¿EXISTE UNA LITERATURA FEMENINA?
La vida escrita
por mujeres (Círculo de Lectores, 4 volúmenes) reúne los pasajes más
brillantes, insólitos y desconocidos de las letras hispánicas e
hispanoamericanas desde el siglo XIV hasta nuestros días.
El proyecto de reunir en cuatro volúmenes
una muestra de la escritura femenina hispánica e hispanoamericana desde sus
inicios y hasta la actualidad no tiene precedentes—señala Anna Caballé en la
presentación de La vida escrita por mujeres (Círculo de Lectores, 2003).
Los cuatro volúmenes recogen «De la Edad Media a la Ilustración» I. Por
mi alma os digo; «Del Romanticismo al Modernismo» II. La pluma como
espada; «Siglo XX» III. Contando estrellas; y «Siglo XX» IV. Lo
mío es escribir. En principio la obra pretende reunir a las autoras más
destacadas del ámbito hispánico e hispanoamericano y no se antologa con una
voluntad integradora puesto que hoy las fronteras de lo hispanoamericano son
intensas y próximas para cualquier lector en español. Por otra parte —como
señala la editora Caballé— el propósito de la colección es plural, es decir, la
posibilidad de ofrecer a un lector una visión panorámica de la escritura
femenina que le permita, con toda libertad, una lectura lineal y progresiva del
acceso de la mujer al mundo de la literatura desde el punto de vista histórico
y literario, incluidas las dificultades que durante siglos ha experimentado el
fenómeno y que se van señalando en cada uno de los períodos, época y volúmenes
de que consta la colección. Se establecen así comparaciones, paralelismos,
cotejos y correspondencias entre textos, épocas, movimientos y tendencias, y
las correspondencias evidentes entre unas culturas y otras. Los volúmenes
exponen que la vida cultural, tanto en el ámbito hispánico como en el
hispanoamericano, está salpicada, a lo largo de los siglos, de mujeres con
talento, muchas de ellas brillantes, que ejercieron una influencia importante
en los círculos literarios de su tiempo e influyeron en otros escritores. Anna
Caballé cita los casos de Teresa de Jesús, Sor Juana Inés de la Cruz, Emilia Pardo Bazán,
Alfonsina Storni, Ana María Matute, Alejandra Pizarnik o María Mercè
Marçal.
Hoy nadie sostiene que el acceso de la
mujer a la literatura sea algo reciente y vinculado, exclusivamente, a su
emancipación social o a los logros conseguidos a lo largo de décadas. La
lectura y los libros siempre han formado parte de la educación de la mujer y la
escritura es una prolongación a ese mismo hecho, además de convertirse en una
acción complementaria; Carolina Coronado, señala Anna Caballé, fue tajante al
afirmar que las mujeres escriben y lo van seguir haciendo con independencia de
los comentarios que puedan suscitar. La vida escrita por las mujeres se
ha centrado en el complejo universo femenino porque de su lucha se puede
aprender mucho. Tanto es así que no importa que sea en el siglo XV, como en el
XIX, o en el XX, lo importante es que dejaron constancia escrita de sus
anhelos. Una antología tan ambiciosa ofrece una riqueza de material tan
importante que, tanto la editora como las especialistas de cada una de las
épocas, han seleccionado los textos y las semblanzas biográficas precedidas de
sólidas introducciones para enmarcar el sentido y el alcance de la obra y de
sus autoras. En los volúmenes se incluyen fragmentos de todos los géneros
literarios: poemas, cuentos breves, pasajes de novelas, memorias,
autobiografías, cartas, ensayos, incluso diarios personales. A lo largo de la
muestra de esta vida escritura, los lectores encontramos, según testimonia Anna
Caballé, mujeres acosadas por la tiranía
moral de sus confesores, mujeres que rechazan el matrimonio, mujeres que pugnan
por liberar su talento creativo, otras que habrán sufrido toda clase de
dificultades y muchas más que se escondieron sometidas a una obligada humildad
que las protegía del ridículo.
De la Edad Media a la Ilustración
Las escritoras del siglo XV y de la
primera mitad del siglo XVI pertenecieron a la nobleza y a la burguesía.
