LEER PARA SER MEJORES
Pedro
M. Domene
No creo que exista ningún método
pedagógico que afirme que la obligatoriedad de la lectura garantice el éxito de
la misma. Difícil tarea, pues, nos imponemos desde las filas de los lectores
para desarrollar un título como el presente: «LEER PARA SER MEJORES». El deseo
de leer—afirma Víctor Moreno—no es natural. La obligatoriedad de la lectura se
convierte en ese calvario por el que pasan los «jóvenes posibles lectores» que
observan desde su negación esa necesidad que les imponemos los mayores, con la
única garantía de que la lectura proporciona placer, también humaniza, en algún
sentido libera, forma intelectualmente, entretiene a unos y a otros, pervierte
en la mayoría de los casos y, finalmente, se convierte en una pasión. Ninguno
de estos argumentos son suficientes para convertir en lectores a aquellos niños
o aquellos jóvenes que jamás han tenido un libro en sus manos. El proceso de
lectura, visto desde otra óptica, exige, por tanto, una dosis muy abundante de
heroicidad e, insistiendo en este sentido, no sabemos hoy muy bien si cualquier
niño o cualquier joven quiere o pretende ser un héroe. Leer un libro exige, por
otra parte, una capacidad de concentración a la que los no lectores no están
dispuestos a someterse. Es decir, exige inteligencia y concentración, dos
actitudes difíciles de compaginar en la sociedad contemporánea.
La experiencia de la lectura puede
pensarse, en el mejor de los casos, como esa imagen de algo que penetra en lo
más profundo de nuestro ser y, por consiguiente, al leer permitimos que algo se
apodere de esa imaginación, de esos deseos y de esas ambiciones que conforman
nuestra vida. Más allá de esta visión se me ocurre apuntar que lo importante no
sería intentar convertir la experiencia formativa de la lectura en ese «objeto»
del que siempre tendríamos que dar cuenta, sino que, más bien, se trataría de
ponernos a escuchar toda esa clase de experiencias con el mundo de la lectura e
intentar pensar que todas encierran mucho de verdad. Así entendemos cómo
Maeterlink llegaba a intuir que, en realidad, leer era como sumergirse en una
especie de abismo en el siempre creemos descubrir objetos maravillosos. Si les
aplicamos semejantes conceptos a nuestros jóvenes lectores, parte del éxito
estará logrado. La actividad subjetiva de la lectura conllevaría una respuesta
personal a esa exigencia imposible en que se convierte el propio acto de leer.
Me voy a permitir terminar con la
referencia a un libro que acabo de leer y que tiene mucho que ver sobre este
concepto sobre el que vengo divagando, me refiero a un libro titulado, No es
para tanto. Divagaciones sobre la lectura (2002), de Víctor Moreno en el
que, entre otras, dice cosas como la siguiente: «escribo (...) a cuento de las
exageraciones que sueltan algunos analistas de la cosa lectora con el objetivo
loable de defender la lectura... para los demás. Con los años, aprendes que la
dignidad no requiere madurez (...), ni lectura, pero, al parecer, quien a lo largo de toda su infancia y adolescencia no
vio jamás un libro en casa de sus padres, debió estar privado de ella». Y
personalmente añado lo siguiente: en mi casa no había libros, aunque, sí,
muchos tebeos, y siguiendo al profesor Moreno, afirmo que tal vez esas
lecturas, las de los tebeos, me refiero, no me imprimieron esa dignidad o
madurez que se esperaba de las grandes obras, pero sí puedo afirmar que me
llevaron a un mundo de puertas tan abiertas que hasta el momento nadie a
conseguido cerrármelas y, si esto no un acto de dignidad suficiente, al menos a
mí me ha servido como esa propensión a la libertad absoluta que todos ansiamos.
En este sentido la mía ha sido tal que aún sigo añorando los años felices en
los que me pasaba los días leyendo las aventuras de mis héroes dibujados.
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