Liturgia
para desposeídos
UNA VERDAD ÍNTIMA
Un poema es, en principio, un
estado anímico, y el poeta, poseedor de ese signo afectivo, va cuajando su obra
al compás de todo un proceso creador. Cuando abrimos un libro de poesía
entramos, deliberadamente, a un mundo simbólico, a un mundo donde muy pronto
descubrimos que no importa tanto lo que se dice como lo que realmente
significa. El poeta, con su poesía, pretende comunicarnos algo, ofrecernos una
verdad, una entrega que, indudablemente, se convierte en muy íntima, quizá
porque se mueve en un terreno de privilegio para plantear esa interpretación
del yo, iniciar la búsqueda de un espacio o esos valores tan esenciales que no
necesitan una justificación; y, tal vez, por añadidura producir en nosotros
todo un haz de sensaciones y sentimientos. La poesía, vista así, definida en su
individualidad, se convierte en un instrumento de defensa, en una forma de
liberación personal, en una fuga constante. La poesía es, también,
manifiestamente una transmisión, aunque, en realidad, como señala el poeta y
crítico Eliot, para delimitar su definición «la poesía es muchas cosas».
La obra lírica de José Antonio
Sáez (Albox, Almería, 1957) es, dos décadas más tarde, una forma de liberación
personal. Ha ofrecido un ejercicio lírico que ha derivado hacia una
espiritualidad, en su sentido más preclaro. También frustración y desaliento
componen, temáticamente, buena parte de su corpus poético hasta el momento: Vulnerado
arcángel (1983), fue un primer poemario que vislumbraba la imposibilidad de
realización personal en un territorio hostil, La visión de arena (1987),
mostraba, unos años después, una obligada devoción y obediencia a una
existencia y una suerte más equilibradas, Árbol de iluminados (1991), la
posibilidad diacrónica y sincrónica de una pasado tradicional, clásico,
recreado magistralmente, Las aves que
se fueron (1995), se transfigura en el paisaje y el espíritu como elementos
válidos para un hombre capaz, ahora, de sumergirse en el inexorable paso de su
devenir, Libro del desvalimiento (1997), es su profunda reflexión sobre
los conceptos tradicionales: vida y muerte,
y el actual Liturgia para desposeídos (2001). Poesía del
desencanto ha señalado en su prólogo José Lupiáñez, o sentimiento de
frustración espiritual, enmarcando la lírica escrita por el almeriense y la
estética heredada de los novísimos.
Liturgia para desposeídos
parece cerrar una etapa en la poemática de José Antonio Sáez, hoy ya un poeta
maduro, que viene a ensayar con su poemario la heterogeneidad de que es capaz
con el verso. Divido en tres partes claramente diferenciadas, éstas están
enlazadas, no obstante, por el sentido espiritual que recorre buena parte de su
poesía y la entronca con abundantes alusiones al sentimiento cristiano. Sin
embargo, en los poemas que componen «Don de lenguas», la mirada del poeta se posa
en la caducidad de la belleza, la geografía marina, la visión o la mirada, lo
mítico para escribir con una versatilidad poco común en la lírica; lo bíblico
se ennoblece con el simbolismo de lo literario que es lo que predomina, no
obstante; el poeta es capaz de vencer su desilusión sólo a través del verso y
así lo manifiesta en esta primera parte: «Mira a tu alrededor: comprueba que
vivir/ es la experiencia máxima que una vida depara. Los desposeídos serán
los protagonistas de esa segunda parte, precisamente la que da título al libro
«Liturgia para desposeídos»: enfermos, desarraigados de su tierra, expulsados
del paraíso, son algunos de los protagonistas de algunos de los poemas de hondo
sentimiento humano, quizás la parte que muestra la derrota espiritual de este
mundo, «Travesía del Estrecho», «Complainte del enfermo de Sida» y «Emigrante
marroquí en un parque»; hay mucho de denuncia, de comportamiento solidario, de
identificación con los desposeídos, de confesión de una derrota; y nuevas referencias literarias que se
corresponden, desde el pasado, con este mundo: Gracián y el fingimiento, Fray
Luis y lo infinito, Valle-Inclán y la oscuridad. Y una tercera parte, «Parábola
de los durmientes» donde establece esa dicotomía de la realidad que vivimos entre
lo verdadero y lo falso, la dimensión de una dramática realidad a que nos vemos
condenados. El poeta elabora simbólicamente su imagen del hombre, una imagen
que ni siquiera literariamente consigue precisar, «Un hombre es la promesa,
lo que está por venir/ y pronunciarse, quien habrá de decir y definirse».
Pero lo que se desprende de esta tercera parte, es el sentido cíclico de la
existencia, la fatalidad y la devastación como conclusiones finales.«Somos
una inmensa lágrima que se desliza/ por la pendiente oscura a que conduce/ la
llaga abierta de esta civilización agonizante»—escribe el poeta en el
último poema que titula «Los últimos viajeros». «Ceremonia del descreído —son
las palabras finales con que cierra el prólogo José Lupiáñez—, salmodia del que
camina, al ritmo que la negra fortuna le marca, al impulsarlo hacia su
aniquilación.
José
Antonio Sáez, Liturgia para desposeídos; Málaga, Diputación, 2001; Col.
Puerta del Mar, 60.
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