HIPÓLITO G. NAVARRO
«La Literatura es el único
lugar donde se puede y se deber ser irresponsable».
Hipólito G. Navarro (Huelva, 1961) opina que su
literatura es absurda, igual que la vida que llevamos; afirma haber aprendido
el sano ejercicio del humor y la ironía a través de lecturas como las de
Beckett, Kafka o Hesse. En su obra ha dado sobradas muestras de una perversa
imaginación. Su última colección de cuentos Los tigres albinos (2000) y su novela Las medusas de Niza
(2000), ganadora del XLVII Premio Ateneo de Valladolid, confirman el valor de
una escritura original. Recientemente recibía una mención especial del Jurado
de los Premios de la
Asociación de Críticos de Andalucía.
¿Qué tipo de irresponsabilidades nos permite la realidad,
literariamente hablando?
La realidad permite muy pocas irresponsabilidades. Es
muy egoísta la realidad y quiere todas las irresponsabilidades para ella sola.
Por eso el hombre hizo muy bien en inventar la literatura, que es casi el único
lugar donde se puede y se debe ser verdaderamente irresponsable.
Hasta el momento usted ha resumido su mundo literario
en el relato corto, ¿qué le proporciona el cuento?
A mí me
ha interesado desde mis comienzos como aficionado a la literatura invitar como
protagonista de todas mis historias al lenguaje mismo. Independientemente del
argumento que transite por cada relato, siempre pongo de personaje principal a
la lengua, pues considero que, más que los temas, lo importante en literatura
es la manera de contar con que el escritor los aborda. El género cuento me
permite una mayor libertad a la hora de experimentar con el lenguaje, de
investigar con las formas, ocupaciones muy peligrosas para desarrollar en
textos largos, que lo único que consiguen es aburrir al lector.
Sus colecciones de cuentos le han otorgado una
excelente reputación como el autor de una metafísica de la risa. ¿Cree que el
mundo sigue siendo absurdo?
El mundo
es muchísimo más absurdo de lo que suponemos. Habría que buscar otra palabra
menos gastada que absurdo para señalar la verdadera magnitud del absurdo del
mundo. Mis colecciones de cuentos entiendo que son el resultado de mi
particular pelea contra la solemnidad; tiene cierta lógica entonces que sea el
humor, la risa, la manifestación más evidente de esa guerra.
De su libro Los tigres albinos (2000) se ha dicho que traza «itinerarios
imprevisibles y anárquicos por los territorios del humor y el absurdo», que en
él practica usted una «atonalidad» literaria, ¿quizá porque sus relatos emprenden
continuamente un replanteamiento de sus elementos principales?
Entendida
la tonalidad como el conjunto de normas para desarrollar un planteamiento
narrativo, como muy bien explicaba Javier Calvo en su reseña para entender lo
que quería señalar con el término «atonalidad», es verdad que en los relatos de
ese libro, y también de los anteriores, no he querido sujetarme a ningún
conjunto de reglas establecidas para abordar su escritura. Soy muy consciente
de que la apuesta es arriesgada, de que mi escritura se puede estrellar ante
ciertos lectores amantes de las convenciones, pero no lo puedo evitar. Me
encanta dinamitar esas normas dentro de una misma pieza, de ahí el
«replanteamiento» de tono, personajes, perspectiva, etcétera que se da en
muchos de mis relatos. A mí me aburre muchísimo la linealidad.
Sus evidentes deudas con Monterroso y Cortázar, ¿le
proporcionan algún tipo de pudor?
Ninguno.
Yo siempre he pagado mis deudas a tiempo, sin que den lugar a intereses. Fueron
autores de los que bebí lo justo para no morirme de sed en los tiempos del
secarral literario español de mis años adolescentes. Ahora gestiono mis propios
manantiales.
Usted finalizaba el año con un premio literario, el
Ciudad de Valladolid para novela corta; ¿qué supone esto en su trayectoria
narrativa?
Los
premios ayudan a dar a conocer a más lectores la obra del autor, a que al autor
se le hagan menos cuesta arriba los últimos veinte días del mes, y poco más. La
obra del autor debe permanecer al margen de los premios, seguir por el camino
que se había trazado, sin distraerse demasiado con la farándula y el «glamour»
que rodea a la literatura. En mi caso ha sido toda una paradoja: veinte años
escribiendo cuentos y ahora me premian una novela. Cosas más raras se han
visto, ¿no?
A Las medusas de
Niza (2000) se le ha señalado el experimentalismo español de los años 30,
¿qué opina de esto?
A la hora
de buscar parentescos prefiero quedarme con los que se han atrevido a poner por
escrito, así sea en broma, que esta escritura adelanta la que se hará en el
siglo XXII. El experimentalismo español de los años 30, del que algo he leído,
me parece un poquitín ñoño, demasiado apegado aún a lo decimonónico. Prefiero
mirar al futuro, la verdad.
Usted relaciona esta novela con su padre y habla de
«metáfora de la creación literaria».
Las
referencias a mi padre quedan recogidas únicamente en la dedicatoria, y sirven
para ofrecer al lector un guiño sobre la comprensión de una de las lecturas del
texto. En la solapa, en cambio, un supuesto lector advierte de otras trampas al
asegurar que el autor miente hasta en los índices y las dedicatorias. Este
juego metaliterario que contamina a todo el libro, incluidas las solapas y la
dedicatoria, forma parte de una trama que quiere servir como metáfora de la
tarea del creador, una parábola que cuente de dónde extrae el escritor los
materiales para crear su obra. Me he servido en la novela, más que en otros
libros, es verdad, de algunos elementos autobiográficos, algunos tan dolorosos
que no tuve otra opción que camuflarlos con abundante ficción y tratarlos con
la medicina del humor para hacerlos soportables. La tarea del escritor es
básicamente ésa: vestir las realidades de mentira, ponerle a la mentira ropajes
de verdad, difuminar aún más las de por sí vagas fronteras que existen entre la
ficción y la realidad.
¿Escribir es dejar un testimonio personal de la
constante mutación del mundo?
Para mí
la literatura es una prolongación de los juegos de la niñez. Sólo leo y escribo
por placer. No me interesa en absoluto arreglar nada ni que me arreglen nada
con la literatura. Si acaso me interesa desarreglar un poquitín lo que los
otros tanto se empeñan en arreglar con sus libros. Tenga en cuenta que yo
llegué a los libros después de devorar cantidades industriales de tebeos, que
según mis mayores eran literatura que volvía majareta a los chavales. Dejemos
constancia aquí entonces solamente de ese estado de majaretez que sigo
alimentando con la literatura.
*La
entrevista se realizó a comienzos del año 2001, y después Hipólito G. Navarro ha
publicado:
Los últimos percances (Seix Barral, 2005).
Relatos. Reúne los volúmenes anteriores, El
aburrimiento, Lester y Los tigres albinos, junto con el inédito,
Los últimos percances.
El pez volador (Páginas de Espuma,
2008). Relatos. Edición de Javier Sáez de Ibarra. Incluye estudio y entrevista
con el autor.
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