GATSBY
Francis Scott
Fitzgerald se abrió paso en la escena literaria norteamericana con apenas veinticuatro
años, y tras abandonar las aulas de Princenton,
su paso por el ejército, y algunos escarceos en el mundo de la publicidad,
publicó A este lado del paraíso, en
1920. Se casaría con Zelda Sayre, al tiempo que retrataba en sus cuentos la Era del Jazz, historias de
jóvenes brillantes que intentaban conseguir el sueño americano del éxito y la
felicidad. Hermosos y malditos, aparcería
en 1922, su fama crecía, y las revistas le pagaban escandalosos honorarios por
sus cuentos, Chicas y filósofos (1920)
y Cuentos de la Era del Jazz (1922). Su tercera novela, El gran Gatsby (1925), tuvo un éxito
económico menor, pero la opinión crítica fue más importante, y pronto se
convertiría en el referente que la novela norteamericana está tomando: su
notable economía y su disciplinada atención se traducen en detalles de enorme
importancia simbólica. T.S. Eliot la calificaría “como el primer paso que ha
dado la ficción americana desde Henry James”. El ritmo narrativo es rápido,
siempre bajo control, mientras los acontecimientos aumentan en una creciente
ironía.
El director Baz Luhrmann lleva,
una vez más, a la pantalla los años locos
del gran Gatsby, y la música, los trajes de lujo, la lujuria, el champagne y las joyas, convierten al
clásico literario en una arriesgada aventura años después de una notable
ejecución anterior, dirigida por Jack Clayton, guión de Francis Ford Coppola
y protagonizada por Robert Redford, en
1974. Luhrmann absorbe la vida de la inmortal novela de Scott Fitzgerald, lo
reemplaza con estilo, filigrana, y crea un vacío insoportable. Una
vez te acostumbras a sus movimientos de cámara y a la música anacrónica, nada
más se mantiene.
Sábado,
16 de marzo, 2013, pág., 8
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