Recibieron, por consiguiente, en muchos de los casos una educación exquisita
que compartieron con sus coetáneos y que proyectaron a lo largo de varias
generaciones. Solían cultivar tertulias donde se leían textos en voz alta y se
comentaban en común. El género por excelencia fue la autobiografía, inaugurada
en lengua castellana por Leonor López de Córdoba, y también aparecieron
frecuentes confesiones místicas, algunos tratados políticos, poesía, novela
sentimental, novela de caballerías y cartas, en general. Utilizaron la lengua
materna aunque en algunos casos se sirvieron del latín. Como es obvio,
desarrollaron una extraordinaria potencia y finura en la lengua empleada,
proyectando de la misma manera sus sentimientos. Las obras conservadas de este
período son escasas, algunos manuscritos, incunables y algún que otro libro
curioso. Por ejemplo, de Leonor López de Córdoba se conservan cuatro copias
manuscritas del siglo XVIII y una del XIX. (Están en el Archivo Histórico de
Viana, en Córdoba (1733), en la
Biblioteca de la Real Academia de la Historia de Madrid, en la Institución Colombina,
de Sevilla (1778) y en la
Biblioteca Pública Provincial de Córdoba; el original estuvo
depositado durante más de 500 años en las celdas del monasterio de San Pablo de
la ciudad de Córdoba). En el primer capítulo del presente volumen «Egregias
señoras. Nobles y burguesas que escriben» se recogen textos de López de
Córdoba, Serena de Tous, Teresa de Cartagena, Isabel de Villena, Florencia
Pinar, Estefanía de Requesens, Beatriz Bernal y Luisa Sigea de Velasco; en
realidad, una variopinta muestra de escritura, además de algunos apuntes sobre
el mundo de las jóvenes en la vida de la corte y la vida retirada. «Las celdas
de los conventos», incluye las obras de Teresa de Jesús, Ana de Jesús y unas
cartas de María Jesús de Ágreda. La audacia intelectual de Sor Juan Inés de la Cruz se pone de manifiesto en
el capítulo III dedicado a «La pugna por la autonomía», además del excelente
ensayo de Octavio Paz sobre la religiosa en el que explica el vacío social y
moral de la corte virreinal de la Nueva España, se incluye una notable selección de
poemas de la autora criolla, la historia de la Monja Alférez,
Catalina de Erauso, textos de Luisa de Carvajal y Mendoza y nuevos poemas de
Sor Violante do Céu. En «En escritoras de oficio» figuran los nombres de María
de Zayas y Sotomayor, Ana Caro de Mallén, Catalina Clara Ramírez de Guzmán,
Luisa María de Padilla y Leonor de la Cueva Silva y en el capítulo V, «Mujeres
ilustradas: el alma no es hombre ni mujer», se antologa a Josefa Amar y Borbón,
Margarita Hickey, Josefa de Jovellanos, María Gertrudis de Hore y Ley, María
Lorenza de los Ríos y Loyo, María Rosa Gálvez e Inés Joyes y Blake, traductora
y una de las ilustradas más avanzadas de su época, quien, precisamente, escribe
en una Apología de las mujeres, en realidad, el prólogo a su traducción El
Príncipe de Abisinia, de Samuel Johnson, «No puedo sufrir con paciencia el
ridículo papel que generalmente hacemos las mujeres en el mundo, unas veces
idolatradas como deidades y otras despreciadas aun de hombres que tienen fama
de sabios (...)».
Del
Romanticismo al Modernismo
La pluma como espada recoge una
nómina amplia del XIX y buena parte del XX, con ejemplos admirables como Emilia
Pardo Bazán, Juana de Ibarbourou y Alfonsina Storni. Los cinco capítulos del
segundo volumen que nos ocupa constata que la rebelión que las mujeres habían
iniciado en el XVIII se concretaba a lo largo del XXI, es decir, escribían para
publicar sus textos. Y esto suponía llevar una vida inteligente, una vida
pensante, que añadía un papel a una sociedad que formaba parte de la historia.
María Prado, la editora del primer capítulo de este segundo volumen, escribe
que «si bien durante el Romanticismo y un «yo» desgarrado, apasionado y
desorientado se escribía a un «tú» discreto y en el que la mujer adivinó la
posible felicidad, en el XIX ellas mismas cogen la pluma como una pacifica
espada y forman parte de la rebelión que las consagra como las artífices de la
transformación del mundo en el que hoy vivimos. Es más, la incorporación de la
mujer al mundo de la escritura transforma la literatura universal y por
consiguiente se cambia la dirección literaria y si bien hasta estas fechas las
mujeres habían estado protegidas por los claustros donde habitaban o por un
apellido ilustre, ahora más que nunca la clase media se incorpora a un oficio
vetado y aparecen decenas de mujeres que no sobresalen por lo excepcional de su
escritura y pueblan así la mediocridad literaria como los hombres. Es esta una
inequívoca muestra más de ese talante de lo femenino frente a lo masculino. A
comienzos del XIX cuando surge dos de los movimientos europeos más importantes
del siglo, el Liberalismo y el Romanticismo, y de alguna manera se afianza el
destino social de lo femenino, empiezan a destacar algunas escritoras que por
la calidad de sus obras empiezan a cosechar premios importantes: en 1844,
Gertrudis Gómez de Avellaneda consigue los dos primeros premios de poesía del
Liceo de Madrid y dos años más tarde, Carolina Coronado protesta por la
prohibición impuesta a las mujeres de poder presentarse al mismo galardón.
