Irene
Gracia.
“Soy valiente a hora
de escribir, por lo menos, porque soy
consciente de que es difícil demostrar valentía en la vida”.
Irene Gracia (Madrid 1956), cursa estudios de música, y
más tarde de pintura y escultura en la Facultad de Bellas Artes de Barcelona. Fiebre para siempre, su primera novela,
obtuvo el Premio Ojo Crítico de 1994. Hijas
de la noche en llamas (1999), fue muy apreciada por la crítica y supuso su
confirmación como novelista, dueña de un mundo lírico, hipnótico y original. Con
Mordake o la condición infame (2001), se
adentró por primera vez en el mundo de lo fantástico. El coleccionista de almas perdidas (2006), es una obra intensa e
inquietante. Irene Gracia continúa entablando un diálogo con la mejor tradición
fantástica europea. Últimamente ha publicado, El beso del ángel (2011), El
alma de las cosas (2014) y Anoche anduve
sobre las aguas, ha obtenido el XXII Premio Juan March Cencillo, 2014. Actualmente
reside en Madrid.
Su mundo, poblado de
dioses y de ángeles, ¿es quizá mejor que el presente?
Mi universo
literario también está poblado de héroes, antihéroes, diablos, y pobres
diablos, como el mundo real. Los grandes soñadores me atraen como un imán,
tanto por su cara positiva como por su cara negativa, aunque al final fracasen.
Creo que las personas estamos muy limitadas, porque no hemos elegido
ni el cuerpo, ni la época en la que hemos nacido, por eso siempre he creído que
“somos” más lo que soñamos ser, que lo que realmente conseguimos.
En realidad, ¿en su literatura
podríamos hablar de una auténtica metáfora para justificar algunos aspectos de
este mundo?
Cierto. Anoche anduve sobre las aguas puede
considerarse la cruz de mi novela El beso
del ángel, porque en ambas historias trato las relaciones que los humanos
mantienen con los seres alados y los dioses, con los ángeles excelsos y los
ángeles caídos, con las divinidades paganas y las aves. Son una metáfora del
deseo de elevación, del anhelo de trascender, de la gravedad del cuerpo, y de
la fatalidad de la muerte.
Anoche anduve sobre
las aguas está
planteada en dos dimensiones y en dos planos narrativos: el mundo real y
presente, y un universo imaginario. El supuesto mundo real apenas ocupa el
prefacio y el epílogo de la escritura, mientras que casi toda la historia
acontece en una edad media fantasmal. Ambos mundos son igual de creíbles,
relevantes y trascendentes para la historia, los dos se influyen
recíprocamente, como sucede en nuestras vidas. Estamos compuestos por órganos y
pensamientos, huesos y sueños, sentidos y sentimientos.
En sus textos se habla de un amor
imposible, ¿cuándo alcanzamos realmente el amor, solo en un estado
seudo-místico?
En El banquete de Platón, Sócrates habla de
Diotima, y dice que el amor es el anhelo
por la inmortalidad, el deseo de la fama eterna. Distingue dos formas de amor:
el amor físico que desea la inmortalidad por medio de los hijos, y el amor
espiritual que alumbra ideas inmortales. Cuando nos enamoramos, amamos más al
otro que a nosotros mismos, como los místicos. Por cierto, Sócrates decía que
Eros no es un dios, sino un demonio, un mensajero entre los dioses y los hombres.
¿Cree que a través de esa fantasía
mitológico-mágica sobre la que escribe ofrece usted un camino distinto a la
estructura y a la temática de la narración?
Soy valiente
a hora de escribir, por lo menos, porque
soy consciente de que es difícil demostrar valentía en la vida. Me estimula
arriesgarme intelectualmente, como un funámbulo, y mi única red es la técnica.
El oficio me parece indispensable en cualquier disciplina artística, porque
aunque parezca lo contrario, te da más libertad para materializar todos los
experimentos que puedas imaginar. Los escultores, lo primero que construyen es
un esqueleto de hierro, para que no se caiga el barro de su escultura, mientras
la están modelando. Para mí, carece de sentido y emoción imitar a otros
autores, o imitarse a uno mismo.
Usted ha elegido un camino propio
en su narrativa, al menos, en las últimas entregas, ¿hasta qué punto insistirá
en escribir fábulas de marcado carácter anacrónico?
Oscar Wilde
decía que todo lo moderno procede de Grecia, y todo lo anacrónico de la Edad Media. A Elisa se
le aparece un ángel pelirrojo, que siempre oculta su rostro. Como Elisa
desconoce su nombre le llama su Angelus Novus, como el Ángel de la Historia
de Walter Benjamin, con su rostro vuelto hacia el pasado. Pero a diferencia
del ángel pintado por Paul Klee, que mira de frente, el ángel que Elisa ve está
de espaldas, y su aspecto es clásico, parecido al Eros de las esculturas
grecolatinas. En esta época tan confusa, creo que lo futurista es volver la
mirada hacia el pasado, creo que lo más moderno es mirar a Grecia,
especialmente en Arte. Al construir la novela quise hacer este doble juego:
dirigir la mirada hacia el pasado, hacia Grecia. Pero retener la mirada en la Edad Media, donde
ambiento la historia.
En su anterior entrega, El alma de las cosas (2014), lo quimérico y el destino, juegan un
papel importante en los personajes, al menos en Belisa, la protagonista,
¿estamos sujetos a esos profundos cambios, y a un determinado destino en esta
vida terrenal?
