L
Libertad
“Cuando
las personas tienen libertad para hacer lo que quieren, por lo general
comienzan a imitarse mutuamente”.
Françoise
Sagan
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Grandes esperanzas
Charles Dickens ha sido y sigue siendo uno de los
autores más leídos del mundo, en todos los lugares y en todas las épocas. Los
libros de Dickens son una proyección fantástica y exuberante de sus obsesiones
traumáticas e incontroladas, de sus inadaptadas emociones, personales, públicas
y sociales, sobre todo porque siempre se sintió poco querido, en particular por
su madre, que le obligaría a dejar el colegio para trabajar durante unos meses
en una fábrica de betún cuando aun no había cumplido los doce años. La
humillación y el dolor de esas experiencias permanecieron siempre vivas en el
narrador que llenaría sus futuras novelas de cárceles, de niños explotados, de
madres y padres crueles, y tanto es así que reescribirá incisamente versiones
angustiadas, obsesivas y fantásticas de una misma historia, la de su
experiencia triste de niño mal querido. Luego, y de una forma repentina, la
vida cambió para Dickens de una forma milagrosa y fantástica. A los veintitrés
años, tras un nuevo paso por al escuela, y trabajado como comentarista
parlamentario, rellenaría textos para un conocido dibujante que le
proporcionarían cierta fama y darían lugar a los Papeles del club Pickwick (1836-1837).
Tres obras componen el material social y su
relación con la expresión de la propia identidad del autor, sus creencias,
convicciones o deseos que justificarían el argumento base y sólido de la
grandiosidad de su obra, tres novelas que corresponden, la primera, a su
periodo iniciático, Oliver Twist
(1837-1839), unos diez años más tarde, al intermedio, con Dombey e hijo (1846-1848), y el clásico Grandes esperanzas (1860-1861), al periodo final de su producción
en una clara evolución literaria y personal, penúltima de las obras completas,
mientras trabajaba en su último libro, Edwin
Drood, y le sorprendió la muerte en 1870. Una vez más, Dickens se enfrenta
a la cuestión de su identidad, a las relaciones que tanto habían aparecido sus
textos acerca de la inocencia y la culpabilidad. En esta novela muestra su
extensa experiencia y el aprendizaje que le han supuesto el arte de su
escritura durante largos y fructíferos años. La historia resulta una espléndida
muestra de humanidad porque Dickens ha sometido sus angustias, los desajustes
personales y su intolerancia social en algunos de sus mejores relatos. Es la
obra de una persona madura, desilusionada, que ha perdido la fe en bastantes
cuestiones de la vida, hasta el extremo de que el final de la misma no se
dulcifica como ocurre en otras, ofrece una ambigüedad que deja al lector
decidir sobre ese posible desenlace, un final de poca importancia en todo el
relato, porque lo que importa es el proceso, la maduración de la experiencia de
su personaje principal, Pip. Y, aunque los detalles no coincidan, se trata de
un texto autobiográfico, aunque diferente a su David Copperfield.
El libro se divide en dos partes, una claramente
rousseauniana, en la que el protagonista escribe su historia en primera
persona, cuenta su infancia en una aldea, y una segunda parte urbana, en la que
Pip llega a Londres, y allí vive hasta el final y es considerado como un hombre
maduro. En la primera se refuerza esa visión inocente e idealizada de los personajes
de Dickens, porque aquí Pip, huérfano, vive con su hermana y su marido, un
herrero bonachón, que cuida en extremo del niño frente a la brutalidad de la
hermana, hasta que el niño entra en contacto con una anciana y rica señora,
Miss Havisham, que lo invita a su mansión para que la entretenga por las
tardes. Allí Pip descubrirá un mundo nuevo, y se avergonzará del que vive, así
se propone ascender en al escala social porque se ha enamorado de la hermosa y
orgullosa Stella. Una vez más la ciudad, Londres, aparece como poco halagüeña,
sucia, oscura y aglomerada aunque el protagonista desea, por encima de todo,
progresar. Los aspectos de crítica social siguen tan intensamente patentes como
en obras anteriores, y ofrece todo un juego de símbolos, característicos en el
narrador inglés: las comidas, las manos que se lava constantemente Jaggers, el
entorno aristocrático en total decadencia que representa Miss Hasvisham, y las
abundantes caricaturas de toda una sociedad, representada por el abogado Mr. Jaggers.
