P
Pensar y
sentir
“Es ley de nuestra naturaleza que
los grandes pensamientos vengan del corazón”.
Ralph
W. Emerson
José
María Merino
UNA
DIALÉCTICA REALISTA
José
María Merino forma parte de esa raza de escritores que desde sus inicios como
narrador, vuelven al relato como el auténtico arte de contar, superando
tesituras que oscilarían entre los conceptos históricamente esgrimidos de
realismo e idealismo, incluidas las nociones de formalismo y de contenido, es
decir, el proceso de escritura puro o la literatura del firme compromiso. En la
década de los setenta, se acuñó el término de «nueva fabulación» a un tipo de
literatura que, sirviéndose de la realidad o del dato histórico, pretendía
descubrir el revés de lo real y de lo fantástico, siguiendo la estela del
incuestionable Todorov cuando el teórico ensaya sobre esa incertidumbre entre
la realidad y lo irreal, entre la vigilia y el sueño, entre la evocación de la
memoria y la percepción de una realidad presente. La ficción de Merino plantea,
generalmente, dualidades con acciones que se interfieren continuamente y
desembocan en el denominado concepto de metanovela, y, al mismo tiempo,
incorpora un auténtico proceso de documentación que se concreta en abundantes
miradas racionales sobre el ser y el estar del hombre contemporáneo, sin
condicionamientos puesto que sus historias se convierten en ámbitos de libertad
con apariencia de auténticos laberintos y demuestran así la extraordinaria
capacidad para la imaginación o para demostrar la verdad de un extraordinario
mediador.
La sima (2009), mejor que
ninguna otra narración anterior de Merino, ofrece una especie de síntesis que
recopila, de alguna manera, muchos de los fundamentos desarrollados en su
dilatada trayectoria hasta el momento, iniciada con Novela de Andrés Choz
(1976), y que continuaba, magistralmente, con la serie de crónicas mestizas: El
oro de los sueños (1986), La tierra del tiempo perdido (1987) y Las
lágrimas del sol (1989), la primera ambientada en Méjico, la segunda en la
península del Yucatán y la tercera en el Perú, con una documentada visión de
las guerras pizarristas y almagristas, o sus entregas, más cercanas en el
tiempo, El heredero (2003), cuyo protagonista, frente a una herencia al
uso, la casa familiar y las tierras, recibirá a la muerte de su abuela, el más
valioso legado de sus antepasados: su pasado y sus vivencias, sus secretos y sus
silencios, relatos íntimos y particulares de todos y cada uno de ellos, una
historia que se extenderá a lo largo del todo el siglo XX. Y, en su anterior
novela, El lugar sin culpa (2007), una bióloga, pretende alejarse de un
doloroso drama familiar y elige como destino profesional un laboratorio situado
en una isla casi deshabitada, un espacio protegido, donde el transcurrir del
tiempo se ajusta mucho más al ritmo de la naturaleza que al de los pocos seres
humanos que habitan en ella, y donde parece posible que la memoria personal
pueda ser anulada. La llegada a la isla de un barco con el cuerpo ahogado de
una joven devolverá a la protagonista la conciencia de la realidad humana y del
tiempo, conceptos a los que, a pesar de todo, ella pertenece y de los que no
puede desprenderse. Y es así, también, como en La sima se muestra la
influencia del pasado, justifica el proceso de formación de la personalidad del
protagonista o marca las relaciones entre historia y ficción, con abundantes
elementos conexos que se irán añadiendo a los acontecimientos y que en la
novela se convierten en esos diferentes planos significativos que proporcionan
a la historia contada esa calculada densidad narrativa necesaria.