Siempre he pensado
que existen aviones en el presente, porque Leonardo y otros soñaron con volar
en el pasado. Así que atrevámonos a tener sueños ambiciosos para que se
materialicen en el futuro. Creo que las personas somos una mezcla de los dones
con los que hemos nacido, diferentes dosis de buena y de mala suerte, y nuestra
voluntad. Creo en el destino, y asimismo creo que se puede modificar con la
voluntad. Belisa es un personaje voluntarioso que lucha por conquistar su
propio destino, aunque eso signifique sacrificar a los demás, y sacrificarse a
sí misma.
En su última
entrega, Anoche anduve sobre las aguas
(2014) se revisa todo un mito bíblico, ¿qué pretende usted demostrar al lector?
Me eduqué en
un colegio de monjas, para bien y para mal, donde siempre estaba latente lo
milagroso. De niña me fascinaban santos que presuntamente levitaron ante
testigos como San José de Cupertino y Santa Teresa de Jesús. La escena
evangélica que más me impresionaba era la de Jesús andando sobre las aguas, por
eso en mi novela Elisa también puede caminar sobre las aguas. A los catorce
años, cuando perdí esa fe, tuve la suerte de que mi difunto hermano me regalase
Así habló Zarathustra de Nietzsche,
que llenó ese vacío existencial, y me colmó de fe en la libertad del
pensamiento. Al final de su vida Nietzsche firmaba como “Dionisio crucificado”.
Por otra parte, sobresalen los conceptos ancestrales
acerca de la sexualidad femenina y el mito de la virginidad.
Elisa posee
el don de la levitación, pero pierde sus poderes sobrenaturales cuando pierde
la virginidad, como en los cuentos de hadas y en los mitos cristianos y
paganos. Artemisa y Minerva, las diosas más poderosas de la Grecia Clásica, le
pidieron a su padre Zeus, el dios de los dioses, que les concediese el don de
la perpetua virginidad. Hipatia de Alejandría murió soltera y sin hijos. Se
cuenta que María, la madre de Jesús, también era virgen. Resulta paradójico
comprobar que, salvo excepciones, las pobres mujeres que se encerraban en un
convento, podían ser las que más libertad tenían para aprender a leer, a
escribir, y sobre todo para poder pensar, aunque fuese dentro del acotado mundo
de la teología, podían gozar de otras riquezas. No es extraño que en la
historia de la literatura y el pensamiento femenino se encuentren religiosas
entre las escritoras más antiguas, inspiradas, inteligentes y valientes como
Santa Teresa, Santa Hildegarda de Bingen, Maria de Cazalla, o Sor Juana Inés de
la Cruz. Aunque
tampoco es extraño saber que estas mujeres padecieron los juicios de los inquisidores.
Un halo de espiritualidad y de misticismo recorre, en gran
medida, la novela, ¿es un buen momento para que el lector reflexione sobre
estos aspectos de nuestra existencia?
Me considero
una agnóstica mística. Creo que cada segundo es el mejor momento para
meditar... Desearía transmitir el placer de aprender, la sensualidad de crear,
la felicidad de imaginar. No existe un viaje más excitante y vertiginoso que la
búsqueda del conocimiento, aunque no alcancemos ninguna meta, ese viaje nos
ennoblece.
Al margen de la fábula, en realidad usted cuantifica y
ensaya sobre el bien y mal, ¿qué papel juega hoy el mal en la sociedad?, y aun
más, ¿nos queda algo de bondad humana?
La lucha del
bien y del mal está presente en la novela, es un enfrentamiento interior y
exterior de deseos opuestos y de pulsiones extremas. Elisa es una doncella
pobre y visionaria que tiene el don de levitar, y Bruno es un aristócrata
sanguinario, un cruzado sediento de sangre y redención. Bruno padece la rara
enfermedad de carecer del sentido del tacto, y desea sentir su piel. Por el
contrario, Elisa anhela escapar de la gravedad del cuerpo. Los deseos de los
dos protagonistas son opuestos, pero al final convergen en el abismo de los
sentidos, como la cara y la cruz de una moneda. Elisa profesa la mística de la
virtud, y Bruno profesa la mística del vicio.
¿Vivimos en mitad de esa dualidad, como usted expone en Anoche anduve sobre las aguas?
El dualismo
mente-cuerpo, simbólicamente es paralelo a las fuerzas opuestas que mueven el mundo,
aunque actualmente ya no somos tan ingenuos como para asociar lo espiritual con
el bien, y lo material con el mal. El marqués de Sade, por ejemplo, utiliza los
viejos conceptos sobre el bien y el mal
en 'Juliette o las prosperidades del vicio', y en 'Justine o los infortunios de
la virtud', aunque el marques le da la vuelta a la moral. Se podría decir que
tanto Sade como Santa Teresa, cada uno a su manera y de forma opuesta, desean
lo mismo: gozar de los deleites supremos.
Detalle de la portada, Anoche anduve sobre las aguas.
¿Cuánta dosis de irracionalidad cabe en nuestra sociedad?
El
Holocausto, históricamente, sucedió ayer. Ni el Apocalipsis, ni el infierno de
Dante, se pueden comparar con esa pesadilla hecha realidad. Me temo que la
irracionalidad humana y la sed de mal, es insaciable e inimaginable.
Y una última curiosidad, ¿de verdad sueña usted
previamente todas sus novelas?
Sinceramente sueño mis novelas... Dormida o despierta.
Utilizo la materia de mis sueños y las experiencias de mi vida como material
literario. También considero que todo lo que late en mi imaginación es una
parte real y esencial de mi vida.
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