La
progresión de la obra y la producción de Dickens es geométrica, resulta curioso
que el inglés no volviera a escribir una novela como Los papeles póstumos
del Club Pickwick, una obra ingenuamente cómica que hunde sus raíces en la
tradición novelesca que procede directamente de Cervantes, a través de sus
imitadores en Inglaterra, Smollet y Fielding. Galdós reconocería la importancia
de Dickens para su formación literaria, junto con Balzac, autores que le
proporcionarían unas recetas y unas técnicas narrativas rudimentarias, lo
afianzaron en su búsqueda de un tipo de novela española que correspondiera al
espíritu de los nuevos tiempos. Nunca dudó en pregonar las virtudes narrativas
de Dickens, su «admirable fuerza descriptiva, la facultad de imaginar que,
unida a una narración originalísima y gráfica, da a sus cuadros la mayor
exactitud y verdad que cabe en las creaciones del arte». La expresión de su
identidad herida, la denuncia despiadada de la Inglaterra victoriana
coincidirán en la intensidad imaginativa y verbal cambiante de todas sus obras.
En mitad de su carrera literaria, en ese período intermedio, su propósito
social resulta más claro porque el narrador llevará el análisis de las
complejidades de la identidad mucho más allá, la exploración entre inocencia y
culpabilidad se hará más aguada a medida que escriba sus grandes obras, Dombey
e hijo, una de las más intencionadamente sociales y política si entendemos
el término en un sentido amplio, y lo mismo ocurrirá con otras del mismo
período, Casa desolada y La pequeña Dorrit, de tramas muy
complejas, en las que Dickens experimenta intensamente con sus recursos
narrativos y da rienda suelta a su imaginación desenfrenada, y explorar todas
las posibilidades del uso de la metáfora y la metonimia, modos posibles de
estructurar y ordenar el caos de la experiencia. En estos libros, Dickens
muestra la firme convicción de que pese a finales felices y contradictorios, la
corrupción y la avaricia siempre amenazan la convivencia.
Charles Dickens, Grandes esperanzas; ilustrado por Ángel Mateo Charris; Barcelona,
Galaxia Gutenberg/ Círculo de Lectores, 2012.
Coincidiendo con el 50 aniversario del Círculo de
Lectores, Galaxia Gutenberg publica, en el bicentenario de Charles Dickens, una
edición conmemorativa de Grandes
esperanzas ilustrada por Ángel Mateo Charris con casi un centenar
de imágenes. El propio Charris, a propósito de su trabajo, asegura que “hay
autores, como Dickens, que entienden la obra como el terreno fértil que es,
permitiendo que otras disciplinas artísticas se aprovechen del caudal de
sugerencias, imágenes y asociaciones mentales que proyectan las palabras”. A
pesar de la estrecha colaboración con los ilustradores que caracterizaba al
escritor, Grandes esperanzas,
la historia de un pequeño huérfano y su formación como caballero en la Inglaterra victoriana,
fue la única novela que apareció sin dibujos en su primera edición.
El
cine vuelve a revisar esta novela, y en la cartelera actual, el británico Mike
Newell mantiene los elementos fundamentales de la historia y los personajes
clave, así como los auténticos elementos de la época, un filme protagonizada
por Ralph Fiennes y Helena Bonham Carter.
Tengamos grandes esperanzas. Una edición que merece la pena conservar.
ResponderEliminarMª Ángeles.
He andado ocupado estos días y no he podido comentar en el blog, pero me encanta leerlo. Comparto lo que dice al principio sobre libertad.
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