Cuentos de soldados y civiles
Ambrose
Bierce (Meigs, Ohio Estados
Unidos, 24 de junio de 1842 – Chihuahua, 1914?)
El misterio en torno a la
desaparición de Ambrose Bierce (1842- 1914?) supuso, para su fortuna literaria,
la negación y el olvido, aunque pronto alcanzaría, sin embargo, la gloria
décadas después, gracias a la fuerza singular de un estilo, cuya notoriedad
extrema se concreta en lo grotesco y lo sombrío de sus historias, contadas e
inspiradas en la veracidad cotidiana que hicieron emerger las trágicas
sacudidas de un siglo XX, tan próximo al autor norteamericano. Un destino en
círculo que, caprichosamente, siempre ha envuelto a unos hombres que han
terminado pagando su deuda con el mundo. Ambrose Bierce afilaría sus armas para
ofrecernos en su Diccionario del diablo (1906) una burla total y
despiadada del género humano, de sus instituciones, de sus presupuestos
lógicos, de sus ideas más conspicuas y un repaso a la más diabólica
lexicografía contra las ideas que jamás nadie haya podido pensar.
Sin embargo, en su libro más
conocido, Cuentos de soldados y civiles (1891), esbozó un erial moderno
de pobreza y de guerra en el que el futuro aparece excluido. De estos relatos
destacarán aquellos donde el horror metafísico encuentra un sustento de
veracidad cotidiana. Estos cuentos pretenden expresar ese horror como la
experiencia esencial de la guerra. Existe en estos cuentos un componente irreal
y fantástico espectral en el sentido del más allá que se agudizará en
posteriores obras. Diecinueve cuentos componían la primera edición de este
singular libro, publicada en 1891, en suya segunda edición se añadieron once
más, tanto de soldados como de civiles, una edición inglesa, aparecida en 1892,
señala Emili Olcina, autor de una nueva edición y traducción de los relatos de
Bierce que, a diferencia de la anterior de Jorge Ruffinelli, reproduce la
edición revisada del autor para el volumen II de sus Collected Works.
Vida,
horror y muerte serán las premisas de unas historias de soldados entre los que
podemos encontrar buenos ejemplos del mejor arte narrativo de todos los
tiempos. Con una estructura perfecta, muestran una multiplicidad de sucesos
cuyo tema común, la guerra, se solapa con el de la muerte y así encontramos
relatos en los que un soldado da muerte a su propio padre, un capitán ordenar
disparar un cañón situado frente a su casa, un prisionero mantiene una
conversación filosófica con su ejecutor, o un misterioso jinete surca el cielo.
Los cuentos de civiles, por otro lado, comparten ese componente irreal y
fantástico que caracteriza a toda la colección, pero el dramatismo en estos es
menos eficiente, aunque conservan la maestría de la acción. La condensación
dramática, en general, completa perfectamente el volumen y servirá de base para
posteriores entregas; también, sus relatos están impregnados de humor, aunque
un humor tan negro que no resulta fácil percibirlo, como señala Olcina, pero
cuya omnipresencia es necesaria para la coherencia de la narración. Al mismo
tiempo, Cuentos de soldados y civiles, señala esa doble realidad, tan
diversa, de una posterior nación unitaria, aunque en los relatos de soldados la
guerra está en curso, y también está, en los de civiles, la conquista del
Oeste. Bierce nunca enfocará la historia como si se tratara de un aspecto
titánico, sino que la examina a través de conflictos personales y será,
entonces, cuando el lector contemple la debilidad humana magnificada en los
escenarios grandiosos de la
Guerra Civil y del Gran Oeste.
Ambrose
Gwinett Pierce nació en Meigs Country, Ohio, en 1842, y fue décimo de un total
de trece vástagos de una modesta familia calvinista que educó a sus hijos en la
escuela rural del lugar y en la modesta biblioteca del padre. Las precariedades
familiares llevaron, muy pronto, al joven Bierce a abandonar su casa a los
quince años para instalarse en la cercana Warsaw, inicialmente como aprendiz de
impresor, aunque muy pronto aprovechó para alistarse voluntario en el 9º
Regimiento de Infantería de Indiana, del ejército de la Unión, apenas comenzada la
contienda civil. El año 1866 marcaría el inicio de un cambio de rumbo en la
sociedad norteamericana y en la propia vida de Bierce: empezaría a ejercer su
definitiva profesión de periodista y durante más de treinta años se entregaría
a esta actividad publicando en los principales periódicos de la costa
californiana, el Argonaut, News Letter, Overland Montly y
el San Francisco Examiner. Alternó su dedicación a la prensa con su
creación literaria. Viajó a Europa, vivió en Londres, y volvió a San Francisco
con una amplia experiencia y con algunas de las obras que posteriormente le
harían famoso, Cuentos de soldados y civiles (1891), ¿Pueden existir
tales cosas? (1893), Fábulas fantásticas (1899), El diccionario
del diablo (1906), o los doce volúmenes de sus Obras Completas
(1909-1912).
Tenía setenta y un años cuando
el escritor escribió: «Soy tan viejo que me avergüenza vivir todavía», una
resonante frase encontrada en una de las últimas cartas que se conservan de sus
días en el Méjico. Premeditación que le llevaría a dejarse matar, ser un gringo
viejo, y un provocador en medio de una revolución, suma final de uno más de los
ingredientes de sus numerosos actos sublimes. La literatura, por otra parte,
está poblada de hermosos suicidios porque, al fin y al cabo, si el asesinato puede
ser considerado como una de las bellas artes, con mayor motivo ha de serlo el
suicidio que, no es ni más ni menos, un asesinato perpetrado en la propia
persona. Un día de 1913 cruzó la
frontera con una importante cantidad de dinero y un salvoconducto que le
permitiera recorrer el territorio constitucionalista. En Chihuahua escribió dos
cartas: una fechada en la
Nochebuena de 1913 y otra, dos días más tarde, el 26 de
diciembre. Poco más se sabe de él. En el cementerio del pueblo mejicano de
Sierra Mojada, existe una tumba donde, según la tradición local, está enterrado
un «gringo» que, a principios de 1914, intentaba unirse a las fuerzas de Pancho
Villa, fue fusilado contra la pared del cementerio, por tropas fieles a
Victoriano Huerta. Los lugareños cuentan que el «gringo», encarado a su pelotón
de fusilamiento, se echó a reír, y siguió riendo incluso después de haberle
derribado la primera descarga de su propia ejecución.
La literatura de Bierce debe
mucho a la de otro maestro del relato de misterio, Edgar Allan Poe para quien
la realidad se encontraba siempre más allá, fuera de lugar o por debajo de las
formas estabilizadas, bien de la sociedad, bien del espíritu. Sus obras, en
general, están repletas de dramas y de fuerzas psíquicas impersonales y en su
escritura, indiscutiblemente, se percibe el dominio de estas fuerzas que
consiguen llegar hasta la misma psique humana. En sus cuentos el futuro siempre
está excluido, la atrocidad de algunos momentos no deja indiferente a un lector
que valora algunas de las pesadillas vividas por los protagonistas del narrador
norteamericano.
Cuentos
de soldados y civiles
Ambrose
Bierce
Traducción
y edición de Emili Olcina
Barcelona,
Laertes, 2009.
Buscaremos esa realidad en los relatos de A. Bierce.
ResponderEliminarMª Ángeles.