Durante los primeros momentos de la incorporación de la mujer a la literatura,
el tema fundamental será el de reivindicar un papel más importante en la
sociedad de su momento, además de las continuas quejas que desde diversos
medios emprenden tanto escritoras como periodistas o ensayistas, ¿qué temas
abordan las escritoras del XIX? Evidentemente los universales o los propios de
la tradición y las dificultades que durante siglos han tenido en el papel de la
historia. En el volumen segundo abundan los ejemplos temáticos sobre el
matrimonio, la educación, sobre la fe, la coquetería, pero también reflexionan
en torno a la pasión, la soledad o a la vida retirada. Pese a esa lucha llevada a cabo por una
ingente legión de escritoras de aquí y del otro lado del mar, Emilia Pardo
Bazán, opinaba que «la mujer de su tiempo continuaba siendo una reclusa moral,
pues vive encerrada en un corazón que no se le permite expresar». Instalado el
siglo XX, pese al horror que supuso la primera guerra mundial, las mujeres
logran una voz sonora para proclamar su estilo de vida.
Siglo
XX
Contando estrellas, el tercer
volumen de la colección, recoge como señala Anna Caballé, una etapa nuclear en
la evolución de la literatura escrita por mujeres: autoras que se dieron a
conocer en la primera mitad del siglo XX, un período en el que dejan de
resignarse a un destino concreto para convertirse en ellas mismas. Vanguardia y
política, con los nombres de Carmen de Burgos, Colombine, Rosa Chacel,
María Teresa León, Federica Montseny a las que se unen, en los cinco capítulos
que componen el volumen, los nombres de Concha Espina, Carmen Kurtz, Dolores
Medio, Gabriela Mistral, Elena Garro, Rosario Castellanos desde el otro lado
mar y, de nuestra cultura literaria más reciente, Gloria Fuertes, Carmen
Laforet, Camen Conde, Elena Soriano, Elena Quiroga, y en un último epígrafe,
titulado, Oficio de escribir, se leen los nombres de Lydia Cabrera,
Silvina Ocampo, María Zambrano y Olga Orozco. La situación jurídica de la mujer
cambió en España tras proclamación de la II República, el 1 de
abril de 1931: tres mujeres figuraban como diputadas, Victoria Kent, Clara
Campoamor, y Margarita Nelken. Las aportaciones de las mujeres escritoras en el
primer tercio del siglo XX fueron importantes, como por ejemplo la creación de la Novela Semanal,
donde se trató de ofrecer un producto de consumo destinado a la mujer liberada,
sofisticada y sensual y también para excitar pícaramente al hombre. Tras la
guerra se procuró una literatura de evasión ( novelas de amor, de detectives,
del Oste) que incorporó los nombres de Rafael Pérez y Pérez, a Corín Tellado,
Carlos de Santander, María Nieves Grajales, María Teresa Sesé, Trini de
Figueroa, Luisa María Linares, aunque el modelo de mujer tradicional que impuso
el franquismo no pudo evitar que algunas escritoras ya conocidas siguieran
publicando. Otros nombres se incorporarían y que hoy son decisivos en el panorama
del XX, como Carmen Laforet, Ana María Matute, Dolores Medio, Elena Soriano,
Carmen Conde, Concha Alós o Carmen Martín Gaite. A medida que avanza el siglo
XX y la sociedad cambia en sus esquemas más elementales, la condición femenina
tiene una voz más decisiva e influye, notablemente, en la historia de la
literatura.
Y
final
Con Lo mío es escribir se cierra La
vida escrita por mujeres y recoge unas declaraciones de Ana Rossetti a
propósito de su vocación, precisamente la de escribir. Los últimos cuarenta
años del siglo XX, escribe Alicia Redondo Goicoechea, han supuesto un
desarrollo muy importante en la escritura de las mujeres occidentales. Ana
María Matute se considera hoy como la continuadora de autoras como Dolores
Medio y Elena Quiroga y sobre todo de ese camino que dejo abierto Carmen
Laforet con su obra Nada. Durante estas últimas décadas varias
generaciones de narradoras han realizado un notable esfuerzo por construir
nuevos modelos de mujer que se muestran más fuertes, más lúcidas y desencantadas
a la vez de todo el tiempo pasado. Los nombres de Alejandra Pizarnik, Cristina
Fernández Cubas, Soledad Puértolas, Belén Gopegui brillan con estrella
propia.
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