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lunes, 12 de octubre de 2015

Desayuno con diamantes, 56



GERARDO DIEGO Y SORIA
    La Diputación de Soria recupera, Soria sucedida (1922-1976), el conjunto de los poemas que el santanderino dedicó a la provincia que descubrió en la primavera de 1920. Con un amplio estudio de la profesora Esther Vallejo de Miguel, y abundantes ilustraciones y fotografías, hacen del volumen una pequeña joya literaria.

      Cuando Antonio Gallego Morell llegó a la capital castellana tras las huellas de Gerardo Diego, enseguida percibió que «Soria era una ciudad de poetas y para poetas», como escribiría, más tarde, en su libro, Diez ensayos sobre literatura (1973). El poeta santanderino llegó una primavera de 1920 destinado como profesor de instituto, en sustitución de otro profesor-poeta, don Antonio Machado, quien había escrito uno de sus libros fundamentales, Campos de Castilla (1912),  y vivido unos años felices junto a Leono. Huiría de la ciudad con un cierto tono pesimista, y con una profunda amargura, tras la muerte de su esposa enferma. El joven Diego era pálido, soñador y alegre, y muy pronto llenó el hueco de su antecesor porque, entre otras cosas, pedirá que le instalaran en su habitación de la pensión Casa de las Isidras, hogar discreto y acogedor, un piano. Desde allí se escucharán todas las tardes ininterrumpidamente las melodías de Chopin, Mozart o Albéniz, mezcladas eso sí con el cantar primaveral de los ruiseñores. Pronto se enamoró de esta tierra austera y fría, tan diferente de su Santander natal, pero sobre todo el poeta aseguraría con el tiempo en alguna de sus conferencias posteriores que «no hay Gerardo sin Soria ni se concibe Soria sin Gerardo» por la impronta que dejó la ciudad en su personalidad. Compartió su pasión por la música y el teatro, y se convirtió en el alma de los principales eventos culturales, fiestas o excursiones que preparasen bien amigos y compañeros del Casino, o con sus alumnos. Conferencias, recitales musicales, representaciones teatrales, miembro entonces del Ateneo, viajero por toda la provincia, articulista en la prensa local, se convirtió, según Gómez Barrera, en un instigador de la sociedad y de la cultura soriana.

         Gerardo Diego toma posesión de su cátedra el 21 de abril de 1920 y permanecerá en la ciudad dos años más, hasta que se traslada a Gijón donde en el curso 1922-1923 impartirá clases de Historia General de la Literatura. Nunca más volvió a residir en Soria aunque su vinculación fue muy afectiva con esta ciudad en la que tuvo tantas vivencias, se enamoró de sus paisajes, evocó recuerdos en sus poemas y en su prosa, y años después aun recordaría a los amigos que dejó, hecho que se prolongó en el tiempo. En 1925 dará una conferencia en el Ateneo de Madrid, a la que invitará a sus amigos del Ateneo de Soria, representados por Gervasio Manrique, Bernabé Hierro y Mariano Granados; en 1929, tras un viaje por Argentina se instala en Salduero, en casa de su amigo César del Riego; en 1946 impartirá una conferencia más, donde proclama que está preparando una nueva edición de su poesía soriana, según la correspondencia que mantiene con otro poeta soriano, Dionisio Ridruejo; en 1949 vuelve con Germaine, su esposa, a quien mostraría la ciudad evocando los recuerdos que despertaban en su profundo sentir y volverá, una vez más, en 1957, para impartir una conferencia-concierto sobre la música de Falla; en 1959/1960 inauguraría la cátedra «Antonio Machado» en el instituto donde fue profesor, pronunciaría la conferencia, «Soria en la poesía de Antonio Machado»; en 1969 impartirá, una vez más, una conferencia en la Casa de la Cultura, cuyo director José Antonio Pérez-Rioja, era un gran amigo. Concedió una entrevista a la Revista de Soria, y ante una de las preguntas, Gerardo Diego, contestó que si le dieran a elegir cualquier cosa de la ciudad, elegiría «El Mirón» una hermosa ermita a la que se accede a través de un paseo rodeado de árboles, desde donde se observan hermosas vistas que desembocan en un monumento barroco que data de 1725, con una única nave y una cúpula que corona el crucero de la iglesia. En el exterior, como señalaría el poeta, la estatua de San Saturio, labrado en piedra y de compleja ornamentación barroca. Según Pérez-Rioja, una breve escapada en 1970 o 1972, y nuevamente en 1974 con motivo de una conferencia en la Biblioteca Pública. También se desplazará a Almazán para contemplar la fachada del convento de La Merced, donde vivió sus últimos días Tirso de Molina y donde fue enterrado. Con Pérez-Rioja y del Riego, Gerardo Diego visitarían Berlanga y San Baudelio, ermita a quien ya había dedicado uno de sus poemarios, Tierras de Soria (1929-1947) y que repetirá en un soneto, «Visita del Espíritu —San Baudelio—» (1974). Su última visita fue el 16 de octubre de 1981, y de nuevo la Casa de la Cultura lo acogería en una magistral conferencia que tituló, «Soria Sucesora», una acto que se convertiría en un sincero, sentido y espontáneo homenaje al hombre que había dedicado 70 años a la poesía, que una y otra vez volvía a Soria, a su Soria, a nuestra Soria.




