Introducción», añade un decálogo personal para desarrollar su concepción del
cuento, especialmente significativo y resumido en, un estilo directo,
preferentemente breve, solo debe mostrar, admite todo tipo de técnicas, puede
ser real o inventado, se parte de un conflicto, cada palabra es imprescindible,
debe conducir a un solo desenlace y si el lector no acepta ese desenlace,
entonces todo el cuento habrá fallado.
No
menos significativa es el resto de su prosa que incluye los títulos Prosas apátridas (1975), Prosas apátridas aumentadas (1978), Prosas apátridas completas (1986), Dichos de Luder (1989) y, sobre todo, La tentación de fracaso I. Diario personal (1992),
una forma de escritura que desde siempre había defendido Ribeyro y —según él
mismo—era fruto de «una necesidad de emulación, pues, uno tiende a imitar lo
que le impresiona; —añade, además—que uno relata actos, o, más profundamente,
pensamientos e ideas, y, en lo más profundo, emociones y sentimientos. Cada diario
mezcla planos, y es por eso que en mi diario ustedes encontrarán pasajes
descriptivos y factuales, o momentos de reflexión sobre algo que me ocurrió o
que leí, y también, en algunos pasajes más profundos, la expresión de
sentimientos hondos».
Julio
Ramón Ribeyro; La palabra del mudo; Barcelona, Seix-Barral, 2010; 1035 págs.
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