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EL MUNDO SIGUE VIVO
Esther García Llovet (Málaga, 1963) ha ensayado
en todos sus textos hasta el momento una incesante búsqueda, y en su nueva
entrega, Cómo dejar de escribir (2017),
su personaje protagonista pretende, mientras deambula por los barrios más
anónimos de un Madrid reconocible, encontrar un manuscrito; se trata del hijo
apócrifo del gran Ronaldo, el mítico escritor latinoamericana/ léase, sin duda,
Bolaño. Ya en anteriores tanteos narrativos, valga Coda (2003) describía una atmósfera asfixiante para sus personajes,
convertidos en seres sujetos a códigos no establecidos, y cuyas relaciones
cruzadas constataban que existe una sociedad suburbana de tintes tan
inquietantes como imprevisibles, y parte de un cotidiano vivir en nuestras
ciudades.
Resolviendo sus referentes literarios, la
devoción de García Llovet por el chileno es manifiesta desde sus comienzos, así
convierte su novela, breve por extensión y trama novelesca, en un diálogo con el
narrador de culto que provoca en los lectores esa mirada entrevista por la
malagueña con las necesarias referencias a la literatura de Bolaño. Renfo, un
veinteañero, busca en un caluroso verano madrileño y bajo una mirada tan
absurda como brillante, el manuscrito perdido de su padre fallecido años atrás,
al tiempo que se propone reconstruir su figura escribiendo una biografía de la
que apenas si lleva redactada media página. El curioso personaje se cruza en su
deambular con tipos igualmente extravagantes y grotescos: el expresidiario
Curto, un parado de larga duración que ejerce de jardinero, Claudia la chica
pija o la extraña pareja de Los Maridos que forman Pato y Carnicero; todos
coinciden en numerosos espacios cutres, calles que huelen a meadas de perro,
bares con olor a fritanga, pero también se pasean por fiestas de gente
acomodada, desde Arturo Soria a Sol, donde abundan las drogas y el ambiente
sórdido.
Cómo
dejar de escribir está contado desde un presente narrativo que nos sitúa en
plena crisis actual, abundan las supresiones de acontecimientos obviados en la
linealidad temporal del relato, y las oportunas secuencias en la recuperación
de historias y episodios del pasado cuando el narrador sueña con su padre o se
apuntan los recuerdos de experiencias vividas por otros personajes. La
novela ofrece una
estética cuya brevedad se condensa en capítulos de cuatro o apenas cinco
líneas, muy próximos en su estructura al microrrelato, de tanta actualidad. García
Llovet apuesta por una narrativa fragmentaria porque de lo que se trata es de
constatar que sus personajes aislados se esfuerzan por comunicarse en esta
sociedad de la incomunicación, en un espacio y con esas relaciones que sólo se
logran a través de la esperanza de un seguir avanzando. La prosa de la
narradora malagueña es sobria, los recursos visuales empleados efectivos y la
variedad de sentimientos expuestos deja constancia de lo que está pasando. La
narración ensayada elabora sus resonancias a partir de la simplicidad, posee
una estructura que hace del todo la suma de las partes. Y así los significados
de esa narración lineal se elaboran con sencillez, resultan verosímiles, casi relatos
propios, y sus personajes acosados por una variada gama de problemas, personales
en su mayoría, los une esa realidad solo percibida por quienes nos acercamos a
ella.
CÓMO DEJAR DE
ESCRIBIR
Esther García
Llovet
Barcelona,
Anagrama, 2017
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