Soria Sucedida
      De todos los libros de Gerardo Diego esta Soria Sucedida (Publicaciones de la Diputación Provincial de Soria) es, sin duda, el más extenso y prolongado en el tiempo puesto que el poeta irá compilando textos que iba publicando sobre la ciudad, incluso poemas que aparecían en publicaciones diferentes. La historia de este libro se remonta a 1923, titulado por el poeta, Soria. Galería de Estampas y Efusiones; editado en Valladolid, por José María de Cossío, en la colección «Libros para Amigos», sin ánimo de lucro. La Revista de Occidente se hará eco de esta publicación, y llegará a manos de Antonio Machado y Ángel del Río. El corpus de la poesía soriana —aclara Esther Vallejo— no terminó en este librito, sino que Gerardo Diego continuó publicando sus impresiones vividas en esta tierra, «Nuevo Cuaderno de Soria» apareció en Versos humanos (1925), Cancionerillo de Salduero se publicó por primera vez en la revista Escorial (1944),  «Capital de Provincia» y «Tierras de Soria» en Espadaña y Garcilaso, hasta que fueron recogidas todas, junto a «El Intruso» en un solo libro, Soria (1948). En 1977, la editorial Plaza & Janés edita un nuevo texto Soria Sucedida, donde se recogen, además, del libro Soria, los de «Era Una Vez» (1921-1959), «Nuevos Retratos» (1961-1974), «Velad» (1969-1974), «Fiestas de San Juan»(1972), «Tan Delicadamente» (1974), «Folías» (1974) y «El Pacto» (1975-1976). Esther Vallejo establece que aunque el libro de 1977 recogerá en su mayoría la poesía dedicada a la ciudad castellana, poemas sueltos aparecerán en otros libros del santanderino, y recoge la anotación del propio poeta cuando en su conferencia de 1981, en la Biblioteca Pública, aseguraba que, al menos, cuatro poemas estaban catalogados para «lectores secretos y en pliegos que no se venden...». Dos son variaciones de otro que aparece en «Soria sucedida»; «Santo Domingo», que según se aleje la cámara o se acerque, dirá: «Me pasé unos años de mi vida/ y una infinita de mis años (...) Portada de Santo Domingo/ A la distancia justa (...);  el tercero tiene como tema a San Pedro cuando no era todavía catedral, sino una colegiata, y el cuarto se refiere a San Juan de Duero, que procede, también, de «Soria sucedida». El volumen definitivo de la poesía soriana es, en realidad, muchos libros por su dilatada cronología de más de cincuenta años y por la variedad de sus temas, perspectivas y ricas y abundantes formas métricas y estilos que el poeta manejó en libertad absoluta y que otorga un extraordinario valor a este libro tan sencillo y complejo, al mismo tiempo, de innumerables valores poéticos. Poesía de la expresión, según se ha calificado la obra de Gerardo Diego, poesía con alma, humana en toda su plenitud. Esther Vallejo señala que en este poemario el poeta nos sumerge en su mundo de sensaciones y emociones a partir de una realidad transformada y elaborada con la complejidad indescriptible del artista que contempla Soria objetivamente y la transforma en arte (...), universaliza su experiencia individual y le otorga la categoría de temporal intemporalizadora, a través de la intuición y la sensibilidad con un vehemente deseo de escapar a las limitaciones que le procura la poesía.
      Una interesante bibliografía completa este volumen con los acertados estudios de Debicki y Zardoya, conocidos en el mundo lírico y obra de Gerardo Diego, a lo largo de su dilatado trabajo, además de los homenajes tributados en Soria en diferentes fechas y visitas del poeta.

