EL
RATONCITO PÉREZ
Los años de mi niñez franquista
estuvieron dulcificados por la visita, cuando se nos caía un diente, de alguien
misterioso, que acudía en mitad de la noche a depositar, bajo la almohada, un
regalo. El trueque lo solía hacer un ratoncito que se lo llevaba sin que jamás
volviera a aparecer. Claro, en aquellos maravillosos años, la única fortuna que
podíamos esperar, los niños desnutridos, era una perra gorda, y los más
afortunados veían premiada su pérdida hasta con dos reales. Lo curioso de toda
la historia es que, entonces, apenas si sabíamos nada de este Ratoncito Pérez
que solo acudía cuando se nos caía nuestro diente de leche, así que
procurábamos conservarlo si el accidente ocurría cuando le mordíamos, con todas
nuestras fuerzas, a un bocadillo con chocolate Kitin. Aquella noche
esperábamos la visita del ratoncito y, a la mañana siguiente, despertábamos con
el milagro bajo la almohada. Hoy tengo dos hijas adolescentes y, durante su
niñez, mantuve esta inocente tradición, pero advertiré que los premios,
evidentemente, en plena democracia, fueron distintos, sin que por eso dejaran
de ser una muestra de ternura, tan sorprendente, como lo fueron en la mía
propia.
Bastantes años después me
reencuentro con La asombrosa y verdadera historia de un Ratón llamado Pérez (Siruela,
2010), que Ana Cristina Herreros escribe, e ilustra Violeta Lópiz. Tras
su lectura, por fin, se me despejan no pocas dudas del pasado: ¡ya sé dónde
vive el ratón de los dientes! ¡por qué se apellida Pérez!, y, sobre todo,
averiguo ¡qué hace con los dientes que va recogiendo!
Sábado,
31 de Julio, 2010; pág., 8
Intentaremos descubrir todos esos misterios a través del libro. Por cierto, dejaban perras gordas y también alguna que otra "perrilla".
ResponderEliminarMª Ángeles.