Marina Perezagua
Una
ferviente defensora del cuento, género al que ha dedicado sus dos libros,
Criaturas abisales (2011) y Leche (Los libros del lince, 2013).
Marina Perezagua (Sevilla, 1978) es licenciada en Historia del Arte
por la Universidad
de Sevilla. Tras su licenciatura marchó a Estados Unidos con una beca de
doctorado en filología hispánica, y durante cinco años impartió clases de
lengua, literatura, historia y cine hispanoamericanos en la Universidad Estatal
de Nueva York en Stony Brook. Durante dos años trabajó en el Instituto
Cervantes de Lyon. Actualmente vive y trabaja en el Department of Spanish and
Portuguese Languages and Literature, de NYU.
Déjeme
preguntarle una obviedad ¿por qué inicia su actividad literaria escribiendo
cuentos y qué pretende con ellos?
Crecí leyendo cuentos y valorando el
cuento como género literario en tanto que permite, en mayor medida que otros
géneros, la fijación de unos arquetipos con que constituir el mito de nuestra
presencia y crecimiento en el mundo. No considero, obviamente, el cuento como
parte de un libro de cuentos, sino como obra absolutamente autónoma, que
debería tener la misma presencia en su publicación en solitario que una novela.
Respecto a la intención, no tengo ninguna a priori. Cuando escribo no pienso en
ningún tipo de efecto más que el de dar vida. Pero si pudiera aspirar a
conseguirlo, me gustaría que la lectura de lo que escribo cambiara alguna fibra
en el lector. Las únicas lecturas que me interesan son las que me modifican.
Si
el texto breve exige más autodisciplina, ¿es consciente de las dificultades del
género?
Sí. Eso es lo que más me gusta. La
dificultad. Es como un juego mental, porque todas las piezas pueden y deben
encajar. En la novela uno se puede permitir mayores licencias, ratos de ocio,
en el cuento, no. Es un reto continuo. Ahora que escribo una novela extraño esa
tensión permanente.
Sus
cuentos resultan extremadamente visuales, ¿fruto de la época o de toda una
educación?
Soy historiadora del arte y mi
apreciación del mundo es extremadamente visual. Lo que escribo no surge a
partir de pensamientos, sino de imágenes. No sé el proceso por el cual ocurre,
pero a veces veo una imagen y en ella encuentro la historia completa, como si
me la pusieran escrita de principio a fin y yo la aprehendiera sólo a partir de
lo que mis ojos ven en un instante. Para mí el acto de mirar es esto: leer lo
que voy a escribir.
¿Qué recorrido establece entre sus
Criaturas abisales (2011) y Leche (2013)?
Criaturas
abisales es un libro que me parece
muy lejano, pero eso me pasa cada vez que cierro algo. Leche, cuando lo entregué para su publicación, también me pareció
lejano. Pero Criaturas abisales me
dio la fuerza para indagar de manera más consciente en obsesiones que se
desarrollan en Leche.
Las
historias de su segunda colección resultan más reales, las primeras más
fantásticas; ¿se distancia con Leche de la literatura?
Bueno, tendríamos que definir literatura
de algún modo, y no me atrevo. Sí es cierto que valoro más una obra con mayor
densidad ficticia que real, por su capacidad de creación en el sentido más
literal de la palabra, pero esto no tiene tanto que ver con el género
fantástico, que no me interesa particularmente, sino con intentar rehuir del
dato que nos ha sido dado, la noticia, el testimonio. En Leche la aparente realidad
testimonial no es tal. Sólo un testimonio es real. “Little Boy”, por
ejemplo, es ficción. Nunca conocí a la señora que supuestamente me dio toda
aquella información.
Cuando uno termina de leer Criaturas abisales debe respirar profundamente, ¿era ese su propósito?
Realmente no tenía ningún propósito. Criaturas abisales es un libro muy
honesto. Pudo ser así porque cuando lo escribí no pensé nunca que lo
publicaría. El único propósito que tenía era algo muy básico: divertirme viendo
cómo todo se formaba de acuerdo a unas reglas que eran independientes (en tanto
que inconscientes) de mis principios o visión del mundo.
¿Mide
usted sus fuerzas, no obstante, para que sus textos alcancen cierta realidad?
La realidad sólo me interesa como
espejismo. Me interesa lo verosímil, que es indispensable, pero la realidad es
totalmente innecesaria en literatura. Lo que sí me gusta es hablar de algo que
nunca ha existido como si lo conociera de toda la vida.
¿Cree
que sus lectores deban sentirse identificados con sus relatos? Y si es así, ¿surge
entonces su libro Leche?
Habrá lectores que se sientan
identificados y otros que no. Imagino que parte de la buena recepción se debe a
que doy cierta importancia a la voz de aquellos que normalmente no escuchamos.
No ser escuchado es un sentimiento que todos hemos sufrido, en mayor o menor
medida.
Trasciende
su pasión personal a su literatura, ¿en qué medida?
Sí. Pero mi pasión trasciende todo. No
soy capaz de escribir sin poner todas mis fuerzas, pero tampoco soy capaz de
dar clases del mismo modo. Es agotador, pero ya no intento cambiarme. Es mi
modo de ser. Lo único que puedo hacer es tratar de mantener mi corazón fuerte
para que me resista.
La
anterior es una pregunta obligada porque a los lectores no nos deja tregua, ¿Distingue
entre los términos terrible y tragedia?
Para mí la tragedia es lo que de
antemano te advierte que lo terrible es inevitable. La tragedia se huele desde
el principio. Lo terrible puede ser un fotograma. La tragedia es una película
entera.
¿Erotismo
y terror, se convierten, en pautas esenciales en su narrativa?
Lo son. Pero no premeditadamente.
Imagino que son esenciales porque en esos ámbitos uno es vulnerable, y ahí es
donde uno se abre para recibir lo que sea, lo que sea que no es él, sino otro,
cosa, persona. Me gustan las personas, y los personajes, porosos. Parece que
cuando uno está alegre no necesita nada más. Puede dar, es como un sol, puede
irradiar, pero difícilmente puede recibir del mismo modo, porque en su
felicidad constituye su fortaleza, su hermetismo, en cierta manera. Con la
tristeza, el erotismo... sucede al revés, son terrenos absorbentes, como la
tierra seca. Estos son los materiales que más me interesan.
¿Lo real trasciende a lo fantástico y
viceversa?
Depende del concepto de fantástico y
realidad que tenga cada uno. Yo no los distingo muy bien. Imagino eso hace que
mi respuesta a la pregunta sea afirmativa.
Si
definiéramos sus relatos como inquietantes, atroces, crueles, paradójicos,
humanos, terribles, un auténtico paseo por los abismos del ser humano… ¿qué
diría?
Diría que “Il faut connaître la nuit”.
¿Se
siente usted alguna vez como el Minotauro encerrada en su propia soledad?
En realidad, como persona, no tengo
mucho que ver con mis personajes. A veces me siento sola, pero como todo el
mundo. Por otra parte el sentimiento de soledad, a no ser que se prolongue en
el tiempo como algo impuesto, me resulta agradable y necesario para la
creación.
Para
terminar, ¿qué busca, realmente, en la literatura?
En la escritura busco divertirme. En la
lectura, cambiarme, alterarme.
Me quedo con la última respuesta de esta joven escritora.
ResponderEliminarMª Ángeles.