Biografía

      Gerardo Diego nació en Santander, un 3 de Octubre de 1896. Estudio Filosofía y Letras en la Universidad de Deusto, y allí conocería a uno de los amigos esenciales en su vida literaria, Juan Larrea. Se doctoró en Madrid e inició su labor docente como catedrático de instituto en Soria, después pasaría por Gijón, Santander y, finlamente, Madrid. En Santander dirigiría dos importantes revistas literarias que lo vincularían al 27: Lola y Carmen, que incluiría originales de Federico García Lorca, Juan Larrea, Fernando Villalón, Rafael Alberti, Pedro Salinas, José Bergamín, Adriano del Valle, Juan Chabás y el propio Gerardo Diego, que escribía al respecto: «Aquí tenéis a Carmen. Todos los amigos de la poesía presentíais ya su presencia bella y necesaria de mujer española, esbelta y firme, tierna y desdeñosa, esquiva y sencillísima, escondiendo, anidando unas flores arábigas o un poema de latino abolengo. (……) Carmen os visitará por ahora seis veces. Después se retirará a su sueño secreto y silencioso. (……)». Seguidor del Ultraísmo y del Creacionismo, ya desde el principio sus creaciones muestran esa alternancia entre tradición y vanguardia. Poeta, conferenciante, articulista, músico vocacional y aficionado al mundo de los toros, la contienda civil le sorprende de vacaciones en Sentaraille (Francia), aunque, a diferencia de muchos de sus compañeros de generación, muy pronto toma partido por el bando nacional, y permanecerá tras el final de la guerra, poniendo sus pluma al servicio de la propaganda franquista. Miembro de la Real Academia Española desde 1947, Premio Cervantes en 1979, lo compartirá, curiosamente, con el argentino, Jorge Luis Borges. Murió en Madrid, un 8 de julio de 1987 a los 90 años, tras dejar una extensa y fructífera obra poética que había iniciado en 1920 con El romancero de la novia, al que seguirían Imagen (1922), Manual de espumas (1924), Versos humanos (1925), Alondra de verdad (1941), entre los más celebrados.
     El profesor Alberto Acereda señala cómo ningún poeta de su generación fue capaz de producir una obra tan variada y fecunda, sin duda la perfecta combinación entre las viejas formas estróficas tradicionales y los diversos temas y expresiones de clara filiación vanguardista. Impulsor de una españolización del creacionismo y, sobre, del redescubrimiento de la obra de Góngora, puente inexorable entre tradición y vanguardia de tan resonado eco en la poesía de casi todos los componentes de la Generación del 27.  
        Paisaje con figuras (1956, Premio Nacional de Literatura), La suerte o la muerte (1963), Versos divinos (1971), Carmen jubilar (1975) y Cometa errante (1985), completan una amplia bibliografía, de quien García de la Concha afirma que la crítica aun no le ha hecho justicia, y subraya que entre 1940 y 1944 se suceden en su haber una auténtica catarata de libros, Ángeles de Compostela (1940), que Miledda d´Arrigo relaciona con los ángeles de Alberti (1927-1928) y los de Rilke,  Romances (1941), Poemas adrede (1943), y La sorpresa. Cancionero de Sentaraille (1944).





  

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