Armando López Salinas
REVISIÓN DE LA MINA
Las primeras novelas sociales
que aparecen en la escena literaria después de la Guerra Civil se ocupan del
obrero y del empleado de oficina, y presentan las características de muchas de
las tendencias desarrolladas tras el final de la contienda Habían heredado esa
plasmación lírica que ofrecía un largo periodo de silencio, y que desembocaría
en una novela proletaria con características similares a las ensayados antes de
la sublevación militar, aunque con esas nuevas perspectivas se trate de una
lucha por el “pan” frente a ese concepto revolucionario en aquellas historias
que siempre solían estar tenidas de tristeza y melancolía. Artes y oficios se
combinan en estas narraciones, y se capitaliza, al mismo tiempo, ese aspecto
vivido en los suburbios de las grandes ciudades, a donde se acude en busca de
una mejor vida laboral y personal.
Diez años más tarde del final de
la contienda, Enrique Azcoaga había publicado, El empleado (1949), novela muy galdosiana, aunque en este caso el
problema de este personaje es el tedio, la insatisfacción o la amargura que le
provoca la estrechez de un minúsculo sueldo con el que nunca llega hasta final
de mes, y aunque el autor provoca en su empleado falsas pretensiones de
grandeza, este sabe que nunca llegará a nada porque se sabe engañado, y es
consciente de lo insignificante de su trabajo. Dolores Medio se ocupa, también,
de un tema muy parecido en Funcionario
público (1956), aunque en esta ocasión el empleado de Telecomunicaciones,
la desesperación y amargura que siente, se verán desde fuera, sin que la
narradora recurra a lo que sucede diariamente en la oficina. Jesús López Pacheco
construye una Central eléctrica
(1958) en una de las regiones más atrasadas de España, según parece en la
provincia de Zamora, donde el padre del autor habría estado trabajando y se
cuentan experiencias vividas de cerca por el propio López Pacheco. A parir de
este momento, tras la aparición de esta novela característicamente más
épico-social, y a principios de los sesenta, más relajada la censura de los
últimos años, la denuncia explícita y la crítica social de una proletariado
harto hace su aparición y, así una novela como La mina (1960), de Armando López Salinas, conmociona a la
actualidad narrativa del momento, puesto que este relato se ocupará de un
campesinado forzado a convertirse en un obrero. Y lo más curioso de la
historia, alejada de los mensajes de López Pacheco que abogaba por una visión
universal y epopéyica del trabajo del obrero, aquí se concreta en la vida del
minero y de las condiciones en que este debe trabajar bajo tierra.
La mina se divide en tres partes que López Salinas titula,
acertadamente, “La huída”, “La cuadrilla” y “El hundimiento”, que desarrollan
la vida del campesino Joaquín, poco antes de abandonar su pueblo hasta el lugar
donde muere, finalmente. Joaquín García es natural de un pueblo de Granada,
campesino sin tierra, vive como muchos, de las eventualidades que van
surgiendo, aunque las peonadas nunca alcanzan para subsistir. El jornalero
tiene una familia que alimentar y vestir, y siempre ha soñado con vivir del
trabajo de la tierra y cuando pretende que el amo le ceda un pequeño bancal
donde cultivar, ante la negativa, opta por la emigración y reúne a su familia
para trasladarse a la provincia de Ciudad Real, concretamente a Los Llanos,
donde se puede trabajar en la mina. Con la ayuda de un primo consigue ser
“caballista”, en una cuadrilla de ocho hombres, extremeños y asturianos, aunque
cuando entra por primera vez en la boca del pozo se da cuenta de las
condiciones de trabajo a que son sometidos los hombres en aquella galería
cuarta. Sin embargo, Joaquín va progresando poco a poco, las 45 pesetas de
jornal, más las horas extras, y algún destajo que otro, le permiten ocupar una
casita que irá arreglando y amueblando, incluso se ocupa de criar unos conejos
y tiene posibilidades de adquirir una bicicleta muy pronto. Mientras tanto, los
mineros protestan por las escasas medidas
de seguridad, por el mal estado de las vigas, por la falta de aire, aunque sus
reivindicaciones son desoídas y se les castiga con menos horas de trabajo. La
desgracia finalmente ocurre y las sirenas anuncian un accidente en unos de los
pozos, mientras una multitud de hombres y mujeres acuden para asaltar la Dirección de la Empresa (páginas, dos
concretamente, suprimidas por la censura).
