Hipólito
G. Navarro
“No tengo
ninguna teoría sobre el cuento; trabajo
con la intuición; me dejo llevar por las palabras, por la emoción de
hilvanarlas”:
© Lisbeth Salas
Hipólito G.
Navarro (Huelva, 1961) es autor de los libros de relatos El cielo está López (1990), Manías
y melomanías mismamente (1992), El
aburrimiento, Lester (1996), Los
tigres albinos (2000) y Los últimos
percances (2005), y de la novela Las
medusas de Niza (Premios Ateneo de Valladolid 2000 y de la Crítica andaluza 2001). La
antología El pez volador (Páginas de
Espuma, 2008), preparada por el escritor Javier Sáez de Ibarra, recibió
el Premio El Público de Narrativa 2009, que otorgan los periodistas culturales
de Andalucía. Sus relatos, traducidos a diez idiomas, están recogidos en
numerosas antologías del género en Europa y Latinoamérica. En Páginas de Espuma
acaba de publicar, La vuelta al día
(2016).
Desde su última entrega literaria, Los últimos percances (2005), hasta hoy, ¿qué ha ocurrido en este
tiempo?
De todo un
poco. En lo personal he pasado por algún calvario. Una lesión en la columna me
tuvo tres años inmovilizado, desde comienzos de 2010 hasta el final de 2012.
Han sido años difíciles, en los que también he perdido a los mayores que me
quedaban. Demasiados hospitales, demasiada enfermedad. En lo literario ha
habido algunas alegrías: traducciones a varios idiomas, la edición en 2008 de
la antología El pez volador, algunas reediciones…
Hagamos memoria: parece que su encuentro con
el mundo del cuento arranca desde sus lecturas de Cortázar; ¿en qué medida se
siente deudor del argentino?
Sus cuentos me
fascinaron en la adolescencia. Habría acabado escribiendo de todas formas, con
Julio o sin él, porque la literatura es mi pasión, pero fueron sus cuentos los
que me lanzaron a la escritura, y no otros. Nunca me he sentido deudor del
argentino; he declarado admiración desde el comienzo, dedicando a su memoria
mis primeros libros. Hay que iniciar la andadura de la mano de algún maestro, y
buscar luego una voz propia.
Después de más de una década de silencio
aparece La vuelta al día (2016), ¿por
qué en estos momentos?
Un montón de
amigos llevaba años empujándome para que sacara algo nuevo, sobre todo de mi
editor Juan Casamayor. Desde que me vi salir del túnel de la enfermedad tuve
ganas de retomarlo todo. También deberá cargar con su parte de culpa el
periodista Alejandro Luque, que a principios de 2016 dio la noticia de la
salida de un nuevo libro, y me puso en la obligación de no contradecirlo.
© Daniel Mordzinski
Usted ha llegado a declarar que La vuelta al
día guarda paralelismo con el material disperso que un autor acumula, y como
Cortázar, lo reúne en forma de libro, ¿así debe entenderlo el lector?
Muchos
cuentistas conciben sus libros de forma temática. Yo no, yo escribo los cuentos
que me salen al paso, sin planificación. Asunto diferente es conformar luego un
volumen con esos cuentos. Soy muy exigente con la arquitectura del libro. Al
formar los anteriores quedaron piezas que no encajaban en ellos, y
permanecieron en una carpeta, a la espera de encontrar su sitio. No era fácil
la construcción de un libro que agrupara cuentos tan diferentes entre sí, de
ahí la necesidad de organizarlo en secciones. Pero ésta es una obsesión de
autor. El lector es libre y lee como le place, de principio a fin, de atrás
adelante, a saltos... Cortázar publicó dos volúmenes misceláneos, Último round y La vuelta al día en ochenta mundos. El título de La vuelta al día es un homenaje
evidente.
Parece que este libro tiene algo menos de
vivencias personales, infancia, adolescencia… y aún queda algo de su
característico humor. ¿Ha dejado de divertirle convertir en literatura su
propia vida?, ¿por qué somos tan remisos a incorporar el humor en nuestros
libros?
Si parece así,
es una visión engañosa: sucede justo al revés. Hay muchas vivencias camufladas
en él; cada día tomo más de mi biografía para cometer cuentos. Me gustaría pensar que el humor continúa en mi
escritura, en mí, para protegerme del mundo y de su solemnidad. Muchos lectores
piensan que los textos humorísticos les toman el pelo. Hay que convencerlos de
que están equivocados: el humor no está reñido con la seriedad, sino con el
aburrimiento.
Observando las secciones de la que se
compone el volumen, sin embargo, ¿podría tratarse de un recuento de memoria?
Un recorrido
por la memoria, justamente. La sección primera es un homenaje a mis queridos
amigos de infancia y adolescencia, mis particulares ángeles de la guarda; la
segunda, titulada precisamente “En el fondo de la memoria”, saca a la luz algunas
intensas vivencias de juventud, y así hasta la sección última, en la que se
aventuran recuerdos de lo que no ha sucedido todavía.
© Daniel Mordzinski
¿De qué forma juega el lenguaje con la
estructura de sus cuentos?
Me gusta jugar
con las palabras, con el lenguaje, con las estructuras narrativas. Investigar
sobre las formas, usando la libre asociación verbal y de ideas, la
improvisación, a la manera del jazz. También me preocupa mucho la musicalidad
de la frase, del párrafo; su respiración y su latido.
¿El cuento sigue siendo el hermano menor de
la novela?
En absoluto.
Nuca lo fue. Son dos maneras distintas de enfrentar la escritura narrativa,
cada una con sus propias normas. No hay que empeñarse en emparentarlas todo el
rato, minusvalorando a una frente a la otra. Antes emparentaría yo al cuento
con el poema, del que está más cerca.
¿Es verdad que el lector de cuentos debe ser
inteligente y cómplice, al mismo tiempo?
Desde luego.
Ese lector debe permanecer alerta, atento a cada pequeño detalle que aparece en
las pocas páginas que cuentan una historia. En cualquiera de ellos pudo haber
dejado el autor la clave para la resolución de la trama. El género necesita de
la complicidad del lector para completar lo que no se dice, los silencios que
también construyen el cuento.
¿Cuál podría ser su particular teoría del
cuento?
No tengo ninguna. Trabajo con la intuición. Me dejo llevar
por las palabras, por la emoción de hilvanarlas hasta que son ellas mismas las
que me van regalando las historias que permanecían escondidas en mi
cabeza.
Permítame una licencia: el último cuento,
“La poda y la tala de los árboles frutales”, ¿es su particular ajuste de
cuentas?, ¿con el mundo?, ¿consigo mismo?, ¿con la literatura?
Es un texto
que me duele en lo más profundo, es un ajuste de la distorsionada percepción
que durante años tuve de un inmenso daño: el que me produjeron el alcoholismo y
el lento suicidio de mi padre, y su manera de haberme metido en la sangre el
veneno dulce de la literatura.
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