TERRITORIO FRONTERIZO
(Tres
narraciones en tierra de nadie)
Mediada
la década de los noventa, una nueva generación de escritores mejicanos irrumpía
en el panorama literario de su país y convertían el movimiento «crack», como
así se denominaban, en un «manifiesto» público, en la primera manifestación
narrativa seria en las letras mexicanas del siglo XXI, o mejor aun, en un
novedoso experimento lingüístico y relato polifónico que abarcaría nuevas voces
narrativas. Devotos y lectores, además, de Collins, Machen, Brod, Musil y
Broch, o de los mejicanos José Emilio Pacheco y Sergio Pitol, este último,
calificado de maestro indiscutible porque consideran es el primer autor que
escribe sobre Europa Central, traduce a rusos y polacos, y conoce el viejo
mundo; con el paso del tiempo, además, se ha convertido en una especie de guía
a seguir de toda la generación. Los nombres que pusieron en tela de juicio los
planteamientos literarios precedentes fueron, Jorge Volpi (México, D.F., 1968),
Ignacio Padilla (México, D.F. 1968) y Eloy Urroz (Nueva York, 1967), que habían
conseguido una perspectiva literaria europea, afianzada en países como Francia
y España, y avalados por una interesante obra publicada en su México natal. El
núcleo inicial se convirtió en quinteto, y pronto se unieron Pedro Ángel Palou
(Puebla, 1966) y Ricardo Chávez (México D.F. 1961). El grupo quedaba definido,
según Chávez, por una visión común y cinco individualidades distintas y
contundentes: «La palabra de Padilla, el brío de Urroz, la inteligencia de
Volpi, el saber de Palou y el propio lamento de Chávez». El crack —ha
señalado Christopher Domínguez Michael— despertó el interés de esa sociedad
mundana, compuesta por editores, agentes y lectores complacientes. Las novelas
del crack son un conjunto heteróclito de narraciones desiguales cuya
bandera de salida es un falso cosmopolitismo, una literatura escrita por
latinoamericanos que han decidido abandonar, como si esto fuese una novedad
radical, los viejos temas nacionales y presentarse como contemporáneos, ya no
de todos los hombres, sino de las grandes estrellas de la narrativa mundial.
Estos nuevos autores se mueven con facilidad en los archivos del recién
enterrado siglo XX, tomando a la carta sus lemas comerciales: la frialdad, el
vacío, el eterno retorno del apocalipsis, la muerte de las ideologías, y otras
mitologías de la actualidad.
Jorge
Volpi nació en la ciudad de México en 1968. Estudió Derecho y Letras en la Universidad Nacional
Autónoma de México y consiguió el doctorado en Filología Hispánica por la Universidad de
Salamanca. Es autor de las novelas A pesar del oscuro silencio (1992), Días de ira
(1994), La paz de los sepulcros
(1995), El temperamento melancólico
(1996) y Sanar tu piel amarga
(1997), además de la «Trilogía del Siglo XX» formada por En busca de
Klingsor (Premio Biblioteca Breve, 1999), un particular juego con el principio
de incertidumbre, base de la teoría de la física cuántica, El fin de la
locura (2003), una novela divertida, intensa y transparente y cuyo
planteamiento se asimila a su anterior novela, una suerte de historia
intelectual, sometida a un proceso de ficción novelesca, y No será la tierra
(2006), ambiciosa porque trata de construir una novela-enciclopedia, donde se
recorren paso a paso los sucesos elementales del pasado siglo XX. Es autor de
los ensayos La imaginación y el poder
(1998) y Mentiras contagiosas (2008), entre otros. Volpi se ha mostrado
interesado en trasladar su conocimiento enciclopédico sobre historia, ciencia,
política y literatura a sus narraciones, de ahí que en ocasiones sus
planteamientos ensayísticos, al final se completen con una visión narrativa de
los mismos.
