María
Tena
“Ahora soy china y
soy gay”, afirma María Tena que rompe una barrera literaria y retrata un amor
homosexual en el marco de la Expo
de Shanghái en su novela El novio chino.
María Tena (Madrid, 1953) pasó su infancia
en Irlanda y Montevideo, entre libros y escritores paseando por el mundo con un
padre diplomático, una madre poeta y ocho hermanos que también acabaron
escribiendo o siendo lectores compulsivos. Se licenció en 1975 en Filosofía y
Letras especialidad en Literatura Hispánica por la Universidad Complutense
de Madrid, y al mismo tiempo en Derecho. Pertenece al Cuerpo Superior de Administradores
Civiles del Estado, y siempre ha trabajado y desempeñado cargos en la Administración en
temas culturales y educativos. Estuvo a cargo de la Dirección del Centro del
Libro y de la Lectura
y de la Dirección
del Centro de las Letras Españolas del Ministerio de Cultura de España.
Semifinalista del Premio Herralde 2002 con su novela Tenemos que vernos, publicó su segunda Todavía tú en 2007, que también fue semifinalista del Premio Herralde. Su tercera obra, La fragilidad de las panteras, fue finalista del Premio Primavera de Novela 2010. Recientemente ha obtenido el Premio Málaga de Novela por su cuarta entrega, El novio chino (2017), ambientada en el Shanghái de la Exposición Universal de 2010, cuenta la historia de Bruno, que consigue un puesto de jefe de protocolo en la delegación española, y allí conoce a Ben, un muchacho que ha huido de su aldea y vaga por la ciudad.
Semifinalista del Premio Herralde 2002 con su novela Tenemos que vernos, publicó su segunda Todavía tú en 2007, que también fue semifinalista del Premio Herralde. Su tercera obra, La fragilidad de las panteras, fue finalista del Premio Primavera de Novela 2010. Recientemente ha obtenido el Premio Málaga de Novela por su cuarta entrega, El novio chino (2017), ambientada en el Shanghái de la Exposición Universal de 2010, cuenta la historia de Bruno, que consigue un puesto de jefe de protocolo en la delegación española, y allí conoce a Ben, un muchacho que ha huido de su aldea y vaga por la ciudad.
¿La ficción, de alguna manera, completa nuestra vida
real?
También es real la ficción. Ocupa un
espacio, pesa y a veces significa mucho
en una vida. El escritor comercia con los límites, con lo que sueña, con lo que
nunca tuvo o podrá tener. El mundo imaginario es lo que nos regalamos los
escritores para saciar la insatisfacción. Todos esos retazos de realidad
reconstruida de pronto tienen sentido. Sí, de algún modo, eso nos completa.
¿Para escribir recurrimos a nuestra memoria, quizá
porque de alguna manera ordena nuestra existencia?
La memoria ordena y tranquiliza, y la
imaginación, “La loca en la casa”, desordena y mezcla las imágenes. Las pone a
parir, es decir a crear. Las convierte en semillas de sus locas historias. Son esas
dos fuerzas lo que llena de sentido nuestros libros.
Sus novelas están pobladas, en cierto modo, de
paisajes, ¿qué representan para sus personajes?
El espacio físico, en literatura, no solo
hace que nuestros personajes sean creíbles sino que también funciona en clave
psicológica. Un elemento que refuerza el sentido de nuestras historias. En el
siglo XXI el paisaje ya no puede ser un
adorno. Si no funciona, dramáticamente, a través del personaje, ya no
sirve. Sucede igual en el arte contemporáneo. Hemos incorporado el paisaje al
hombre como algo que ya no puede estar fuera de él.
La crítica ha calificado su prosa de “transparente” y
“natural”, ¿es un obligado propósito para usted, o en realidad fluye con el
lenguaje mismo?
“La única obligación moral del escritor
es el esmero”, decía Carver. Intento llevar esa cita al límite. Trabajo en ello igual que el mar trabaja a
cada instante con las piedras de la playa. Escribir es contar historias pero el
lenguaje, para mí, tiene que ser exacto, conciso, transparente.
Y por insistir, ¿cómo consigue usted acercarse a sus
personajes con tanta sencillez?
Intento no andarme las ramas y, a la vez,
poner emoción en lo que hago.
Clara, el arquitecto, Itziar, Laura y Teresa, incluso
Bruno, están caracterizados por sostener fuertes deseos en su vida, ¿es una
forma de enfrentarnos a nuestro cotidiano subsistir?
Dice la ciencia que es el deseo lo que
nos mantiene vivos. Estructuro mis historias contando con esos deseos, esos
conflictos. Mis personajes existen por
eso. Ese es su motor, el modo en que
consigo que tengan relieve, que parezcan humanos.
¿Pasión y fuerza, sobre todo, en su propósito exclusivo
para escribir una historia?
Más que un propósito es una manera de
vivir. No consigo templarme con la vida ni con la literatura. Soy una extremista
tranquila.
La
Exposición Universal de
2010 es el trasfondo de su nueva novela, El novio chino (2017) ¿cabría imaginar
otra historia parecida sin el escenario de Shanghái?
Sí, claro que sí. Las historia de dos
seres distintos y solos que se quieren, que luchan por encontrarse, porque lo suyo dure en el
tiempo, sucede cada día y en todas partes. Pero
Shanghái con sus disparatadas contradicciones y sus 24 millones de almas es el
lugar ideal para esta historia. A la vez refinada y canalla, poderosa y
miserable, bellísima y asquerosa… tenía todas la papeletas para ser elegida.
¿La cultura tan diferente de ambos personajes
condiciona la relación de ambos, o más bien se dejan arrastrar por una pasión?
Todo les condiciona. Cuando se encuentran
ni siquiera tienen un idioma común, pero quieren estar juntos. La fuerza de ese
deseo mueve la historia. Y los transforma. Al final ninguno se parece al que
conocimos antes de que empezara su historia juntos.
¿Es un atrevimiento escribir una historia homosexual literariamente
hablando?
Es algo que, al principio, ni me planteé. Pero es verdad que esta novela me ha obligado a afinar mucho. A meterme en la
cabeza de un chino y en las relaciones entre dos hombres. Y he intentado
hacerlo con naturalidad. Como si nada. (y, mientras lo digo, me doy cuenta de
que estoy citando la última frase de la novela).
La sutilidad y una delicada relación entre Bruno y
John es lo más sorprendente de la novela, ¿quizá no estamos tan alejados como
creemos de una cultura tan ancestral?
Esa sutileza es querida. No es un rollo
solo sexual, están enamorados. Y en ese amor pesa la historia de sus dos países. Sus costumbres y sus
prejuicios. Todo pesa.
¿Lo hermoso y lo ignominioso de la condición humana
nos permite vislumbrar ese oscuro fenómeno que llamamos amor?
Dices muy bien al mencionar la palabra “vislumbrar”.
Todos sabemos lo que es el amor pero ninguno conoce bien de qué materia está
hecho o cuáles son sus límites. Un misterio con el que vivimos y morimos. Por
eso nos apasiona tanto.
¿Se ha sentido usted tentada de establecerse en
China?
Me hicieron una oferta tentadora. Y fui
muy feliz en China. Pero el amor, todos los amores, estaban aquí. No hay nada
que pueda con eso.
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