Fidel
trabaja en una tesis doctoral sobre la primera guerra carlista, regresa a la
soledad del pueblo de su niñez, en la montaña leonesa, en los últimos días de
2005 y permanece allí hasta el día de Reyes, con el propósito de seguir
avanzando en su estudio, aunque pronto surgirán las dificultades objetivas de esta
labor de investigación, y cuando, como telón de fondo, se prepara la exhumación
de quienes en plena guerra civil murieron ejecutados en la zona, precisamente
en la sima de Montiecho: una historia familiar protagonizada por su abuelo, una
leyenda que todo el mundo conocía. Durante ese breve espacio de tiempo, el
narrador-protagonista, mientras cuenta y hace balance de su pasado, apela en
una tonalidad expresiva en forma de diario a tres interlocutores que asistirán,
alternativamente, al flujo de los recuerdos, de las sensaciones, de los
sentimientos que, por cierto, sirven de auténtico testimonio y de explicación
de sí mismo y de buena parte de sus relaciones familiares, además de la
justificación del carácter de su personalidad, en la que como iremos sabiendo
predomina un profundo sentimiento de orfandad, de desamparo, de profunda
tristeza, condiciones que han marcado su existencia hasta el presente de una
forma indeleble. Los tres interlocutores, la doctora Valverde, una psiquiatra
que atendió a Fidel en una fase aguda de su proceso depresivo; el profesor
Verástegui, director de la tesis, cuya intervención a lo largo de la novela
fijará, de alguna manera, la relación esgrimida entre historia y ficción, otro
de los grandes aciertos estructurales de Merino; y, sobresale, don Cándido, un
antiguo profesor de instituto, guía y ejemplo del adolescente cuando, falto de
cariño y de amparo, tras la temprana muerte de sus padres, encuentre en él la
superación de un drama personal. En La sima resultan convincentes las
sucesivas y pormenorizadas evocaciones de la vida familiar, con la sombra del
abuelo asesino, tratado con respeto y cariño, pese a las enormes diferencias
manifiestas entre el nieto y él, la relación con sus primos Fernando y, muy
especialmente, con José Antonio, con
quien saldrá malparado y cuyo odio juvenil se dilatará a lo largo del relato, o
con algunos amigos del colegio y, sobre todo, de la universidad, Marcos y
Garnacha, Covi y Aurora, pero por encima de todo anotar la aventura sentimental
con su prima Puri, en esos momentos en los que un inexperto adolescente
descubre el sexo y las fuentes del placer, aunque desde una perspectiva tan
inocente como sincera.Y no menos interesante esa peculiar muestra de la poco
edificante tendencia española al radicalismo que tras treinta años de
democracia nos aleja de una realidad, cuando la derecha pretende un gobierno
fuerte que avalaría derechos y libertades bajo una simbología inquisitorial o
una izquierda radical capaz de demoler símbolos como El Escorial u otras
afinidades al pasado. En estas y en otras aportaciones para dibujar una
sociedad moderna, civilizada, libre de prejuicios y descalificaciones que
ostenta una mediocre representación política, estriba el mejor acierto de un
Merino cabal y consciente, observador agudo, representativo de una generación
que ha conseguido olvidar un pasado vergonzante tanto de uno como de otro bando
y sesenta años más tarde, reivindica con su escritura la normalización de un
proceso político equilibrado únicamente por el valor de los votos y de las
urnas. Quizá por esto y por otros muchos motivos, con abundantes reflexiones y
anotaciones sobre el concepto de historia frente a la ficción, no podamos
prescindir de calificar La sima como una auténtica novela de tesis, con
rasgos más que evidentes tanto en el protagonista como en el antagonista, con
actitudes invariablemente extremistas que recuerdan al lector el pasado
histórico español reciente, los continuos debates sobre temas de actualidad
política y social, o esa extraña mezcla para combinar la realidad y la ficción,
en este caso a través de la historia, con que postula los enfrentamientos
fratricidas constantes en una España ancestral, polarizando que la realidad
española aun se sigue contemplando bajo esa maldición cainita, hecho que el
protagonista apreciará a lo largo de su relato, sobre todo cuando se entrevista
con Verástegui y este le anuncia que esa hipótesis resulta insostenible como
punto de partida científico para una investigación académica, aunque sí
atractiva desde el punto de vista de la ficción narrativa. Tal vez por eso
Fidel convierte sus intuiciones en verdadera literatura, o porque gran parte de
su vida ha estado determinada por las tragedias que, de alguna manera, han
determinado su propia historia personal, necesidad por la que convierte a sus
semejantes en personajes de novela, para poder congratularse con un futuro
quizá repleto de amor y felicidad. Y aun mejora nuestra estima sobre una novela
como La sima con un desenlace esperanzador, de una belleza literaria
poco común, interesante desde la exclusiva perspectiva literaria que Merino ha
querido otorgarle porque funciona y, muy bien, con esa doble instancia con que
termina su relato.
La
sima
José
María Merino
Barcelona,
Seix-Barral, 2009; 414 págs.
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