PÍO BAROJA EN SU ÚLTIMA VUELTA DEL CAMINO*
A los 50 años de la desaparición de
Pío Baroja, el 30 de octubre de 1956, la edición de Desde la última vuelta
del camino (Tusquets, 3 volúmenes), sus memorias literarias, nos devuelven
la prosa de uno de los mejores novelistas del siglo XX.
Siempre se ha escrito que la personalidad
de Pío Baroja es el resultado de un conflicto propio entre las dos tendencias
que discurrían por su vida: de una parte,
la rebeldía juvenil de sus primeros años, su admiración por la aventura o la acción sin
límites, y de otra, ese deseo de una vida tranquila, ordenada y segura. Y así,
paradójicamente, pese a una primera juventud vivida con alguna intensidad en
sus años universitarios, su larga vida se materializó en una monótona sucesión
de momentos mediocres y nunca consiguió escapar a esas condiciones corrientes y
vulgares que ofrece la vida, hasta el punto de que él mismo llegó a
caracterizarse de la siguiente manera: «Yo no soy ni he sido un tipo fuerte y
duro, de voluntad enérgica, sino más bien flojo y un tanto desvaído». La vida
que nunca pudo llevar el escritor se convirtió en materia literaria para su
obra y en este ámbito Baroja se sintió libre para realizar sus aventuras y
fantasías o para vivir aquellas otras vidas que nunca se atrevió a llevar a
cabo en la realidad. La vasta obra del
escritor vasco es una buena muestra de ello, sus trilogías, novelas,
narraciones breves, ensayos y críticas, biografías, teatro, poesía, incluso
guiones de cine, además de sus voluminosas memorias Desde la última vuelta
del camino, dan fe de una inquebrantable labor literaria durante su larga
existencia.
Vida
y Memoria
Pío Baroja nació en San Sebastián el 28
de diciembre de 1872, hijo de un ingeniero de minas, colaborador en prensa y de
ideas progresistas; su madre era una mujer tradicional, activa, dominante,
severa y muy religiosa, con ella compartió el escritor buena parte de su vida.
Unos años más tarde la familia se trasladaría a Madrid.
Las Memorias de Baroja, escribe
Fernando Pérez Ollo, son las más amplias, vivaces y desahogadas de la
literatura en castellano; también, por supuesto, las más importantes pese a las
circunstancias sociales y políticas en que se publicaron, la década de los
cuarenta; y, además, Anna Caballé, habla «de un texto-río, caudaloso,
sorprendente, teñido de pesimismo realista y denso de ideas a contrapelo (...).
Un texto fiel reflejo del autor y muestra inequívoca de su ideología, su visión
del mundo y sus ideas, como por ejemplo, sus apreciaciones políticas, y sobre
políticos, literarias y sobre literatos, sobre filosofía, arte, el vasquismo o
su profundo amor al paisaje natal y el de su residencia en Itzea». La editorial
barcelonesa Tusquets edita, con motivo del cincuentenario de su muerte, en tres
lujosos volúmenes, Desde la última vuelta del camino (1944-1949),
entregas programadas desde mayo a septiembre de 2006, en un intento por
publicar, por primera vez, la edición completa de los ocho libros de los que
constan las memorias, porque anteriormente, aunque habían sido publicadas por
Biblioteca Nueva, solo se publicaron los siete primeros y el octavo, en una
edición inédita, en junio de 2005. Es decir, que pese a las manifestaciones de
Baroja, después de 1943 siguió escribiendo sus memorias y preparó una nueva
entrega que tituló La guerra civil en la frontera que Pérez Ollo data
entre 1952 y 1953.
Parece que, en realidad, el germen de
estas memorias podría estar en un libro que el autor vasco publicara,
veinticinco años antes, titulado Juventud, egolatría (1917) aunque
también se preocupó de hablar, abundantemente, sobre aspectos autobiográficos y
familiares, en obras como Páginas escogidas (1918), Las horas
solitarias (1918), Divagaciones apasionadas (1924), Intermedios
(1931), Vitrina pintoresca (1935), Rapsodias (1935) y Pequeños
ensayos (1943). Tampoco parece que Baroja preparase, para la redacción de
las 2.637 páginas, un guión previo, no existe un hilo cronológico y tampoco
esquemas a seguir, pero lo que si está claro es que en los ocho libros de que
consta la obra completa, don Pío conservaba perfectamente el recuerdo fresco de
nombres, situaciones, vivencias, como una especie de evocación obsesiva de las
cosas. Este juicio evidencia que el testimonio barojiano sobre personas y
acontecimientos merecería mayor atención y estudio, como ocurre con sus
silencios, omisiones e incluso con algunas lagunas, a veces, no menos
sorprendentes. Las sombras que más aparecen, según Pérez Ollo, son las de él
mismo y su familia, sobre todo quizá de su sobrino preferido, el mayor de
todos, Julio Caro Baroja (1914-1995), el más citado y, además, con admiración,
pero a su hermano Ricardo, pintor, grabador y escritor, cuesta imaginarlo
integrado en estas Memorias. Otras deducciones sorprenden porque Baroja
nace, crece y madura en una época caracterizada por la filosofía crítica de la
historia, el historicismo que, frente al positivismo, sostiene la insuperable
subjetividad personal del historiador como base del conocimiento objetivo del
pasado; así conoce la obra de Marx, Carlyle, Gobineau, Taine y Barrès; también
encontramos prolijas y rotundas disquisiciones sobre la Generación del 98 y sus
miembros; Baroja siempre negó la influencia socio-política de la literatura,
repitió que nunca había creído en el concepto de grupo porque, según
manifestaba, toda la obra de un escritor es un reflejo desvaído de su «yo». A
lo largo de sus Memorias el autor vasco canoniza a Dickens, Tolstói y
Dostoievski, pero no entiende a Proust y Joyce y, aún más, desconoce la
literatura alemana del siglo XX, con la excepción de Kafka, y había leído a
autores como Gide, Colette, Celine, Green, Renard, Kipling, Huxley, Somerset
Maugham, Hemingway y Dos Passos.