López Salinas
postula acerca de la situación del proletariado, primero desde el jornalero del
campo y posteriormente como el peón de mina, considerando que los
terratenientes y los industriales no hacen nada para mejorar la situación de
sus trabajadores, mientras que los obreros trabajan para que ellos vivan bien
y, por añadidura, se enriquezcan aun más. El rico frente al pobre, el dueño
frente al obrero que se repite en esta novela de López Salinas y en posteriores
libros y ensayos suyos. Aunque la lucha no es de carácter político, aunque
pueda parecerlo sino más bien critican o se resienten de ese poder que les
prohíbe reclamar derechos fundamentales y juzgan a la fuerza pública que los
reprime. Y si esa negación de derechos y un jornal justo se traduce en una
auténtica protesta, esta sin duda se da en La
mina, y se agudizará en Año tras año
(1962), novela que nunca se publicará en este país.
En 1959, año en que La mina queda finalista del premio
Nadal, según apunta en su Introducción,
David Becerra Mayor, supone para España su incorporación definitiva al bloque
capitalista y bajo este precepto se está modernizando. Ciertos elementos
residuales, propios del fascismo, coexistirán con elementos de consumo, como
por ejemplo la retransmisión, por primera vez en televisión, de un Real
Madrid-Barcelona, un 15 de febrero de 1959, o poco antes la inauguración de la
basílica excavada en el Valle de los Caídos, el 1 de abril del mismo año, y
mejor aun el concierto que el grupo de pop británico, The Beatles, diera el 1
de julio de 1965 en Madrid, después de aterrizar unos días antes en el
aeropuerto de Barcelona, disfrazados de toreros. Más allá de lo anecdótico, apunta
Becerra Mayor, es fácil reconocer el proceso de desfascistización que inicia el
franquismo tras la derrota en la Segunda
Guerra Mundial de los países del eje y su urgencia de
establecer lazos con el bloque capitalista occidental. Y en el contexto de la Guerra Fría, los
Estados Unidos tenían los argumentos suficientes para servirse de la dictadura
de Franco como aliado frente al enemigo común, así ambos países negociaron muy
pronto tratados bilaterales: en agosto de 1950 el senado norteamericano aprueba
un préstamo de 100 millones de dólares a España; más tarde reconocen el régimen
de Franco, la ONU
levanta el veto al Estado franquista y España se incorpora a la FAO y, finalmente, a raíz del
establecimiento de numerosas bases militares a lo largo de la geografía
española, el resto de órganos internacionales fueron reconociendo el régimen.
Pese a todo, la década de los sesenta estuvo marcada por un alto índice de
conflictividad social: manifestaciones, huelgas y boicots que cobraron
protagonismo en la agenda social española de aquellos días. Este es el
contexto, consecuencia del crecimiento económico y los cambios sociales que
acompañan a los españoles de entonces, que Armando López Salinas retrata y
describe en su literatura, sobre todo, en La
mina, en la que describe una clase obrera sobre cuays espaldas se construye
la nueva política económica española que permite la pervivencia de la dictadura
militar franquista. Los personajes de López Salinas son las primeras víctimas
del “desarrollismo económico español”.
El “Estudio preliminar” y el
análisis que David Becerra Mayor realiza sobre la época y sobre la novela de
López Salinas resulta de una clarividencia y exhaustividad asombrosas y subraya
como en el contexto de una literatura social-realista los autores hablaban a
unos oyentes que, en realidad, no escuchaban, aunque el proceso debería haber
sido a la inversa, la creación de las condiciones favorables para conciencias a
un público diferente, aunque el nivel cultural del momento no era el adecuado y
de una auténtica toma de conciencia. La novela aunque pasó la censura y esta la
autorizó y debió ser publicado en su integridad, según constató Pablo Gil
Casado se habían suprimido al menos dos páginas y media del momento en que en
el pozo “Inclinado” se produce un asalto a la Minera en el que participan las mujeres de los
mineros muertos en el accidente y un número elevado de hombres que acuden al
lugar de los hechos. En España se habían hecho dos ediciones, la de 1960 y
1968, ambas en Destino, y la francesa de 1962, con el texto íntegro, y
posteriormente Destinolibro había
repetido en 1977 y 1980, además de una tercera en Orbis, dentro de la colección
Grandes Autores Españoles del Siglo XX. Gil Casado señala algunas amputaciones
más, aunque lo más significativo se encuentre en el capítulo tercero, y en el
segundo algunos pasajes, y si la novela tuvo un informe de censura favorable y
se editó, como estaba previsto, solo cabe pensar en que la propia editorial
enviará el original con sus propias tachaduras una vez que se decidiera a
editarla, como ocurrió en marzo de 1960.
Armando López Salinas, La mina; ed., de David Becerra Mayor; Madrid, Akal, 2013; 318 págs.
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