El
narrador mejicano publica Días de ira. Tres narraciones en tierra
de nadie (Páginas de Espuma, 2011), tres relatos extensos, o tres
novelas cortas que había publicado previamente y por separado, en distintas
fechas, lugares y editoriales. Sin un hilo o conexión que facilitara su
lectura, la primera apareció en Joaquín Mortiz (México,1992), la segunda en
Muchnik (Barcelona, 1994), y la tercera en Plaza & Janés (Barcelona, 2000).
Ahora se reúnen bajo un denominador común, catalogadas como de «media distancia» y una temática
relacionada con la locura o el mal. En la primera de estas novelas «A pesar del
oscuro silencio», un narrador intenta recomponer una biografía y va alternando
datos, las vivencias que el investigador va conociendo del biografiado
confundiéndolas con las suyas propias, sus propios conflictos amorosos con los
de Cuesta, el poeta e ingeniero que alternaba la escritura de poesía, con sus
investigaciones sobre química, en un intento por buscar la fórmula de la eterna
juventud. Al narrador le irán asaltando muchas dudas hasta alcanzar una única y
sola verdad: el suicidio del poeta. A partir de este momento, el biógrafo se
interna en una vorágine de incertidumbres acerca de la existencia del
atormentado poeta, su paso por el psiquiátrico o la entrevista con su esposa,
Guadalupe Marín, recabando los escasos datos que se conocen sobre el personaje
de tanta raigambre en el México de los años 30, sobre todo por su militancia en
el grupo Los contemporáneos. Curiosamente, Cuesta se suicidó en el sanatorio de
Tlalpan, el 13 de agosto de 1942, aniversario de la caída de Tenochtitlan,
cuando los mexicas se rindieron ante Cortés. El segundo relato titulado «Días
de ira», que proporciona el título al volumen, formó parte de un anterior
proyecto (Tres bosquejos del mal, 1994) cuyo denominador común era la
alucinación de una realidad vivida, porque ofrece una reflexión sobre la
capacidad del mal para llenar cualquier pensamiento que deje al descubierto el
sentido de la razón, opuesto siempre al de la locura, como tema universal,
dentro de una estética barroca y de la alegoría y el simbolismo. Una novela
corta que desde sus comienzos engancha al lector proponiéndole una especie de
juego porque, en realidad, reduce al mínimo la anécdota contada y se ofrecen y
suceden escenas como de un auténtico mosaico se tratara, concentrando el relato
en un médico especialista en urología que se enamora o quizá se ¿obsesiona? con
una paciente, cantante de blues, hermosa y de curvas delicadas que a su vez
mantiene una relación con un escritor, el tercer personaje en discordia y de
quien apenas sabemos ni averiguamos nada. El médico, joven, casado felizmente
con Carolina, con una hija preciosa, Miranda, será el narrador, aunque, en
realidad, lo que los lectores leemos será lo mismo que vaya leyendo y
experimentando el médico: el fondo oscuro de su vida, el abismo al que se va
acercando para así convertir una vida placentera en una auténtica trama de
misterio, incluso de locura. «El juego del Apocalipsis», la tercera entrega, es
en realidad, una visión sobre la isla de Patmos, lugar a donde fue desterrado
San Juan y donde el apóstol tuvo sus visiones de Jesús para escribir sus textos
del Apocalipsis. La historia parte una pareja mejicana que gana un sorteo
para disfrutar del comienzo del milenio en la isla, a donde ambos llegan un
frío día de invierno, se instalan en un hotel vacío y apenas saben que hacer en
el lugar, hasta que conocen a un excéntrico millonario francés que los invita a
su barco y a participar en lo que él mismo llama el «el juego del Apocalipsis»,
o lo que el anfitrión califica de una oscura porción de su alma, es
decir, revelar un misterio sobre sí mismo, algo que nunca antes de hubiera
atrevido a confesar. La tensión entre el grupo de personajes crece a medida que
se acerca la noche del 31 de diciembre, pero sobre todo la pareja protagonista,
los jóvenes mejicanos, descubren que todo acaba pereciendo o se destruye.
Jorge
Volpi, Días de ira.
Tres
narraciones en tierra de nadie;
Madrid,
Páginas de Espuma, 2011.
No hay comentarios:
Publicar un comentario