El plan de la obra es el siguiente: en el
primer tomo se incluyen los libros El escritor según él y según los
críticos, Familia, infancia y juventud y Final del siglo XIX y
principios del XX; el segundo tomo, Galería de tipos de la época, La
intuición y el estilo y el inédito Ilusión o realidad; el tercero
incluye Reportajes, Bagatelas de otoño, La guerra civil en la frontera
y, el inédito, Blancos y rojos, en realidad la memoria de la estancia de
Baroja en la capital francesa durante la guerra civil, época en la que visitó
Basilea, en la hermosa Suiza, donde pasó unos días tranquilos aunque de cierta
incertidumbre y a punto estuvo de embarcar para América; comienza donde termina
La guerra civil en la frontera y finaliza con el regreso del escritor a
Itzea. Julio Caro Baroja escribe en las
«Palabras preliminares» del primer tomo que «Estas Memorias (...) no
fueron recibidas por la crítica de una manera unánimemente favorable, ni mucho
menos. Una vez más, su autor fue acusado (...) por su falta de respeto a
hombres famosos y su poca benevolencia al juzgar instituciones de cierta
popularidad. Se dijo (...) que era egocentrista y soberbio».
Obra
En 1900, costeándose la edición, Baroja
publica su primer libro, Vidas sombrías, un conjunto de cuentos breves,
escritos con una técnica impresionista. Poco después publicaría su primera
novela, La casa de Aizgorri (1900), apareció en Bilbao y no es de las
obras más divulgadas del autor. En 1902 abandona el negocio familiar, la
gerencia de la panadería de su tía, en Madrid, a donde había llegado después de
renunciar a su plaza de médico en Cestona, y decide aventurarse a vivir de y
para la literatura, entendiéndola como un trabajo ordenado y metódico,
compatible con una vida modesta y hogareña lo que muy pronto le permitirá tener
una producción literaria muy amplia, Camino de perfección (1902), o
pasión mística, su siguiente obra está escrita en una época en que el autor
tenía preocupaciones que luego eliminaría de su conciencia, sobre todo las
anticlericales. Durante años simultaneó las colaboraciones periodísticas con la
creación literaria y aunque no tuvo un gran éxito con su literatura, sus obras
se vendían y le permitieron llevar una vida sencilla, sin grandes pretensiones.
Compró la casa de Itzea en Vera de Bidasoa (un pueblo cercano a la frontera
francesa) donde pasará los veranos escribiendo y visitando la zona. Militó en
el Partido Radical de Alejandro Lerroux, aunque posteriormente lo abandonaría
tras algunos fracasos políticos. Durante la Primera Guerra
Mundial mostró sus simpatías hacia Alemania y permaneció indiferente a la caída
de la Monarquía
y la posterior proclamación de la Segunda República. En 1934 fue elegido miembro de
la Real Academia
a instancias de su amigo Azorín, hecho que causó alguna expectación por su
rebeldía e inconformismo; el estallido de la guerra le sorprende en Vera de
Bidasoa, donde es detenido por un grupo de carlistas que dudan en fusilarlo por
sus ideas antirreligiosas y por haber criticado al carlismo en sus novelas.
Tras ser puesto en libertad, cruza la frontera y se refugia en París durante cuatro
años, vuelve en 1940 y ya no será jamás molestado aunque su prestigio fue usado
con fines propagandísticos por los falangistas durante los duros años del
franquismo. Se instaló de nuevo en Madrid, en casa de su hermana Carmen y
siguió escribiendo y publicando con regularidad; su obra ocupó un lugar de lo
más paradójico en la España
franquista porque había sido detenido por los carlistas y elogiado por los
falangistas, aunque el régimen nunca vio muy bien parte de su producción, de
hecho algunas de sus novelas fueron censuradas en diversas ocasiones, pero sin
embargo se convirtió en un modelo de honestidad y rebeldía poco comunes y así
los jóvenes escritores de los cuarenta y de los cincuenta intentaron
revalorizar su obra como un claro antecedente del realismo social. Autores como
Cela o Hemingway fueron sus grandes admiradores. En 1956 se rompió una pierna a
causa de una caída, fue operado y cayó gravemente enfermo. Murió el 30 de
octubre, a las cuatro de la tarde y será enterrado el 31 a las diez y media de la
mañana en el Cementerio Civil de Madrid. Títulos como La busca, Mala hierba,
Aurora roja (1904), Zalacain el aventurero (1909), Las
inquietudes de Shanti Andía, El árbol de la ciencia (1911), El
mundo es ansí (1912), Juventud, egolatría (1917), El laberinto de
las sirenas (1923), una novela fechada en Rotterdam, tras un viaje por
Alemania, Holanda y Dinamarca, aunque su redacción se llevó a cabo tras una
visita a Italia y la fascinación de don Pío por el Mediterráneo; publicada por
Caro Raggio, más tarde por Espasa-Calpe y recientemente, en una nueva edición,
por Tusquets, con un prefacio del sobrino Pío Caro Baroja, La nave de los
locos (1925), Los pilotos de altura (1928), Las noches del Buen
Retiro (1934) y tras la guerra civil El caballero de Erlaiz (1943), El
puente de las ánimas (1945), El país vasco (1953), son algunas de
las obras de la amplia producción de autor vasco.
* Este
artículo se publica con motivo del 50º aniversario de la muerte de Baroja, en
2006, en las páginas de Cuadernos del Sur, diario Córdoba.
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